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México, país de un solo hombre. Gonzáles Pedrero.

Sesudos analistas que se publican en diarios internacionales han llegado a la brillante conclusión de que no estábamos preparados para resistir tanto tiempo una pandemia de tales características con sus efectos colaterales de confinamiento y el trastorno de nuestros hábitos de vida mantenidos hasta hace unos cinco meses.

Venidos de la cultura del libertinaje, de una sociedad sin límites de movilidad ni horarios, vernos de pronto limitados en nuestros usos y costumbres, provoca necesariamente graves malestares en todos los ámbitos de la personalidad. La situación se   prolonga, los efectos se tornan más graves y hasta violentos, surgen la rebelión y la protesta; se hacen más radicales las exigencias y nos acercamos a un trastorno social. Se genera una mayor resistencia a las disposiciones sanitarias, se desbocan los grupos; ahí tiene el caso de los adolescentes detenidos, la semana pasada, en una escandalosa fiesta convocada por adultos, contraviniendo las normas sociales, sanitarias, morales y de alcoholes. En cualquiera casa, calle incluida, se organiza la fiesta, desde niños hasta abuelos, despreciando toda disposición, sin temor ni al contagio ni a la policía. Cuando sentimos que, incluso, nuestras relaciones interpersonales, aún con los seres queridos, han cambiado de patrón, nos hacemos más conscientes de que la pandemia ha trastocado todo lo que es nuestro ser humano en cuanto  ser en relación.

Entonces el ente social mismo puede verse afectado. Aquí, como en la construcción, hay que ver cuánta presión y por cuánto tiempo pueden resistir los materiales. La sociedad puede pasar del simple cansancio a la fatiga y entonces se genera un riesgo social muy alto.

Bien ha escrito A. Gutierrez, – “La fatiga democrática” -, cuando dice que podemos vencer al virus y sucumbir a otra infección: la derrota psicológica de la sociedad. Y es que al virus hay que añadir el contagio mediático sobre el tema, el enredado y contradictorio discurso político; en México la pandemia va claramente a la baja, pero se mantiene activa, por decreto, dice el alumno más adelantado. Pero México ostenta el 3er lugar en muertes debidas al virus.  En esta contingencia, las elecciones, los dineros, los intereses de grupo andan muy entreverados. El pueblo se siente acorralado a la manera del cardumen de sardinas cercado por los delfines, para donde se muevan van a servir de botana a un delfín. Y esto genera fatiga, hastío, fastidio ansiedad en el pueblo. Y a la fatiga sigue el derrumbe a la manera de la viga que cede.   

Añade una nota de psicología social: “Las personas cansadas mantienen, todavía, una dosis de energía. Su cansancio es temporal. Las fatigadas, por el contrario, han agotado las reservas que les impiden reaccionar o mantener un esfuerzo continuado. La fatiga tiende a ser crónica y es una respuesta física y psicológica al esfuerzo, al estrés emocional, (y prolongado), al aburrimiento o a la falta de sueño. Y no se recupera solo con descanso. El cansancio, sí. ¿Puede la fatiga afectar también a las sociedades? ¿Puede ser colectiva? Y si es así, ¿qué consecuencias sociales —políticas y democráticas— puede tener? ¿Está nuestra democracia, también, fatigada?”.

Y la respuesta es sí. Por muchas razones podemos hablar de una sociedad fatigada; así, la táctica de saturación mediante las mañaneras, (Goebbels no era menos culpable que Himmler), son factores determinantes de ansiedad en la sociedad. Los críticos de la civilización no han dudado de calificar nuestra civilización como un ente enfermo. De Freud a Fromm o de Nietzsche a Heidegger quien acuñó la frase: “Ahora solo un Dios puede salvarnos”.

