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La figura idealizada de Hidalgo, el fragor sangriento de la batalla y la manipulación de la historia nos han impedido ver a personajes clarividentes cuyas opciones eran más razonables. Su propuesta, como sucede siempre, topó con la estupidez y terquedad del poder.

No sé que extraño sino condena a los poderosos a absolutizar su visión y descalificar todo lo que difiera de sus juicios; Alejandro no escuchó, tampoco César; Napoleón se hundió en su soberbia, Hitler en su locura demoniaca lo que determinó el fracaso total. Desde ellos hasta los epígonos ridículos y trágicos, al estilo de Ortega o Maduro y los demás;  y ¿el pueblo?; el pueblo siempre es el pueblo, es decir la víctima que trágicamente elige a sus verdugos.

En nuestro caso fue el retrasado mental, Fernando VII, quien no escuchó las advertencias; y ni podía hacerlo siendo como era, un títere, literalmente, de Napoleón. Un imperio en tales manos, con Inglaterra fortaleciendo su imperio y dueña el mar, el final era inminente. Súmese a esto las desigualdades e injusticias vividas en las colonias y virreinatos.

Manuel Abad y Queipo (Asturias 1751-Toledo 1824), fue uno de esos visionarios iluminados. Ordenado sacerdote en Cataluña fue destinado a América. Allí fue elegido obispo de Valladolid, hoy Morelia. Propuso diversas reformas en la administración para evitar la insurrección de los nativos, mostró a Fernando VII (1814) su desacuerdo con la actuación del virrey Calleja, lo que le valió ser acusado de traición por el Santo Oficio, (otros pillos redomados), pues propugnó ante la Regencia una legislación agraria que permitiese el reparto a los indios de tierras realengas y su acceso al cultivo de los latifundios, (un poco antes que la demagogia revolucionaria y sucesores). ¿Ve usted? Tampoco hoy se entiende el problema; antes en Madrid, ahora en CdMex. En 1816 fue nombrado ministro de Gracia y Justicia por F. VII, aunque sólo ocupó su cargo durante tres días, ya que fue destituido. Dice JV. en España: Desde Cervantes, el talento en la cárcel, y la estupidez en el gobierno.

Tras producirse el levantamiento y haber criticado la actuación española tuvo que afrontar varias acusaciones ante la Inquisición, a pesar de su postura contraria a la sublevación y de haber excomulgado al insurgente Miguel Hidalgo. Finalmente, fue absuelto de la acusación de traición a la corona, pero la Sagrada Congregación del Índice prohibió su obra titulada Breve exposición sobre el Real Patronato y sobre los derechos de los obispos electos de América, que en virtud de los reales despachos de presentación y gobierno administran sus iglesias antes de la confirmación pontificia. ¡Ah! ¡El Real Patronato! Diabólico invento para controlar a la iglesia desde la Corona con la anuencia de Concordatos.

En 1820 fue designado obispo de Tortosa, aunque ocupó el cargo de manera informal durante el Trienio Liberal, ya que no recibió la confirmación papal. En 1823, perseguido de nuevo por los absolutistas, fue recluido en el monasterio toledano de Sisla, donde pasó sus dos últimos años de vida y donde falleció antes de cumplir la condena de 6 años que le había sido impuesta.

Abad y Queypo fue el auténtico cerebro de las luchas de independencia “Quien llevaba la batuta en aquél primer interesantísimo periodo era el prebendado Dn. Manuel Abad y Queypo, español peninsular de talento claro y extraordinario, de aspiraciones muy amplias y desinteresadas”.  El convirtió a Valladolid en el verdadero foco de las luchas libertarias.  Hidalgo y Morelos pertenecían al clero de Morelia. Con mucha razón escribía el Virrey Venegas al ministro de guerra; «que la ciudad de Valladolid había sido el origen de la revolución y el constante foco de ella».

