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A mis hermanos, Presbíteros como yo.

Apenas el sábado anterior al tránsito del padre Carlos Márquez, (11.05.2015), recibí el número de la revista de los jesuitas de Lovaina. Un artículo me llamó poderosamente la atención: «El BO: ¿una enfermedad de la entrega?»; o sea, que el don de sí mismo, puede convertirse en enfermedad. Entonces el BO, para hablar breve e incompletamente es el derrumbe, el vaciamiento, el agotamiento profesional de alguien sometido a una sobrecarga de trabajo y de tensión; la psicología, la sociología y la antropología la consideran una enfermedad que afecta a un porcentaje impresionante de la población occidental. 

Esta enfermedad ha sido objeto sostenido de las ciencias sociales durante los últimos 40 años; más de diez mil estudios le han sido dedicados y ya  el interesa a las instituciones. Esta enfermedad asecha a muchos hombres y mujeres que tienen grandes responsabilidades y terminan destruidos física o psicológicamente. Freudenberger la define: “El BO es como una intensa sensación de fracaso, como un usarse, consumirse, o como un vaciamiento por haber abusado de sus energías, sus fuerzas o sus recursos”. ¿Quién no nos hemos sentido así, alguna vez?

El autor dice que su intención es ofrecer una lectura inédita de esta enfermedad, interpretándola como una patología del amor-don; la aplica a la carga pastoral de los sacerdotes, que tal vez sea uno de los sectores más expuestos a esta enfermedad y uno de los más olvidados. Las estadísticas presentadas en el ensayo son impactantes. 

Pero, la disyuntiva es inquietante: ¿hasta dónde ha de ser la entrega a los demás de aquellos cuya vocación es el servicio? ¿Dónde están los límites? El sacerdote está condicionado poderosamente por las palabras y el ejemplo de Jesús. Y los santos, han encarnado, hasta sus últimas consecuencias la consigna y el ejemplo de Jesús. Pero olvidamos la escena donde Jesús dice a sus discípulos: “vámonos a un lugar apartado a descansar un poco. Porque era tanta la gente que los buscaba que no le dejaban tiempo ni para comer”. Jesús se reservaba un tiempo para el descanso personal. Lo vemos dormido en la popa de la barquilla. Las instituciones ¿habrán tomado nota de esta enfermedad y de lo expuesto que están sus miembros? El autor, Pascal Ide, reflexiona sobre esta enfermedad en una sociedad sobresaturada, estresada, dopada, y ahora podemos decir, autoesclavizada, en la que cabe preguntarse si el don de sí, más que una donación de amor, es una enfermedad. 

Desde el lunes en la tarde, ante el derrumbamiento del padre Carlos, me di prisa en leer ese ensayo. Y no he dejado de preguntarme, fijando los ojos en el Crucificado, si será simple coincidencia, o si Dios ha querido decirnos algo al respecto. En la misa exequial, el obispo se preguntó: ¿qué quiere decirnos Dios a través de este acontecimiento? Pregunta que requiere una respuesta válida. Para nadie es un secreto el trabajo que desempeñaba el padre Carlos. Quienes trabajamos y atendemos personas, en la oficina o en la ventanilla, sabemos el desgaste que significa.

El BO puede dispararse tanto si se cumple la función como si no se cumple. En este caso dispara los sentimientos de frustración, de decaimiento, de abandono, de cinismo, de un sentimiento de despersonalización. Y si ese trabajo ha de hacerse, todavía peor, bajo presiones de otro tipo, un afán competitivo, agobiado por incomprensiones y rivalidades, búsqueda de resultados tangibles, de éxitos, no digamos si se dan emociones corrosivas: envidia, celos, codicia, vanidad (Hay quienes predican Cristo por envidia. Fil.1,15), tarde o temprano vendrá el derrumbe. Uno de los síntomas de esa enfermedad es la hiperactividad disparada en búsqueda de reconocimiento. Ya no es entrega por amor, sino un intento patológico, desesperado de autojustificación. Entonces la enfermedad es una corriente alterna

La salud del padre Carlos, estaba minada; se manejó de una forma muy discreta. Y podríamos preguntarnos si esto no es también una falla estructural. Una institución tiene que cuidar a sus miembros, saber cuándo sus miembros requieren de un alivio, de una disminución en el ámbito de las responsabilidades, para bien, incluso, de la misma institución. Conociendo estas teorías socio-psicológicas podríamos ahorrarnos episodios lastimosos  Pero todavía es tiempo. 