Es cierto que el hombre puede adaptarse a casi todas las circunstancias; con todo, no es una hoja de papel en blanco sobre la que escribe su texto la cultura. Necesidades como la felicidad, la armonía, el amor y la libertad son inherentes a su naturaleza; y son también factores dinámicos del proceso histórico que, si de frustran, tienden a producir reacciones psíquicas y a crear, en definitiva, las condiciones adecuadas para los impulsos primitivos. Es el caso de Nicaragua y el atentado en la Catedral.  Vea la manía y la fuerza de las manifestaciones. Mientras las condiciones objetivas de la sociedad y de la cultura permanecen estables, el complejo social tiene una fusión predominantemente estabilizadora. Si las condiciones externas cambian de tal manera, que ya no encajan bien con el carácter social tradicional, – como éramos antes -, se produce un rezago que con frecuencia convierte la función social en un elemento de desintegración en vez de serlo de estabilización, en material inflamable, en vez de elemento de paz social. Y todo lo que estamos viviendo, viendo y oyendo, es profundamente inquietante. Y el discurso y las decisiones políticas no ayudan a la integración social, sino que empujan en sentido opuesto. Tan sencillo como el magno desma…. de las rutas troncales, caiga quien caiga por no usar palabras censurables. 

Los Gobiernos empiezan a ver cómo su capacidad de condicionar comportamientos para garantizar la salud pública empieza a menguar y el cumplimiento de las medidas más efectivas como la distancia social, las mascarillas y la higiene personal decrece en todo el mundo. Por el contrario, las protestas, el rechazo y el incumplimiento aumentan alimentados por la mentira y la desconfianza hacia la eficacia de las políticas públicas. La fatiga y la impaciencia, junto con el desánimo y el miedo al futuro, se extienden como otra y nueva capa pandémica: la emocional, escribe el autor citado. Me decía un joven médico: lo único claro en todo esto es que la pandemia nos agarró a todos como al tigre de santa Julia.

Comenzamos, entonces, a vivir en un mundo orwelliano, donde la mentira oficial busca crear una realidad paralela que a través de la reiteración del discurso se vuelve dominante, dice Sergio Ramírez. La facilidad para mentir, el descaro calculado con que se miente, es escalofriante. Es el mundo que describe Arendt en su famosa y multicitada obra sobre el tema. Simplemente no mencionando ciertos asuntos, ocultando los errores, observando silencios y restricciones mentales, creando cortinas de hierro entre el pueblo y los hechos, descalificando la opinión contraria, dejan el camino libre para la propaganda, recurriendo a la saturación mediática, y esta influye más que cualquier discurso por bien argumentado que esté, es la más vil forma de mentir. Se crean los mundos paralelos y nadie sabe dónde quedó la bolita excepto los amos. Es el mundo orwelliano. Y es tendencia de todos los gobiernos.

Obvio, todo en nombre del pueblo, por el bien del pueblo, el pueblo lo pide. Todas las revoluciones se han hecho en nombre del pueblo; la toma de las Tullerías, para no ir más lejos. Lenin fue un maestro en eso de el “pueblo” para inducir la revolución bolchevique que culminó con el asesinato vil de la familia real rusa. El resto lo conocemos. La revolución mexicana, abandonada a su suerte, después de Madero, no fue diferente y también conocemos el resultado. Hitler se hizo con el poder con la bandera de redimir al pueblo miserable y devolver el orgullo del poder alemán. Trump prometió hacer grande, de nuevo, a América.

Por ello me preocupa que nuestro presidente use tanto al pueblo para sus fines calculados. El pueblo canceló una cervecería y determinó el tren maya y un cambio de aeropuerto. Ahora el pueblo decide si se juzga a los expresidentes. Eso no está bien. Si se configura un delito, como todo parece indicarlo, el asunto está en manos de la justicia que ha de aplicarse sin más; el pueblo puede y debe pedirla, pero los tribunales deben impartirla sin cortapisas. De esa manera se evita que haya sesgos electoreros también en la impartición de justicia y deja de ser justicia.

El caso Lozoya se complica jurídicamente por las filtraciones y las señales, como buen beisbolista, del ejecutivo, y todo apunta al 2021. Hay otra carta en Miami. No. Los tribunales han de hacer, con total independencia, sin guiños, su trabajo y luego decir al pueblo, eso sí, aquí tienes a los que te robaron. Lo contrario es caminar por un camino fatigoso. La niebla es tan espesa, mire usted: Jesús Caraveo, el hombre que aparece en un vídeo rellenando maletas con billetes supuestamente enviados por Lozoya, logró también vincularse al nuevo Gobierno y obtuvo 14 contratos para proveer de material médico al IMSS. (El País). Lo contrario enrarece el ambiente y genera desconfianza. Y en ves de justicia, tenemos un salpicadero. En nombre del pueblo.