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El día que hizo el Señor ….!

Como tantas veces, comienzo a escribir al calor de los acontecimientos; en tales circunstancias estamos lejos de medir el alcance del viaje de Francisco a estos dos países, Cuba y EE.UU. Durante la semana, apenas lograremos leer de corrido los mensajes, y más tiempo va exigir una lectura atenta y meditada que, por lo demás, debe hacerse; preferimos, entonces, quedarnos con las imágenes. Necesitamos ver a través de los símbolos y los gestos, o de los gestos simbólicos, el mensaje inmediato y profundo, para descubrir algo que el discurso posiblemente explicitará: el gesto de Obama al pie de la escalinata del avión, risueño, distendido, orgulloso le presenta a su esposa y a su hijas; una familia. Ahí está todo. Y su discurso de bienvenida a la Casa Blanca, comienza parafraseando el verso 24 del salmo 117: This is the beautiful day the Lord’s made”. “Este es el día que hizo el Señor”. Luego le dio la bienvenida a la Casa Blanca, en “nombre de mi esposa Michell y mía”. Y, ¿por qué no siempre es así? ¿Por qué ese día constituye la excepción?

Si se quiere valorar el hecho desde la política, las categorías se agotan. Creo que si Cristo viniera hoy a nuestro mundo, su venida sería interpretada como una manifiesta intrusión política donde habría sectores que no se sentirían representados y muchos temas, de capital importancia según nosotros, habrían quedado fuera.   Lo que se recibe, decían los filósofos escolásticos, se recibe según el modo del recipiente. Y como la política es nuestra religión, nuestro referente inmediato, y de ella se nutre el mundo de la noticia, pues todo los juzgamos como política.

Los viajes de los papas son trascendentales, pero éste tiene un algo más. Son tan especiales las circunstancias, los detalles, el momento, que convierten este viaje en un presagio. La tv. nos permite apreciar los gestos que definen las profundidades del alma y los anhelos más profundos de nuestro tiempo. En Cuba o en EE.UU., se descubre un deseo común, algo, tal vez, indefinido, pero que es común a los hombres y mujeres de nuestro tiempo: tal vez, el anhelo de verdad, de belleza, de autenticidad, de comunión. En todo esto se transparenta, se alcanza a ver, la gran decepción del discurso que oímos a diario y que es solo una mala venta de ilusiones.

En Cuba contó con la ventaja del idioma. Pero el verdadero idioma es el Evangelio. Y es universal. No lo entiende el que no quiere. Fidel, ese sí, líder moral de la revolución, ha tenido la oportunidad de platicar, él solo, con tres papas. El desbordamiento del pueblo cubano, el ímpetu religioso, los jóvenes, su entusiasmo, sus anhelos a flor de piel, todo es un horizonte nuevo que se abre. El portento consiste en que, como en la URSS, luego que cesa la represión, surge con ímpetu irrefrenable el milagro de la fe que estuvo tanto tiempo bajo la ceniza, en las catacumbas. Francisco apenas si tiene algún grado académico, y esto hace que su lenguaje sea prístino, fresco, elementalmente evangélico, a la altura de los humildes de la tierra, es decir, de aquellos que saben que necesitan a Dios. “No podemos permitir un fracaso más en el diálogo de paz en Colombia. Hay demasiada sangre inocente derramada”, dijo durante el rezo del Angelus, en la Habana. ¡Este miércoles, a las 4 pm se llegó al acuerdo deseado, tras más de 60 años de lucha entre hermanos y un cuarto de millón de muertos!

En Washington, la recepción ha sido, ella misma, un mensaje. Todo se torna transparente; quien lo recibe es una familia, fundamentalmente una familia. “Esas familias que han hecho posible esta nación”, dijo en uno de sus mensajes. Cercano, sonriente, desterrado el gesto duro, defensivo, de otras ocasiones, Obama le presenta su “familia”, “mi esposa, mis hijas”, ahí está todo. “Le agradezco mucho la bienvenida que me ha dispensado en nombre de todos los ciudadanos estadounidenses. Como hijo de una familia de inmigrantes, me alegra estar en este país, que ha sido construido en gran parte por tales familias. En estos días de encuentro y de diálogo, me gustaría escuchar y compartir muchas de las esperanzas y sueños del pueblo norteamericano”. De entrada, otro tema de la agenda. Tales palabras hacen más que nuestros ministros de exteriores, que no pueden ni siquiera solucionar el tránsito de tráileres hacia El Paso.

El mensaje a los obispos en Washington y a los sacerdotes en San Patricio constituyen piezas de antología. Todos los clérigos católicos tenemos que leer, releer y meditar esos mensajes. En ambas ocasiones tocó el tema vergonzoso de pedofilia; a los obispos les habló del dolor, la vergüenza y el sufrimiento que tal hecho significó, y los invitó a la renovación y a la esperanza, a no cometer los mismos errores. A los sacerdotes, refiriéndose al mismo tema, les dijo: “A ustedes quiero decirles con las palabras del apocalipsis: «vienen de la gran tribulación»”. Benedicto enfrentó con todos los recursos a su disposición la bomba que le estalló en las manos, Francisco, con la misma decisión, está curando las heridas y tomando precauciones hacia el futuro. Pero sobretodo, decía a los obispos, tienen que ser ustedes personas que privilegien el diálogo con todos, la cercanía; que no parezcan burócratas, que sean pastores. “El diálogo es nuestro método, no por astuta estrategia sino por fidelidad a Aquel que nunca se cansa de pasar una y otra vez por las plazas de los hombres hasta la undécima hora para proponer su amorosa invitación (cf. Mt 20,1-16)”.

