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#MAYO | Flores a María Niña: día dieciocho: “Mirto”, poema.

Ángeles mil con cabelleras de oro

y níveas alas de sin par albura,

en Nazareth buscaban un tesoro

que Dios había mandado de la altura.

En pobre casa, de honradez modelo,

acababa de ver la luz del día,

la gloria de Israel, por la que el cielo

de par en par sus puertas abriría.

En brazos de un varón esclarecido

por la virtud de su alma y su nobleza,

la Niña celestial que había nacido

reclinaba sonriente su cabeza.

De los brazos del padre afortunado

pasó a los de la madre embebecida.

Vio el tesoro que Dios la había confiado.

Y bendijo al Autor de aquella vida.

Entre tanto, un celeste mensajero,

absorto en esa estancia, contemplaba

mudo de admiración, aquel lucero

que del Empíreo al mundo Dios mandaba.

Miraba aquella flor del Paraíso

aquella joya de la real diadema,

y se encantaba al ver aquel hechizo,

aquella obra de Dios la más suprema.

Por fin bajó a la tierra el dulce encanto

a trocar en Edén nuestro desierto;

y fue su corazón benigno y santo,

del mísero mortal seguro puerto!

Rodeábanla en su cuna los querubines,

y de su santa madre en el regazo

la subían en sus alas a las nubes

y cuidaban también su primer paso.

¡Con qué embeleso mirarían sus ojos!

¡Con que amor besarían sus manecitas!

y en la sonrisa de sus labios rojos

disfrutarían delicias infinitas.

Bendiciendo al Señor en todo instante,

que había formado en concepción tan pura,

a esa Niña hechicera, casta amante,

alma perfecta, angelical criatura

A esos ángeles ruego, Niña bella,

que coronen tu frente de zafiros,

y de brillantes formen una estrella

y la ofrezcan unida a mis suspiros.

Sé que las joyas ante ti son nada,

y que las flores pierden su belleza

delante de la Reina Inmaculada

que obtuvo desde Niña tal grandeza.

Más yo quiero obsequiarte en este día

y de mirto he formado una corona

acéptala, te ruega el alma mía,

y la pobreza de mi flor perdona.