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IRe. 19,16.19-21; Sal. 15; Gal. 5,1. 13-18; Lc. 9,51-62.

Para ser libres nos ha

liberado Cristo

 

Se acerca el momento de la «asunción» de Jesús, el momento “en que Jesús será “quitado” del mundo”. ¿Cómo seguirlo para que su camino llegue a ser el nuestro? En primer lugar, no debemos fundar nuestra fe sobre las seguridades materiales, psicológicas o religiosas. Después, no debemos aferrarnos a un pasado muerto y definitivamente superado. Por último, es necesario mirar hacia adelante, hacia aquella porción de campo que espera nuestro trabajo de apóstoles, evitando el intento de querer entrar en el futuro caminando-mirando para atrás.

 

I Re. 19,16.19-21 – Vocación de un profeta – Elías ha encontrado a Dios en la soledad; encuentra el sentido de su misión: formar un pueblo fiel al único Dios, y encontrar un sucesor que continúe la obra comenzada. Este será Eliseo, al cual Elías deja su propio manto, símbolo de toda su personalidad, de sus derechos, de su misión y de sus poderes. Pero el joven israelita debe abandonar todo para seguirlo como harán los discípulos de Jesús.

 

Sal. 15 – Comienza en forma de súplica y en seguida desemboca en una profesión de confianza y entrega exclusiva a Dios. (vv. 1.2.5; 7-8.9-10.11). v.2. Síntesis total: en la alternativa del bien y del mal, Dios es el bien (auténtica ciencia del bien y del mal). Afirmación de fe y de experiencia religiosa: sólo Dios es bueno, fuente de todos los bienes. vv. 5-6. En el reparto de la tierra prometida, el levita no obtiene ningún lote, porque el Señor ha de ser su porción y su heredad. Dios mismo ha sorteado los lotes por manos de Josué, moviendo las suertes o nombres en la copa del sorteo. vv. 7-9. Esta porción entraña una gran intimidad con Dios: aun en privado, «de noche», en experiencia interior y no sólo por cauces oficiales. No sólo en el templo, sino en todo momento siente la presencia y compañía de Dios, fuente de alegría, descanso y serenidad. vv. 10-11. Desde esta experiencia de intimidad, el autor espera confiando en el futuro.

 

Transposición cristiana del salmo. Aunque el autor, probablemente, no conoce la vida futura y el premio celeste, la experiencia de la intimidad con Dios le hace romper los límites de la doctrina tradicional y pronuncia fórmulas que quedan disponibles hasta recibir la plenitud de su sentido. Esto sucede en Cristo – según testimonio del NT (Hech. 2,31;13,55) –, a quien el Padre no permite experimentar la corrupción, sino que lo levanta a su presencia y lo sienta a su derecha. Por Cristo, el cristiano conoce la realidad de la vida celeste, espera en ella, la pregusta en la contemplación: en este horizonte reza el salmo cristiano con toda su capacidad de sentido.

 

Gal. 5,1. 13-18 – La dignidad de la libertad – Nos encontramos en el tiempo de la libertad, porque Cristo ha pagado el precio necesario para nuestro rescate, a la manera como se rescataban los esclavos. Ser libres no significa que podemos hacer cualquier cosa, sino más bien elegir el criterio que orientará toda nuestra vida: las satisfacciones inmediatas y los riesgos de una vida sometida a la fragilidad, o bien, el Espíritu de Dios y la apertura a una comunión con Dios; el amor asfixiante a sí mismo, o bien, la alegría de tejer una red de relaciones de amor y de amistad, tal es el dilema de la existencia. La dignidad de la libertad: en esto consiste toda la serenidad de la vida. La libertad es para elegir el bien, si, abusando de nuestra libertad, escogemos el mal, perdemos la libertad.

 

Lc. 9,51-62 – Seguir a Jesús – Jesús acepta de una vez por todas la muerte que se perfila en el horizonte y todo lo que emprende, como este viaje a Jerusalén, se tiñe ya de un significado nuevo, porque la muerte está cercana. ¡Potencia extraordinaria de renovación que la muerte puede suscitar en el corazón de aquél que vive su condición humana sin trampas ni escapatorias! Pero los discípulos de Jesús no han llegado todavía a este punto. Incapaces de aceptar la muerte, ponen pretextos y excusas, es más, quisieran usar la violencia para favorecer el Reino. Las personas interpeladas por Jesús permanecen en el anonimato. No solamente los apóstoles, sino todo hombre debe subir a Jerusalén siguiendo a Jesús, aceptando todas las consecuencias y riesgos y contradicciones. El discípulo de Jesús no ha de buscar el éxito don el Maestro fracasó. Somo discípulos de un “fracasado”. Hace 8 días, Jesús nos hablaba de la cruz; esa es la cruz.

