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Obra maestra de la narrativa bíblica. Pero ¿cuál es el sentido de este relato? Desde luego, no es una crónica. La liturgia interpreta el pasaje como la “manifestación” de la salvación de Dios, en el Verbo hecho carne, a todos los pueblos representados en esos misteriosos personajes. Es la fiesta de la «epifanía». El “mensaje” viene envuelto en un ropaje literario. Tal vez el sentido último e intención del autor sean lo dicho por Isaías: «Caminarán los pueblos a tu luz y los reyes al resplandor de tu aurora» (60,3) que se cumplen en el Niño que nace en Belén.

En estos personajes confluyen las profecías que bien podemos sintetizarlos en las palabras de Isaías: «Te inundará una multitud de camellos y dromedarios, procedentes de Madián y de Efa. Vendrán todos los de Saba trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor». (Is. 60,1.5). O también: “que los reyes de Tarsis y de las islas/ le paguen tributos/ que los reyes de Saba y de Arabia/ le ofrezcan sus dones/, que se postren ante él todos los reyes”, (sal.72,10). Taes profecías son la materia prima para crear el relato. No deja de presentirse un trasfondo regio, mesiánico en todos estos textos. Pero también está el hecho de que estos misteriosos personajes sean llamados, sin más, “magos” y de “Oriente”, nunca se les llama reyes, y los magos se dedican a la magia; además son guiados por una “estrella”, es decir, por la astrología. Cabe una hipótesis de lectura.

La profecía de Balaán. Balaán era un vidente, no judío, servidor del rey de Moab, posiblemente babilonio, la patria de la magia y la astrología, al que se le pide que maldiga a Israel, pero en vez de maldición, el vidente pronuncia esta profecía desconcertante: «lo veo, pero no es ahora, lo contemplo, pero no será pronto: avanza una “estrella” de Jacob, y surge un cetro de Israel» (Num. 24,17). Ve en un horizonte lejano, impreciso, levantarse un reino y un rey en Israel. Esta profecía tiene un fuerte sentido regio y mesiánico; raro que un profeta extranjero contratado para maldecir a Israel, la pronuncie. ¿No vemos en tal profecía el anhelo de la humanidad de un reino de paz y de justicia? Los Magos llegan buscando al “rey de los judíos que acaba de nacer” porque han visto una “estrella en Oriente”. ¿Cómo se ha de leer estos datos que para la astronomía y la historia modernas es imposible comprobar? ¿Estamos frente a una creación caprichosa y nada creíble? ¿O más bien, ante un relato densamente simbólico que expresa una novedad radical anunciada ya en la Escritura, y que ahora tiene cabal cumplimiento en el Niño que nace y por ello nace un nuevo eón?, ¿no será la respuesta definitiva a los anhelos más profundos de la humanidad, anhelos de paz, de justicia, de belleza, de verdad? Ese Niño es la única y definitiva respuesta de Dios. Ya no serán las fuerzas de la naturaleza ni las estrellas ni la potencias demoníacas y anónimas de universo quienes guíen el destino del hombre. Las fuerzas cósmicas y los sabios llegan y se inclinan ante el Niño.

Gregorio Nacianceno (329-390): dice que, en el momento mismo en que los Magos se postraron ante Jesús, la astrología había llegado a su fin, porque desde aquel momento las estrellas se moverían en la órbita establecida por Cristo”. En el mundo antiguo los cuerpos celestes eran considerados como poderes divinos que decidían el destino de los hombres. Los planetas tienen nombres de divinidades. Según la opinión de entonces, dominaban de alguna manera el mundo y el hombre debía tratar de avenirse con estos poderes impersonales. La fe en el Dios bíblico realiza muy pronto una desmitificación al llamar con gran sobriedad al sol y a la luna – las grandes divinidades del mundo pagano – «lumbreras» que Dios puso en la bóveda celeste. (cf. Gn. 1,16s). Y a las constelaciones las llama “sus ejércitos”. “Conoce a todas las estrellas y las llama por su nombre”, dice un salmo.

Al entrar en el mundo pagano, el cristianismo debía abordar de nuevo la cuestión de las divinidades astrales. Por eso Pablo insiste con vehemencia en sus cartas, sobre todo en Colosenses, en que Cristo resucitado ha vencido todo principado y poder del aire, domina a los ángeles (demiurgos) y todo el universo. También la estrella que guía a los Magos está en esta línea: no es la estrella la que determina el destino del Niño, sino el Niño quien guía la estrella. Si se quiere puede hablarse de una especie de punto de inflexión antropológico: el hombre asumido por Dios en Cristo, Dios y hombre es más grande que todos los poderes del mundo material y vale más que el universo entero. «El él se esconden todos los tesoros del saber y el conocer» (Ef.2,3).

