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Ex. 20,1-17;  Sal. 18; 1Cor. 1,22-25; Jn.2,13-25

 

El templo de Jesús está hecho de piedras vivas. Se trata siempre del cuerpo de Cristo que crece en la humanidad con frecuencia incapaz de una transparencia total. Es un templo de rostros, de manos, de corazones y espíritus que se está construyendo siempre a través del encuentro, de la participación, de la escucha común del evangelio y la acción de gracias realizada en común.

 

 Ex. 20,1-17. EL SEÑOR PROMULGÓ ESTOS DECRETOS PARA SU PUEBLO –  El decálogo, no obstante que recoge leyes ya en vigor en otros pueblos como fundamento de la justicia civil, códigos hechos por los hombres, tiene la impronta del verdadero Dios, sobre todo al inicio donde se recuerda la Alianza que Dios hizo con el pueblo hebreo, una alianza intransigente que excluye cualquier otro compromiso. Excluye todas las escapatorias, todos los compromisos a medias hechos con cuentagotas. Pero el decálogo es un signo de la alianza más perfecta que Dios hará con los hombres en Jesucristo, sellada con la ley del amor, que nace directamente de Dios y del corazón del hombre.

 

Sal. 18. LA LEY DEL SEÑOR ES PERFECTA Y RECONFORTA EL ALMA. Ver más abajo.

 

1Cor. 1,22-25. CRISTO ES FUERZA Y SABIDURÍA DE DIOS. La locura del evangelio –  Los hebreos querían un Dios que resolviese sus problemas a golpe de milagros; pero en la cruz, Cristo calla. Los griegos querían un Dios que trajera la armonía al universo; y Cristo escoge el sufrimiento y la muerte. Tanto para unos como para otros, Jesús es un escándalo, una locura. También hoy se exige un Dios que se imponga, un Dios que explique todo y que de seguridad; buscamos un Dios como seguro contra todo riesgo, de cobertura total. La iglesia misma muchas veces tiene miedo de la propia pobreza y debilidad, y tiende a refugiarse en el poder, en el exhibicionismo, en el show, en lo espectacular. Sin embargo, en la eucaristía participamos del abajamiento de Cristo.

 

Jn. 2,13-25. El nuevo Templo – El templo muy pronto será inútil; no se trabará contacto con Dios en un lugar cerrado. Jesús mismos será la presencia de Dios para todos, siempre y en todas partes. La resurrección hará de su cuerpo el lugar del espíritu y en él la humanidad podrá alcanzar la plenitud. ¿Pero entonces, porqué Jesús defiende la dignidad del templo? El sostiene el sueño del A.T: un santuario sin rumor de dinero (Zc. 14,21), y símbolo de la santidad del Padre. Por lo demás, el templo es para muchos hombres el camino normal hacia una fe más sólida: es el camino de Nicodemo, de la samaritana y del funcionario real, los tres personajes que se encontraran en los capítulos siguientes del evangelio de Juan.

 

Los Mandamientos de la Ley de Dios son explícitos en la primera lectura y en el salmo. El Deuteronomio y el salmo 18 nos dicen que esos mandamientos, – ley, palabra o voluntad -, son la Sabiduría del pueblo en cuanto reflejan la voluntad de Dios firme y estable como el cosmos, perfecta y armoniosa; límpidos y brillantes son y hacen sabio al sencillo, más valiosos que el oro y más dulces que la miel. Y Pablo nos dirá que Cristo es la Sabiduría y fuerza de Dios, nuestra justicia y redención.

Es el tema de la primera lectura, los mandamientos de Dios, y del Salmo responsorial.  El salmo 18,8-11, es la enumeración mediante seis sinónimos para designar la ley del Señor y que expresa la totalidad y no busca la diferenciación. La ley del Señor es presentada como auténtico valor en sí, por su estabilidad, por sus efectos en el alma; por ser dicha ley revelación de la voluntad divina, no oprime al hombre, y el salmista puede experimentarla como «descanso, luz, alegría, justicia, rectitud, más valiosa que el oro y más dulce que la miel». Una línea de la homilía puede ser hablar de los “mandamientos”, tan olvidados. “Ponedlos por obra, que ellos serán vuestra prudencia y sabiduría ante los demás pueblos, que al oír estos mandatos comentarán: ¡Qué pueblo tan sabio y prudente es esa gran nación!”, (Dt. 4, 6-8; leer todo el cap. 4; es la teología del Deuteronomio).