 

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Cuando Dios llama hay que quemar las naves. El tema de este domingo es el tema del llamamiento de Dios. Dios ha querido servirse del ministerio de los hombres en la realización de sus designios. Los Patriarcas, los profetas, los Jueces, Moisés, María, la madre de Jesús; los Apóstoles y los apóstoles de todos los tiempos, son personas a las que Dios ha pedido su colaboración. Entonces y ahora Dios necesita nuestra ayuda; él ha querido tener necesidad de nosotros. Y esto no deja de ser un misterio.

 

Cierto, no nos invita a un feliz día de campo, a vivir un feliz fin de semana. Con toda seguridad nos esperan muchas dificultades que habrán de ser vividas y superadas con su ayuda. Mi gracia te basta, dice Jesús a Pablo cuando éste experimenta la gran dificultad de la misión. El lema de Año sacerdotal, (2009-2010), fue “Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote”. El hecho es que Dios llama. Y, cuando ruge el león, ¿Quién no temblará?, (Am. 3,8)

 

Es Dios quien dice a Elías: “Unge a Eliseo… para que sea profeta en lugar tuyo”. Menos complicado el ritual, Elías, al encontrarlo mientras araba, le echó encima el manto. Sin más, Eliseo comprende el gesto. Corre tras Elías y pide una gracia: “Déjame dar a mis padres el beso de despedida”. La respuesta de Elías es un tratado vocacional: Ve y vuelve pronto porque bien sabes lo que el Señor ha hecho contigo. Esto es lo que todo sacerdote ha de conservar en mente y en su corazón. Pareciera que hoy es la psicología la que decide la vocación.

 

A su regreso, Eliseo quemó todos sus bienes, nada ha de reservarse, luego del llamado, ya nada tiene importancia fuera de aquel que llama y la misión que aguarda. Sacrificó las yuntas de bueyes y con los arados encendió la lumbre para el sacrificio. Quien poseía yunta y bueyes era ya un millonario. Y se fue con Elías y se puso a su servicio. No basta la renuncia en sí; muchos renuncian por los más diversos motivos. Aquí, lo determinante es el seguimiento.

 

Se trata de una escena sugestiva. Mucho hemos oído hablar de la vocación; Nosotros tenemos tratados sobre la vocación, hacemos retiros vocacionales, tratamos de convocar a muchos jóvenes, y corremos el peligro de perdernos en las sociologías y psicologías deformadas; en la psicología pop. Lo que tenemos que hacer es situarnos, y situar al candidato, frente a textos de esta envergadura, meditarlos mucho y saber cómo crear verdadera conciencia de que, aquel que llama, es Dios. Y, como dice el profeta Oseas: Cuando el león ruge, ¿Quién no temblará? Y cuando Dios habla, ¿Quién no escuchará? (Am. 3,8). Toda vocación ha de ser resuelta frente al Dios que llama. Esto es lo que debe de quedar perfectamente claro en cualquier pastoral vocacional. No es asunto, al menos no primeramente, de cualidades o defectos humanos, sino de que, aquel que es llamado, se sitúe frente al misterio de Dios que por mediación de otros hombres lo llama para consagrarlo a su servicio y resuelva con prontitud y decisión. Debemos saber, además, que cuando Dios habla le debemos obediencia. Esta es la cuestión esencial de toda vocación. Es el tema de este domingo. La vocación de Eliseo es un estupendo tratado vocacional.

 

Evangelio dominical. A partir de 9,51, se abre la sección más original y característica del tercer evangelio: Jesús emprende el camino hacia Jerusalén: “Cuando se iba cumpliendo el tiempo de que se lo llevaran, tomó la decisión irrevocable de viajar hacia Jerusalén.” (9,51). El texto de este domingo contiene dos secciones. En este contexto es que envía a sus discípulos por delante a los pueblos y villorrios en tierra de samaritanos con la intención de que le busquen alojamiento. Pero, peleados entre ellos, galileos y samaritanos y, ambos, con judíos, los samaritanos le negaron alojamiento.

 

Por razones baladíes, sin importancia, menores, rechazamos a Jesús. Yo me voy a ir a una secta x, porque el padre no me saludó o porque no quiso alterar los ordenamientos litúrgicos para bautizarme al niño cuando y donde yo quería. Pleitos y resentimientos nos llevan a veces a perder lo más importante.

