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El Sacerdote y el Psicólogo.

“Un buen médico o psicólogo sabrá orientar hacia un sacerdote y viceversa”, ha escrito Wenceslao Vial, sacerdote, médico y profesor en una universidad romana. Encontré la reseña de un su libro recién editado, “Madurez psicológica y espiritual”, donde trata el tema de la relación de salud entre el cuerpo, el alma y la psique.

¿Es posible diferenciar los problemas psicológicos de las dificultades espirituales? ¿Cómo se alcanza una personalidad madura? ¿Se pueden controlar la ansiedad y el estrés? Son algunas de las preguntas a las que el profesor Vial responde en su libro, escribe el presentador. Este sacerdote y médico asegura que “nuestra inteligencia y voluntad se asientan en el espíritu”. Cuando vivimos de acuerdo con ellas, sin dejarnos arrastrar por impulsos momentáneos, sentimientos o estados de ánimo, “somos más libres y equilibrados”. Asimismo, indica que “gran parte de la madurez consiste en comportarnos según lo que realmente somos y crecer en la dirección de un proyecto de vida hecho propio: es decir, ser buenas personas”. A mi juicio el planteamiento es muy simple, pero se requiere mucho más. Lo demasiado simple huele a superficialidad.

En la entrevista destaca ciertos elementos validos:

“¿De qué forma el cuidado de la vida espiritual ayuda a la serenidad y al equilibrio de las personas?

— Profesor Wenceslao: La dimensión espiritual refuerza la estructura de nuestra personalidad, hace que tiemble menos y resista las contrariedades. En ella se despierta la búsqueda del sentido de la vida y de lo que nos ocurre, que es el primer paso de la religiosidad: del anhelo innato que tenemos por Dios. Con ella también nos abrimos a quienes nos rodean. Esta apertura es propia de quien camina hacia la madurez y ha dejado de preocuparse solo por lo inmediato, por el “mío, mío…” a la manera de los niños.

Quien tiene la fortuna de encontrar a Dios y de aprender a quererle, ve más claro el objetivo de su vida. Se preocupa del presente con la esperanza de alcanzar una meta. Los cristianos, además, cuentan con Alguien que cambió la historia: por Él saben con certeza que Dios es bueno y misericordioso, que no pueden odiar a nadie en su nombre, que desea que le tratemos cada día y que nos espera en el cielo. Cristo es la fuente de serenidad, porque al conocer su ejemplo vemos quiénes somos y lo que estamos llamados a ser. Para muchos brilla un nuevo sol al leer el Evangelio, lo que requiere tiempo.

¿Y cómo se relacionan el espíritu y el equilibrio…?

— Profesor Wenceslao: Nuestra inteligencia y voluntad se asientan en el espíritu. Cuando vivimos de acuerdo con ellas, sin dejarnos arrastrar por impulsos momentáneos, sentimientos o estados de ánimo, somos más libres y equilibrados. Y en esto se descubre, paradójicamente, que el verdadero equilibrio requiere tensión: la tensión positiva de una persona que se esfuerza por tallar su modo de ser con la razón y la voluntad, por crecer en las virtudes, por amar, por perdonar, por sacrificarse en beneficio de otros.

¿Cómo se pueden diferenciar los problemas psicológicos de las dificultades espirituales?

— Profesor Wenceslao: El sufrimiento es similar. Una grieta en la dimensión física, psíquica o espiritual afecta a toda la persona. La angustia, el agobio, la pena o desconcierto de quien padece una depresión pueden ser iguales a las de quien no encuentra el sentido de su vida, o de quien solo piensa en sí mismo y cómo obtener placer; o quizá sean estos problemas, que llamaríamos espirituales, la causa de las molestias… De todos modos, quien pide luces a Dios, profundiza y estudia, conseguirá más fácilmente discernir por sí mismo y ayudará a otros con más eficacia.

No hay recetas prefabricadas. En ocasiones es evidente un fallo psicológico de base, otras veces la razón del malestar se descubre en un problema moral, o es la incoherencia, por ejemplo de una doble vida, la que nos rompe. En cualquier caso, habrá que tener en cuenta a la persona en su dimensión espiritual, su mundo de relación con Dios y con los demás, que puede ser normal o estar alterado por un proceso patológico o una deformación”.

“Lo suyo parece un problema de conciencia moral”, le dijo un médico a una persona que vino a verme: si es cierto, ¡cuánto bien puede hacer un comentario así! Y lo mismo he comprobado en el otro sentido: “Mira, lo que te pasa tiene seguramente muchas causas, pero te beneficiarás de un apoyo psicológico, o al menos duerme mejor, haz ejercicio regularmente, y sonríe…”. Ante la duda, un buen médico o psicólogo sabrá orientar hacia un sacerdote a quien le pide auxilio; y un sacerdote o director espiritual, a su vez, sabrá orientar en algunos casos hacia un profesional de la salud”. (Zenit.org).