Lo que denunciaba el Arzobispo tiene vigencia permanente. En innumerables cartas Abad y Queypo hizo notar a el Rey la situación que guardaba el Virreinato de la Nueva España para llamarle la atención con el fin de que pusiera remedio a las situaciones de pobreza, injusticias y explotación. (y tovia). Sus escritos son verdaderos ejemplos de análisis estadísticos científicos y de una precisa observación de la realidad.  Veamos un ejemplo de ello. Escribe al Rey: «Permítame V. M. eleve a su alta consideración y soberano juicio una verdad nueva, que juzgo de la mayor importancia, y es que las Américas ya no se pueden conservar por las máximas de Felipe II».  Este fragmento es un acabado ejemplo de sabiduría política. Los tiempos cambian y con ellos las circunstancias y la oportunidad de las leyes y costumbres de otros tiempos. Con Carlos V y Felipe II las cosas eran unas; ahora, con las nuevas circunstancias, todo ha cambiado y si no se tiene ni visón ni capacidad para el discernimiento y todo corre peligro. Continúa Abad y Queypo: «que cese para siempre el sistema de estanco de monopolio y de inhibición general que ha gobernado hasta aquí, y ha ido degradando a la Nación en proporción a su extensión y progresos, dejándola sin agricultura, sin artes, sin industrias, sin comercio, sin marina, sin arte militar, sin luces, sin gloria, sin honor, fuera de algunos cortos intervalos en que se relajó algún tanto por la sabiduría de algunos soberanos.  Es necesario, pues, un nuevo sistema más justo….; pero también más vigoroso y enérgico. Dígnese V. M. de sentar siquiera las bases de un sistema sabio, generoso, liberal y benéfico…. Dígnese, pues, V. M. obrando en consecuencia, declarar que las Américas y todos sus habitantes libres e ingenuos, deben gozar de todos los derechos generales que conceden nuestras leyes a las provincias de la metrópoli y sus habitantes».

Tal texto puede ser hoy una proclama nacional. Lo que está pidiendo el Obispo de Valladolid en las últimas palabras de este párrafo es que los habitantes de “las Américas” tengan los mismos derechos que los habitantes de Madrid y de las Provincias españolas.  Es un texto que con algunos cambios se lo entregaría como programa a cualquier gobierno actual, porque se trata de la reivindicación de los derechos humanos, de la igualdad de todos los habitantes de “las Américas” y de una visión de gobierno que ha de ajustarse a nuevas realidades; cuando las circunstancias cambian, no se puede seguir gobernando con los mismos esquemas. Visión, decisión y acción. Atención al cansancio, al hastío, a la pobreza y desencanto del pueblo.

En la Corona Española se hizo realidad el refrán siciliano: “El pez se pudre primero por la cabeza”; o lo que decía Fuentes Mares: “cuando Dios quiere perder a alguien, primero lo apendeja”; lo primero que se echa a perder de un pescado es la cabeza y lo primero que se echa a perder, o se apendeja, de una sociedad, es su clase dirigente, política y social, volviéndose incapaz de discernir los signos del tiempo.

El siguiente texto de Abad y Queypo nos da una idea de lo que era La Nueva España en el contexto de Imperio Español y la injusticia que no alcanzaba a ver La Corona. «Es indudable que la Nueva España contribuye indirectamente con una sexta parte de la renta Real de la Península, por lo derechos que adeudan en aquellos puertos los frutos y efectos nacionales y extranjeros que consume, y la plata y frutos propios que introduce en ellos. Contribuye directamente con más de 20 millones de pesos anuales, suma verdaderamente excesiva si se atiende a que recae casi toda sobre las clases que representamos, y no componemos los dos décimos de la población, respecto a que los 8 décimos restantes son tan miserables que apenas contratan ni consumen. Con esta suma sostiene la Nueva España las atenciones de policía, administración de justicia y su propia defensa en tiempo de paz y de guerra. Ha sostenido y sostiene otras posesiones, como son Manila, Luisiana, Las Floridas, Trinidad, Puerto Rico, Santo Domingo y la Habana, en cuyos astilleros se construyó con los pesos mexicanos la mayor parte de la Real Armada. Y después de cubiertas sus propias atenciones y de haber gastado en las ajenas cerca de 4 millones anuales, ha remitido a la Metrópoli otros 6 que han entrado libres al Real Erario… En suma, la Nueva España lleva más de dos siglos que, sin haber dado motivo a que la Metrópoli gaste un solo peso en su defensa, ha contribuido, por término medio, o de un año común, con 8 millones de pesos, es decir, más del duplo de todos los productos libres de las otras posesiones ultramarinas. Resultado verdaderamente feliz y tan peregrino, que no tiene ejemplar en la historia de todas las colonias antiguas y modernas».

El gobierno español fue incapaz de ver la situación y lo perdió todo; en las manos de un inepto se derrumbó el imperio. Abad y Queypo se opuso con todas sus fuerzas al movimiento armado. Y tenía razón. Tal vez por ello advirtió tan agudamente a las autoridades imperiales sobre la situación; quería evitar la guerra. La guerra de independencia duró 10 años y fue y como toda guerra, destructiva y engendradora de odios permanentes. Y las consecuencias fueron funestas.