La ley es la voluntad de Dios que se revela para ordenar la vida religiosa del hombre, su convivencia con Dios y con el prójimo: por eso es amable perfecta e inagotable la ley. La ley no es un orden objetivo impersonal, sino una realidad muy personal. La ley es parte de la alianza y parte de la revelación divina; es voluntad de Dios hecha para enseñar y guiar al hombre. Este puede ser un estupendo tema de predicación; después de todo, hasta la enumeración de los mandamientos se nos ha olvidado y si lo duda, haga usted una prueba este domingo y pregunte a uno de los asistentes a misa que los recite y nos vamos a llevar una sorpresa.

En cuaresma estamos llamados, también a revisar y, eventualmente, a corregir nuestra práctica religiosa. El tema de la autenticidad del culto, que debe corresponder a un interior orientado hacia Dios, es tema común en los profetas. (La unión de los mandamientos y la purificación del Templo apuntan en esta dirección). No podemos suplir con el culto la falta de amor. Los textos abundan. Hoy nos invitan a no desvincular nuestra vida de los mandamientos de Dios en nombre de una fácil práctica religiosa. Nos invitan a revisar, también, nuestro culto y los valores que transmitimos para no generar falsas expectativas, falsas seguridades. Frente a la palabra de Dios debemos estar disponibles y dejarnos modelar por ella. El culto encierra una cierta peligrosidad en cuanto que, puede generar una falsa confianza. No podemos decir que creemos en Jesús y no poner en práctica su palabra. “El que me ama cumplirá mi palabra”; “Dichosos los que oyen la palabra y la ponen en práctica”. Ver la breve parábola de la casa cimentada sobre roca o sobre arena (Mt. 7,24-28).

 La purificación del Templo. Joseph Blank comenta de la siguiente manera este pasaje: “Se toca aquí un tema fundamental en el evangelio de Juan: la revelación escatológica de Jesús significa el final del viejo culto del pueblo. Se prepara ya aquí la respuesta a la pregunta de la samaritana: dónde hay que adorar a Dios: en el monte Garisim o en el templo de Jerusalén”. «Créeme, mujer; llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre…..Llega la hora y éste es el momento, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en verdad; porque éstos son, precisamente, los adoradores que el Padre desea». (cf. 4,20-4) El enfrentamiento con la piedad judía del templo se prolonga a lo largo de todo el evangelio, alcanzando su clímax en los capítulos 7-10. Resulta imposible no descubrir en este episodio, también, el conflicto de la primitiva comunidad cristiana y el judaísmo.

 

¿De qué se trata, entonces? La única salvación que Dios ha dado al hombre es Cristo, y éste, muerto y resucitado. Él es el verdadero Templo de Dios en medio de nosotros, la comunidad de los creyentes es el templo de Dios; San Pedro nos recuerda que somos piedras vivas que entramos a formar parte en la construcción del templo de Dios para ofrecer sacrificios agradables al que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. Y Pablo nos recuerda que nuestros cuerpos son templos de Dios. Incluso, el mero cumplimiento material de los mandamientos no es ninguna garantía. El fariseo que fue a orar al templo le presume a Dios todas sus buenas obras, ha cumplido con todo lo que prescribe el ritual religioso, el ayuno, la oración, la limosna, el diezmo, sin embargo, no fue agradable a Dios. Se requiere, por lo tanto, el amor.

El episodio de la purificación del templo descubre, pues, el auténtico conflicto de Jesús con «los judíos» y el judaísmo en el conflicto con el templo como institución religiosa y por ende también con la jerarquía del templo. Según la exposición de Juan los verdaderos enemigos de Jesús no son tanto los fariseos y su piedad legal, cuanto el templo con su culto sacrificial y su «concepción ritualista de la salvación». Y es en este pasaje donde se desarrolla el verdadero conflicto.