Esta es una verdad del tamaño de una catedral; ¡Cuántas veces, el sacerdote sabe que tiene enfrente, no a un pecador, sino a alguien que requiere ayuda profesional, que requiere la ayuda del psicólogo! En 40 años de servicio, mi experiencia no puede fallarme. Y viceversa. El psicólogo ha de saber cuándo tiene ante él un problema que se origina en el caos emocional, en el descontrol moral. El psicólogo ha de saber que “el pecado” existe y que tiene una fuerza terrible que destruye la persona, que puede llegar a desdoblarla; ha de saber que el pecado no puede ser erradicado por la psicología, por más profunda que se autodenomine. La situación exige, que, tanto el cura como el psicólogo sean persona muy finas, de exquisita formación y sensibilidad, de honestidad probada, capaces de respetar escrupulosamente al «homo patiens». Me asusta pensar que por estos meses, los sacerdotes habremos de tratar, en el sacramento de la reconciliación,   a unos 12 mil niños y a otros tantos adolescentes, además de papás, abuelos y demás familiares y conocidos.

Padre, confieso que soy muy impaciente; ya no aguanto a mis hijos, no puedo con ellos, a veces quisiera…. (cualquier cosa): ya no puedo más. Y, a veces mi marido también la lleva por que no me ayuda. Pienso enseguida: esta buena señora ha de tener unos ocho hijos. Le pregunto, ¿pues, cuántos hijos tiene? Dos me responde, de 8 y 10 años, mientras se enjuga alguna lagrimilla.  ¿Ante qué estamos? ¿Descontrol de emociones, problemas afectivos, debilidad caracterológica, estrés, cansancio, insatisfacciones profundas y desconocidas, problemas personales no resueltos? ¿Podemos hablar de pecado, en sentido estricto? Y el pecado es la materia con la cual se conforma (ex qua) el sacramento de la reconciliación.

“Ansiedad, estrés… ¿Es posible aprender a controlarlo?

— Profesor Wenceslao: Es posible y necesario. Un poco de estrés o de ansiedad puede ser útil. Muchas veces nos han ayudado a estudiar con más decisión un examen o a correr para huir de un peligro. Otras, sin embargo, hemos experimentado el freno de los nervios: el pulso se acelera, se seca la boca y las palabras no vienen en el examen oral…, el sueño no llega a causa de ideas obsesivas, los pies no se mueven por el miedo paralizante ante un coche a toda velocidad…

El primer paso es no centrarse demasiado en el síntoma: cómo estoy, cómo me encuentro, cómo me siento; sino salir de uno mismo, mirar y servir a los demás. Luego, hay que cuidar algunos aspectos fisiológicos, como el sueño. Ayudarán la actividad física, un paseo agradable, las lecturas entretenidas (y no sólo “interesantes”), el cambio de actividades para no hacer siempre lo mismo… Es importante disfrutar de la vida sin concentrarse en el “disfrute”, en el placer fácil y de poca duración, sino en la vida misma: no dejarla pasar soñando con alternativas. Y, en lo posible, afrontarla desde la mañana con buen humor: que no parezca, nos diría el Papa Francisco, que nos lavamos los dientes con vinagre.

Hay que identificar las causas del estrés: tal vez el activismo, una labor frenética que contamina el propio tiempo y no deja espacio para los demás. Cuando, a pesar de los esfuerzos, notamos el freno de los nervios, será conveniente una consulta médica, pues hay numerosos factores psicofísicos capaces de producir ansiedad, y muchos remedios”.

¿Cómo se alcanza una personalidad madura?

— Profesor Wenceslao: Somos siempre personas y tenemos una personalidad: una forma de ser, que nos define ante nosotros mismos y ante los demás. Se va impregnando en el cuerpo y en el alma. Gran parte de la madurez consiste en comportarnos según lo que realmente somos y crecer en la dirección de un proyecto vital hecho propio: es decir, ser buenas personas.

No es como la madurez de los vegetales, que avanza sin retroceder, al calor del sol. Hay gente madura que vuelve a estar verde, buenas personas que dejan de serlo. Se requiere esfuerzo y tiempo, es un proceso que dura toda la vida. Hay que armarse de paciencia. Lo logra quien se empeña hoy y ahora por ser quien es. Si se transcurren las jornadas en el aburrimiento y la inactividad, como una fruta colgada de la mata, quizá nos sorprenderemos, un día, en el suelo, tristes y agrios. Aún entonces hay remedio, pero es mejor prevenir.

Nosotros no maduramos solos. Necesitamos de cuidados, de educación, del tiempo de los demás… Primero del cariño de los padres, luego, de quienes nos rodean y de la sociedad. Cuando se pone en peligro la identidad de los niños, y se los confunde en aspectos esenciales, como hacerles dudar de si son hombres o mujeres, se les causa un daño enorme, como ha puesto hace poco de relieve el colegio norteamericano de pediatría”.

¡Qué bueno es cortar con el exceso de ruido inevitable, con los mensajes y urgencias ineludibles, la publicidad interminable, los teléfonos móviles inapagables, los videojuegos impostergables!… Tantos “algarabía”, tantas voces que impiden oír a Dios y centrarse en lo importante. Con nuestras limitaciones y miserias, alcanzaremos la madurez, formándonos bien, rezando y con la ayuda de la gracia. Y para todo esto hace falta tiempo, que es mucho más que el oro.