 

Pero, tal vez lo mas importante, lo que quiere poner de manifiesto el evangelista, es la reacción desproporcionada de Santiago y Juan: “Señor, ¿Quieres que hagamos llover lumbre del cielo para que los destruya?”. Juan y Santiago piensan, quizá, en el modelo de Elías que hace bajar fuego del cielo y suspende por tres años y medio la lluvia en su pleito con el rey.

 

La respuesta de Jesús es precisa: los reprende; la nota es escueta, pero por lo que sigue, sabemos que Jesús defiende y define la estrategia del Reino. Los reprende y simplemente se dirige a otra aldea, como cuando lo rechazan en Nazaret.  Él no comparte la opinión de sus discípulos, que optan por un Mesías milagrero, imbatible, que tiene a su disposición el fuego y el rayo, el castigo y la amenaza, la intimidación. Jesús no quiere usar ningún método de esta naturaleza. El demonio también lo invita a emplear medios extraordinarios y espectaculares. Él tiene otro método. Él no vino a apagar la mecha que aun humea; Él vino a traer fuego a la tierra y quiere que arda, él sabe que son los enfermos los que necesitan al médico y que ha venido a buscar lo que estaba perdido. Tal es el método misionero de Jesús que aflorará continuamente en su evangelio. El mismo Bautista se sentirá defraudado por el amor que envuelve su método y su propuesta; nada que el hacha está puesta al tronco del árbol. Y ojala que el mundo actual [….], pueda recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes  han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo. (Pablo VI. EN. 81).

 

El rol del discípulo. Rechazado en Nazaret, Jesús se queda solo. Ahora le acompañan sus discípulos. Algunos de ellos son encargados de preparar su llegada a los pueblos que piensa visitar. Ese es el rol de los discípulos: ellos no han de tomar el papel del Maestro, el derecho de juzgar y condenar, como quieren Santiago y Juan. Jesús mismo no acepta juzgar en lugar de Dios, tanto a los que un día lo condenarán como a estos que ahora lo rechazan.

 

Relatos de vocación. Contrastando con la actitud de los dos discípulos, ahora Jesús plantea la verdadera exigencia del discipulado. Se trata de un pasaje netamente redaccional; Lucas quiere hablarnos de la naturaleza del seguimiento, y nos presenta tres casos. Es bueno analizar los tres ¨pretextos¨ y luego las tres respuestas de Jesús.

 

Te seguiré a donde quiera que vayas, le dice el primero; pero Jesús le advierte que las zorras tienen sus madrigueras y que los pájaros del cielo tienen sus nidos, pero que él no tiene donde reclinar la cabeza. El discípulo no es engañado, no se desarrolla una técnica vocacional de falsas promesas y perspectivas distorsionadas. El discípulo debe saber con toda claridad, hoy y siempre, de quien es discípulo, de la renuncia total que el Señor exige. La totalidad de la vida o la vida como totalidad.

 

El segundo le presenta un problema de índole familiar. Después de todo que cosa más legítima que enterrar a nuestros muertos; pero la exigencia de Jesús es desconcertante y debe ser tomada muy en cuenta: “Deja que los muertos entierren a sus muertos, tu ve a anunciar al reino de Dios.” Al verdadero discípulo no le alcanza la vida para agotar este texto. Nos declaramos sus discípulos, pero, cuántas adherencias, cuantos amores reservamos para las cosas de este mundo.

 

El tercero pide algo más sencillo: Te seguiré Señor; Pero antes deja ir a despedirme de mis parientes. Y la respuesta de Jesús es igualmente exigente “Nadie que haya puesto la mano en el arado y sigue mirando para atrás, es apto para el reino de los cielos”. Como el capitán Cortés, hay que quemar las naves, la entrega ha de ser irreversible.

 

A Eliseo le fue mejor. Obtuvo el permiso para ir a despedirse de los suyos, pero la advertencia de Elías es muy grave: Ve y vuelve pronto, porque bien sabes lo que ha hecho el Señor contigo. Esto lo deberían saber a fondo los que creen ser llamados al ministerio. Estamos pues frente a un verdadero tratado vocacional.

 

Pero a mi me queda una duda que no puedo resolver: ¿Lo dicho vale para todos los que han de seguir a Jesús, con la misma radicalidad, o solamente para aquellos que han de seguirlo mediante una consagración total? ¿Es para todos semejante exigencia o es solo para algunos? Creo que cada quien en su estado de vida, y que quiera ser discípulo de Jesús, debe tener presentes estas advertencias. Y pedir a Dios el don de la prudencia, no dejarse llevar por fáciles entusiasmos, Jesús no nos invita a un día de campo.