Debo confesar, a la manera de un intermezzo, que esta semana para mí, ha sido una semana de reflexión, casi de retiro espiritual. He tenido que economizar al máximo el tiempo, siempre fugaz. Inicialmente no era mi propósito, pero “me enganché”, con las primeras imágenes del viaje. Y hubo que distribuir lo mejor posible el tiempo para hacer el trabajo de cada día y acompañar al Papa en ese viaje. Lo seguí en la transmisión de CNN international; cobertura estupenda, comentaristas especializados, imágenes raras como la del speaker house que, a lo que parece, no dejó de llorar mientras el Papa hablaba en el Congreso. Tengo entendido que ha renunciado voluntariamente a su puesto.

Y quiero confesar un detalle curioso, también muy personal. Antes de su speech en el Congreso, se generó una alta tensión en el ambiente; parecía todo, menos el Congreso norteamericano, mucho movimiento, mucha expectación y las cosas se retardaban llegando al punto del suspenso. J. Boehner que lo esperaba en la sala adjunta, que estaba bajo la lupa de las cámaras, estaba inexplicablemente nervioso hasta la opresión. Pero mi preocupación, ríase usted estimado lector, era la siguiente: el Papa no domina el inglés, ¿cómo se va a dirigir con claridad a los congresistas? Yo me cuento entre los hombres de poca fe. Apareció por fin el Papa totalmente tranquilo y sonriente, fue llevado al podio, y comenzó: «Les agradezco la invitación que me han hecho a que les dirija la palabra en esta sesión conjunta del Congreso en «la tierra de los libres y en la patria de los valientes». A este punto, como una sola persona, los congresistas se pusieron de pie y aplaudieron con fuerza y alegría singulares. El inglés del Papa es bueno. Y continuó: «Me gustaría pensar que lo han hecho porque también yo soy un hijo de este gran continente, del que todos nosotros hemos recibido tanto y con el que tenemos una responsabilidad común». Los congresistas indiscutiblemente saben muy bien el inglés, porque de nuevo se pusieron de pie para aplaudir. Gesto, por lo demás, que se repitió a lo largo del mensaje.

Continúo con el mensaje a los obispos. “Por tanto, la vía es el diálogo entre ustedes, diálogo en sus Presbiterios, diálogo con los laicos, diálogo con las familias, diálogo con la sociedad. No me cansaré de animarlos a dialogar sin miedo. Cuanto más rico sea el patrimonio que tienen que compartir con parresía (en griego, valentía), tanto más elocuente ha de ser la humildad con que lo tienen que ofrecer. No tengan miedo de emprender el éxodo necesario en todo diálogo auténtico. De lo contrario no se puede entender las razones de los demás, ni comprender plenamente que el hermano al que llegar y rescatar, con la fuerza y la cercanía del amor, cuenta más que las posiciones que consideramos lejanas de nuestras certezas, aunque sean auténticas. El lenguaje duro y belicoso de la división no es propio del Pastor, no tiene derecho de ciudadanía en su corazón y, aunque parezca por un momento asegurar una hegemonía aparente, sólo el atractivo duradero de la bondad y del amor es realmente convincente”.

Termino refiriéndome al discurso en las Naciones Unidas. Fue un discurso extraño por su tesitura; temas obvios, claros, con nombres. El terrible conflicto del Medio Oriente, norte de África y otros países africanos afectados por la pobreza, el hambre, la miseria, la guerra, la muerte. Ante estos hechos la ONU no puede permanecer indiferente. Son cosas que atañan a su identidad, a su razón de ser. No bastan discursos generales que quedan en eso, es necesaria la concreción en la vida real de esos ideales. Usó la palabra “nominalismo”, (que viene de la edad media) para referirse a la las declaraciones que nada remedian y que son “solo palabras”, no tienen consistencia; a la postre, no significa nada. Abiertamente condenó el armamentismo, la venta de armas indiscriminada y la carrera armamentista sobre todo en lo que se refiere a las armas de destrucción masiva. Exigió cumplir los acuerdos firmados. Pero también, este discurso fue un tratado de Filosofía del Derecho. Buen tema para nuestros estudiantes de ciencias políticas y de derecho.

En lo que a nosotros se refiere, en lo que a nosotros atañe, al terminar el discurso dijo: «En esta misma línea quisiera hacer mención a otro tipo de conflictividad no siempre tan explicitada pero que silenciosamente viene cobrando la muerte de millones de personas. Otra clase de guerra viven muchas de nuestras sociedades con el fenómeno del narcotráfico. Una guerra «asumida» y pobremente combatida. El narcotráfico por su propia dinámica va acompañado de la trata de personas, del lavado de activos, del tráfico de armas, de la explotación infantil y de otras formas de corrupción. Corrupción que ha penetrado los distintos niveles de la vida social, política, militar, artística y religiosa, generando, en muchos casos, una estructura paralela que pone en riesgo la credibilidad de nuestras instituciones». Como decían nuestros abuelos, “más claro, no canta un gallo”; y te lo digo a ti chona pa que me entiendas chencha.

El presente es algo escrito al calor de los acontecimientos pero contiene los puntos esenciales que el Papa ha tratado hasta hoy. Este fin de semana, en Filadelfia, presidirá la Jornada Mundial de la Familia. Temas, todos estos, que nos dan materia para pensar como ciudadanos, como creyentes y sentirnos parte en la solución de los graves problemas. Si me permiten robarle una frase ríspida a J.V., diría, cualquiera que no tenga en las venas hiel en vez de sangre, comprenderá la belleza y la importancia de estos mensajes.