Por lo general, las personas más entregadas y generosas son las más expuestas al BO. (Obvio, nada qué ver con personas ambiciosas, egoístas, que hacen “carrerismo”). Precisamente, porque estamos consagrados a nuestra tarea podemos fácilmente caer en la trampa del derrumbe, dice Freudenberg. El ideal originario reside en un don de sí sin reservas. Tal generosidad se traduce, por ejemplo, en una presencia desmesurada y obsesiva en el trabajo, lo que los ingleses llaman “presenteísmo”. El primer síntoma del BO es, pues, un exceso de celo; entonces, lo que se vislumbra es la desilusión y luego la desesperanza. Aquí quedan dos caminos, fatales ambos: acelerar al máximo para salir de la crisis, mortal de necesidad o el derrumbe inmediato.  

El autor presenta 22 síntomas de esta enfermedad, entre otros: 1. Me siento vacío, nervioso en mi trabajo, 2. Al fin de un día de trabajo, me siento deshecho, 3. Me siento fatigado al levantarme y debo afrontar un reto nuevo, 4. Trabajar todo el día con otras personas es para mí una fuente de tensión, 5. Me siento completamente agotaado, 6. Me levanto y voy al trabajo, pero a las nueve ya tengo sueño. Y así otros muchos. Todo se resume en tres grandes estados psicopatológicos: un agotamiento emocional, un sentimiento de despersonalización que perturba las relaciones y se concreta en críticas sistemáticas y amargas, y tercero, en una reducción de la realización personal. Ide habla de vaciamiento. He aquí la enfermedad de nuestro tiempo.  

Solo ahora, la teoría del BO se ha aplicado a los sacerdotes. Todos los que han de tratar con personas, desde el que está en la ventanilla, el médico, el político, el empresario, el director, el sacerdote, conocen este agotamiento; y cuando ello ha de hacerse por intrínseca vocación, sin reconocimientos, sin elementos gratificantes aparentes, el peligro aumenta.    

Una vía de solución. Para enfrentar el problema, el autor propone una entrega por amor al servicio de los demás, rimada por tres momentos: recepción, apropiación y donación. No podemos darnos hasta quedar vacíos. El autor cita un sermón de S. Bernardo de Claraval, con él ilustra su propuesta: “Un canal recibe el agua y la distribuye inmediatamente. Una vasija, por lo contario espera a estar llena y, solo entonces, comunica de su sobreabundancia sin hacerse daño. La caridad ha de abundar para sí misma a fin de poder compartir con todos de su riqueza. Ella ha de guardar para sí misma lo que sea necesario (quantum suffíciat)». 

Todos hemos visto un canal cuando se ha agotado el agua que conducía, queda seco, lleno de cardos y basura. S. Bernardo aconseja que debemos, a la manera del cántaro, llenarnos de la caridad divina y, solo entonces, de esa abundancia, comunicar a los demás. Lo contrario es muy peligroso. San Bernardo (1090-1153), se adelantó algo a la psicología moderna; responde al problema del BO. Error mortal es atacar este mal con medicamentos cada vez más agresivos, o eso que el orgullo me  levanta.

Si no se ha de caer en el cinismo, o en franca traición, el sacerdocio no puede ser vivido más que con una fuerte dosis de dramatismo. El sacerdote sabe que la aurora de su vocación es al mismo tiempo el ocaso de su destino. Cierto; pero el sacerdocio no se ha vivir en la amargura, el resentimiento, la hipercrítica, la dureza de corazón. Esto va más allá del BO. Muchas veces no es tanto el trabajo, sino  la actitud ante el trabajo

Celebrando mis 46 años de ministerio sacerdotal he rescatado este artículo pensando en mis hermanos y como acción de gracias a Dios, fuente de todo don, pues cuántas veces he rozado el BO; hemos cruzado zonas de riesgo, sentido la opresión de la debilidad humana, pero firmes en la certeza de que “el que inició en nosotros la obra buena, la llevará a su perfección”. (Fil.1,6), seguimos hasta el final del camino.  

Isaías, hace muchos siglos, nos dio el antídoto para el BO: “Entonces pensé: en vano me he cansado, inútilmente he gastado mis fuerzas. En realidad, mi causa estaba en manos del Señor, mi recompensa la tenía mi Dios”. (49,4). Si entendemos esto, ¿cuál es el problema? Let God be God, decía el santo cardenal Newman.