Para una comprensión más clara del tema sería necesario exponer la importancia del templo en el judaísmo, de las creencias judías al respecto, de una forma más precisa y vasta de la que aquí nos es posible. Pero baste saber que el templo, no sólo como edificio sino como institución y como gran empresa religiosa, económica y política, lo veían como «absolutamente necesario para la salvación» cuantos pertenecían a esa empresa, desde los simples servidores o cantores del templo hasta la cima más alta de esa jerarquía, que era el pontífice. El mantenimiento ininterrumpido y absolutamente correcto del ritual diario «garantizaba como tal la salvación» de todo Israel. Ese es el supuesto ideológico fundamental sobre el que descansaba el templo como institución. (J. Blank. Evangelio Según

San Juan. 4/1A). Jesús declara abolida esa forma de pensamiento. No le ha sido dado al hombre sobre la tierra ningún otro «nombre» por el que pueda ser salvo, es decir, sólo Jesucristo es la salvación.

Después de todo Jesús no está haciendo nada nuevo. Ya los profetas habían denunciado «el peligro del templo». Es proverbial el pasaje de Jeremías 7, “el sermón sobre el templo”, en el que denuncia la falsedad de una concepción religiosa basada en los legalismos rituales y destacando la primacía, no exclusividad, sino primacía, de la conducta: “Examinad vuestra conducta y vuestras acciones y habitaré en este lugar. Y no os hagáis ilusiones con razones falsas repitiendo: «el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor». (v. 3-4). Si no hay un cambio en la actitud, en la conducta, el templo va ha ser destruido, como de hecho lo fue. “¿Creéis que es una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre?” (v.11. Leer 7,1-15) La única garantía frente a Dios es observar la justicia y la lealtMateos y, J. Barreto, sintetizan así su comentario episodio de la purificación del templo.

J. Mateos y, J. Barreto, sintetizan asñi su comentario episodio de la purificación del templo. “Desde el prólogo ha aparecido Jesús Mesías como el lugar donde reside la plenitud de la gloria de Dios (1,14.17), por eso Jn. comienza la actividad pública mostrando su incompatibilidad con el templo oficial. En aquella ciudadela del régimen judío y usando símbolos (el azote), que declaran su calidad de Mesías, propone abiertamente su intención y hace su denuncia, más con acciones que con palabras. Escoge una ocasión en que la ciudad está llena de peregrinos; quiere que su actuación sea una proclama que alcance a todos los ángulos del país.

 

Simbólicamente, con la expulsión del ganado, anuncia su propósito de liberar al pueblo de la explotación disfrazada del culto, denuncia el dominio del dinero y acusa a las autoridades religiosas de abusar de los pobres con el comercio de lo sagrado.

Por un lado, da a conocer al pueblo el verdadero carácter de la institución religiosa, preparándolo a aceptar el éxodo que él va a proponer más adelante; por otra, acusa a los dirigentes de haber desvirtuado la misión histórica del templo en beneficio de sus propios intereses.

La reacción de las autoridades es típica; en lugar de abandonar su evidente injusticia, se oponen a Jesús. De todos modos, el templo ha caducado; será la persona de Jesús la que lo sustituya, pues en él está el Padre presente. Dios se relaciona con el hombre dándole vida, no exigiendo muerte, habitará en el hombre mismo, no en edificios”.

En síntesis, «ha llegado la hora en la que los que den culto auténtico, darán culto al Padre en Espíritu y en verdad. Tal es el culto que busca el Padre» (Jn. 4,23), es decir, un culto que es posible por la fuerza del Espíritu “que ora en nosotros” y por “Nuestro Señor Jesucristo”.

 

Un minuto con el evangelio.

Marko I. Rupnik. sj.

 

Cristo hablaba de que su cuerpo es el templo del Espíritu Santo habitado por la plenitud del amor del Padre. Este templo, su cuerpo, es la humanidad de Cristo que será expuesta a los insultos y al mal del mundo hasta el punto de ser destruido hasta la muerte. Cristo en el Gólgota, colgado de la cruz morirá, pero resucitará con un cuerpo glorioso, resplandeciente, y todo lo que estaba destruido reaparecerá en un esplendor sin comparación.

 Este es para nosotros el único templo y nosotros somos sus piedras vivas. El bautismo nos inserta en este cuerpo, en el santuario del Espíritu Santo y del amor del Padre. Desde ahí podemos entendernos y percibirnos a nosotros mismos, en nuestra humanidad, en nuestra corporeidad, como parte del cuerpo de Cristo habitado por el Espíritu Santo, y desde ahí también podemos entendernos y percibirnos como Iglesia-comunión, como un organismo vivo que se refleja en el santuario que construimos. Precisamente por esto se nos llama a estar atentos a nosotros mismos y al santuario que construimos.