 

Proyecto de homilía. Estamos acostumbrados a tomar decisiones en nuestra vida considerando las circunstancias y mirando lo que nos es más conveniente. Cuando hemos de elegir un trabajo o decidir dónde viviremos mejor, consideramos los pros y contras. Incluso en la vida espiritual o al emprender algunas acciones apostólicas tenemos que ponderar lo que es mejor en cada memento atendido a muchos factores. Pero en el seguimiento de Cristo, en la adhesión a su persona, no podemos contraponer nada. Descubrimos, por una parte, que el Señor nos llama radicalmente, pero después debemos ser prudentes, con la ayuda de la gracia, para concretar ese seguimiento.

 

Así, sobre el primer personaje que aparece en el evangelio de hoy dice san Cirilo de Alejandría: ‹‹Había cierta ignorancia en esa persona y era excesivamente presuntuosa. Ciertamente no deseaba seguir sin más a Cristo, sino sobre todo la alabanza de la dignidad apostólica y buscaba realizar ese seguimiento dándose a sí mismo la llamada››. ¡Cuántas vocaciones que no los son! De esta manera se abalanza imprudentemente sobre cosas superiores a él. A diferencia de los otros dos personajes, éste había mostrado un exceso de confianza en sí mismo.

 

Lo primero es el seguimiento de Cristo y, de acuerdo con él, se ordenan todas las demás cosas. Santa Teresa preguntaba con insistencia: ‹‹¿Qué queréis, Señor, de mí?›› Ya estaba segura de amar a Cristo y de querer servirle, pero supeditaba el modo concreto de hacerlo a lo que el Señor le pidiera.

 

En la escena evangélica vemos dos cosas: Es el Señor el que elige y, al hacerlo, nos da total libertad. La misma libertad que nos concede para aceptar su llamada es la que nos pide que tengamos respecto a todas las cosas. Jesús nos llama para ser libres. No se trata de no tener interés por nada, sino de no ser esclavos. Lo que Jesús nos ofrece es su persona. Con independencia del estado de vida de cada uno, de la vocación particular que haya recibido, todos sabemos que no podemos anteponer nada al Señor. “Por encima de Dios nada”. Él solo es suficiente. Es lo que expresa la santa indiferencia de que habla san Ignacio: “Tomad Señor”,…, o el ‹‹sólo Dios basta›› de santa Teresa de Jesús.

 

Ahora bien, a veces puede ser largo el camino del discernimiento hasta llegar a descubrir el lugar concreto en el que el Señor nos quiere. Sin embargo, si este proceso es vivido con fe, nos lleva a purificar nuestra intención y al final nos lleva a encontrar el lugar en el que podemos servir mejor al Señor. San Pablo nos habla de que el espíritu lucha contra la carne. San Agustín señaló que por ‹‹carne›› no hay que entender sólo los apetitos sensibles, sino también los deseos de vanagloria o los movimientos de la soberbia, por ejemplo.

 

Los santos buscan la gloria de Dios y entienden su vida en función de ella. Su deseo es no negarle nada a Dios y llevar a cabo las renuncias que el Señor les pide. Siempre hay renuncia; la primera es la de la voluntad, que elige someterse en todo a Dios, y ésta es un don de la gracia porque, como dice el apóstol, para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado.

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Un minuto con el Evangelio

Marko I. Rupnik, SJ

 

Cristo es rechazado por una aldea samaritana por el simple hecho que se dirige a Jerusalén. Las antiguas tensiones entre Judea y Samaria reflorecen. Ahora bien, los samaritanos, que se sentían excluidos, a su vez excluyen y rechazan a Cristo. La cuestión «étnica nacional» se antepone a Cristo. La historia de nuestra fe nos hace ver lo difícil que es evangelizar la nacionalidad, lo poco que hace falta para que las cuestiones asociadas a ella dominen la actitud ante la fe y condicionen el obrar cristiano haciendo saltar un mecanismo que es incompatible con Cristo, como también hoy vemos en el Evangelio entre los discípulos. Al acoger a Cristo se da la salvación, es decir, la liberación de los apegos según la lógica del pecado. Los tres ejemplos sucesivos hacen entender que se puede “caminar” con Cristo y seguir manteniendo nuestra mentalidad y nuestros criterios.