Al irrumpir el cristianismo en el mundo mediterráneo, la magia dominaba todo el espectro religioso. Estas religiones procedían de Frigia, Siria, Egipto y Persia, las más importantes son las siguientes: a) el culto a la “gran diosa madre” frigia, Cibeles, y su favorito, Attis. b) el culto sirio de Adonis y Atargatis. c) el culto egipcio de Isis y Osiris. d) y el culto irano-persa de Mitra. (Zoroastro o Zaratustra. Éste fue el más poderoso enemigo de cristianismo.) Por otra parte, la condena bíblica sobre la brujería, sortilegios, astrologías y cosas de esas es absoluta; abiertamente se condena ese intento porque la fe bíblica nos dice que la suerte, el destino y la vida del hombre están solo en las manos de Dios, Padre nuestro, y no sometidas a poderes astrales o demoniacos anónimos. Puede leerse el estrujante oráculo de humillación contra Babilonia y sus magos y la desgracia con la que es amenazada (Is. 47,1-15).

Con este telón de fondo podemos preguntarnos ¿cuál fue la intención de Mateo al trazar el relato de los Magos? Creo que, junto a las profecías bíblicas sobre el rey mesiánico, ante quien habría de doblarse toda rodilla, está también el mensaje de que, con este Niño, Dios da la respuesta definitiva al problema del hombre, sobre el sentido de su vida y de su destino. El anhelo de inmortalidad que ofrecían los misterios griegos, la magia, las filosofías religiosas, y sobre todo Mitra, habían fracasado estrepitosamente y hundido en dolorosas degeneraciones. Con este trasfondo emerge el cristianismo con su mensaje que lleva a Pablo a exclamar: «Ya que habéis resucitado con Cristo buscad los bienes del Cielo donde está Cristo, y no los de la tierra».

Un teólogo del siglo VI escribió: “En este sentido el Apóstol, consciente de toda la virtualidad de este misterio, dice: Jesucristo es el mismo hoy ayer y siempre, es decir, que se trata de un misterio siempre nuevo, que ninguna comprensión humana puede hacer que envejezca.

Cristo, que es Dios, nace y se hace hombre; en el Oriente una estrella brilla en pleno día y guía a los magos hasta el lugar en que yace el Verbo encarnado; con ello se demuestra que el Verbo, contenido en la ley y los profetas, supera místicamente el conocimiento sensible y conduce a los gentiles a la luz de un conocimiento superior”.

El evangelio de Mateo, que es redactado en el ambiente dominado por las tendencias mágicas orientales ya mencionadas, tal vez, y a su manera, trate de decirnos precisamente eso: que el misterio del hombre, su anhelo infinito de felicidad y plenitud, de inmortalidad, igual sus miedos y temores, su vida y su muerte, tienen su respuesta plena en el Niño que visitan los “Magos” reconociéndolo como Rey y ofreciéndole regalos: oro, incienso y mirra. Pero, sobre todo, su reconocimiento.

“Nos queda una idea decisiva, escribe B.XVI: los sabios de Oriente son un inicio, representan a la humanidad cuando emprende el camino hacia Cristo, inaugurando una procesión que recorre toda la historia. No representa únicamente a las personas que han encontrado ya el camino que conduce hasta Cristo. Representan el anhelo interior del espíritu humano, la macha de las religiones y de la razón humana al encuentro con Cristo».

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Este viernes, El Diario, nos ha ofrecido un deleite de excepción en el artículo de Lee Siegel, agudo crítico de la cultura – y vaya que nos hacen falta esas personalidades. Y esto debido a que el fundamentalismo y su primo el fanatismo, no son cosas solo de las religiones. Cuando no se puede disentir ni opinar ni criticar, estamos en el totalitarismo. Una sociedad donde es posible la disensión tiene más posibilidades de salud democrática. “¿Por qué Estados Unidos está tan deprimido?”. “Cada quien tiene su propia definición de crisis política. La mía es cuando nuestra salud mental colectiva comienza a tener un profundo efecto en nuestra política, y viceversa”. Tal es la tesis. El número de los americanos con trastornos mentales es muy alto, más cada vez. En estas circunstancias todo puede suceder: hay miedo, inseguridad que brota de todos lados, hasta de la falta de dinero para pagar al siquiatra. Así, “De esta oscura mentalidad surgió el hambre de una figura fuerte y vengativa cuya llegada ha enviado ondas de choque aún más desgarradoras a la sociedad. Si Trump es realmente un enfermo mental, como afirman muchos de sus críticos, puede ser el líder más representativo que hayamos tenido”. El artículo es de lectura obligada. Esta locura la vemos en la guerra que se ha abierto en Oriente Próximo. Y ve en serio. Eso solo crea más incertidumbre, más miedo.