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Salmo 117.  Un salmo de Resurrección.

Meditación.

Liturgia de Acción de gracias.

Un individuo importante, tal vez el rey, viene a dar gracias. Lo recibe el coro entonando por grupos la fórmula clásica del género «Eterna es su misericordia». El personaje cuenta su liberación, que el coro interrumpe con un estribillo de canto de victoria. El personaje llega a la puerta, donde se desarrolla un breve diálogo. El coro canta y avanza en procesión hacia el altar.

Esta magnífica liturgia de acción de gracia ha sido genérica en sus explicaciones: habla de peligros, de ataque enemigos, de liberación de la muerte. Pero es muy clara en su tema central: victoria de Dios, día en que actúa Dios, milagro patente. Y también es explícita la participación gozosa de toda la asamblea. Si queremos llenar de sentido este salmo, tenemos que pensar con la liturgia cristiana en la gran victoria sobre los enemigos y la muerte, en el gran día en que actuó el Señor: en la Resurrección de Cristo. Este es el milagro de los milagros, y la victoria de las victorias, cuando Cristo desechado se convierte en piedra angular (Mt. 21,42; Hech 4,1).

Este es el día de los días que ordena todo el ciclo del año, y conmemoramos cada semana como «día del Señor» o «dies dominica» (domingo). Por eso se reza este salmo en el oficio dominical, como salmo de resurrección. Cristo resucitado encabeza la procesión de la humanidad para dar gracias al Padre, para hacer a todos partícipes de su gozo y de su propia victoria. Salmo pascual, pues, que lo leeremos con mucha frecuencia durante este tiempo.  Este salmo domina la Octava de Pascua y domina toda nuestra vida como acción de gracias. Recémoslo dándole gracias a Dios unidos a toda la Iglesia.