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 ¡Oh tiempo, detente! Goethe

En la sociedad se ha instalado un culto a la productividad, al beneficio y a la rapidez que ha arrastrado a la enseñanza a primar la lógica del mercado y el beneficio y a olvidar que la enseñanza es una forma de humanizar la vida, escribe en breve ensayo Nuccio Órdine, filósofo y profesor que es de la U. de Calabria.

Me gustó este escrito por el tema y por lo bien salpicado que está de muy interesantes citas de los maestros que en el mundo han sido y siguen siéndolo. Tal vez la característica de nuestra cultura es que “no tenemos tiempo”, que no nos alcanza el tiempo, que se nos acaba el tiempo, que tampoco tenemos tiempo para el “Dueño” del tiempo; solemos decir que ni para comer tenemos tiempo etc., y ello me recuerda una breve novelita alemana que leí hace “mucho tiempo” de cuyo título ni me acuerdo, pero el tema era el ambiente de un pequeño reino en medio de un hermoso y espeso bosque, donde sus habitantes tenían tiempo de sobra; había mucho tiempo, tiempo para todo, todos tenía el tiempo que quisieran. Disfrutaban, disponían del tiempo. Un buen día comenzaron a llegar unos pequeños duendes malvados cuya intención era robarse el tiempo y poco a poco acabaron robándoselo todo a grado que aquella gente ya no tenía tiempo, se quedó sin tiempo. Se acabó con el tiempo y solo quedó algún residuo y el recuerdo de cuando todos tenían tiempo. Me pareció entonces ser una novelita para niños, pero en realidad, como las novelas para niños, – Platero y yo, ¡belleza sublime! – resultan demasiado para los niños, pero contienen mensajes decisivos.

Y recordé mi ya lejana infancia. Leí desde niño; leía siempre. Tenía tiempo. Me veo leyendo La conquista del Polo Norte o algo así, que representa la victoria de la persistencia, la capacidad de aguante, superación de todos los obstáculos. En el descubrimiento del Polo Norte están escritos los capítulos de la última de las grandes gestas geográficas del hemisferio occidental. Creo que el héroe al final murió. ¿El autor?, en verdad no lo recuerdo. Tampoco sé cómo llegaron a nuestra casa algunos ejemplares de la obra de Emilio Salgari, prolífico y genial escritor italiano según vine a saber después. Imposible enumerar sus obras, aventuras en el Far West o de piratas, el Tigre de la Malasia, escenarios exóticos, Sandokan, etc., todo hacía volar mi imaginación infantil. Mi sala de lectura era el segundo patio de la casona o corral, sentado en una piedra, bajo el sol. Y sentía que viajaba en los trineos por las nieves del Polo Norte, o que iba al abordaje con los piratas o que acompañaba a Sandokán o cabalgaba por las praderas del lejano Oeste. De ahí pasaba a leer la Breve Historia de México, creo que de C. Alvear Acevedo y cuando, hablando del Virreinato se refería a la Metrópoli, yo me preguntaba ¿qué será eso de Metrópoli? Y nadie me sabía decir. Se disponía, pues, del tiempo, había tiempo. No llegaban aún los duendecillos que acabarían robándonos el tiempo. ¡Ah! Ya acordé del título: Ladrones del tiempo.

Resulta más fácil comprender el mensaje y sacar consecuencias de esa novelita que de la consideración filosófica, o de la crítica a una cultura a la que ni el covid logra frenar en su loco frenesí de diversión y de evasión. Una cultura que sufre y está dispuesta a retar al virus antes que permanecer en casa porque, ¡qué ironía!, no se sabe qué hacer con el tiempo cuando éste se hace posible.

Ante la aceleración que caracteriza a la sociedad actual, ¿cómo puede interpretarse una decisión que invita a recuperar el tiempo y colocarse, aunque sea por un instante, “fuera de él”? se pregunta Órdine. Por ejemplo, apagar el móvil durante unas horas, quedarse sin enviar ni recibir mensajes, sin llamar ni responder llamadas, sin escribir ni leer correos. Una ocasión valiosa, precisamente, para “perder el tiempo”. Observar un bello atardecer del desierto, ver las acuarelas que Dios nos pinta cada tarde; ver salir la luna llena detrás de una montaña o admirar los majestuosos revoloteos de un pájaro en el aire, parecen experiencias incompatibles con una economía basada en “ganar tiempo”. Al leer me levanté del escritorio y salí, a medio día, a ver el hermoso cielo azul que nos cubre; no obstante, el horrible tendido eléctrico, tétrica telaraña, ¡qué azul tan bello, qué intensidad y serenidad! ¡Qué profundo el cielo de Chihuahua! Pero ¿no suena ridículo hablar de ello? Son las actividades que no entran en la lógica de la productividad. La pregunta siempre es la misma: ¿para qué sirve? ¿Para qué sirve leer una poesía, escuchar música o admirar una obra de arte? Se considera que estas actividades son “improductivas” y que, por tanto, quien renuncia a aprovechar al máximo su tiempo termina por desperdiciarlo innecesariamente.

No hay más que reflexionar sobre el destino de la escuela y la universidad, centro de atención debido a la segunda ola de la pandemia, para comprender a fondo las consecuencias de una lógica basada en las exigencias del mercado y el beneficio. ¿Cómo se interpretaría hoy la provocación profética de Rousseau? “¿Me atreveré a exponer aquí – dice en el Emilio— lo que ordena la mejor, la más importante, la más valiosa regla de toda la educación? ¡No ganar tiempo, sino perderlo!”.

Me complace añadir a estas provocaciones las reflexiones brillantes de un gran novelista, Ch. Dickens. En Tiempos difíciles (1854) ya se atisban los peligrosos gérmenes de una concepción utilitarista y mercantilista de la enseñanza. Estamos en Coketown, en el Reino Unido. Una ciudad industrial en la que solo importan los hechos, el dinero, la producción y el mercado: “Hechos, hechos, hechos en todo el aspecto físico de la ciudad; y hechos en todo el aspecto espiritual. La escuela de M’Choakunchild era todo hechos, la escuela de dibujo era todo hechos, las relaciones entre amos y trabajadores eran todo hechos, todo era hechos, desde el hospital en el que se nacía hasta el cementerio, y lo que no podía traducirse en cifras o no se podía adquirir más barato o vender más caro no existía ni debería existir jamás, por los siglos de los siglos, amén”. Cada mañana nos despertamos con la agenda de todos los ‘hechos’ a realizar a lo largo del día.

La velocidad es cada vez más la expresión de poder social, la eficacia, el ahorro de tiempo. Frenar, hoy, significa “perder tiempo”. Y, sin embargo, si lo pensamos bien, el conocimiento, las relaciones humanas y nuestra relación con la vida necesitan sobre todo “lentitud”. Bastaría releer el bellísimo elogio que dedica Nietzsche a la filología en ‘Aurora’ para comprender la importancia esencial de lo lento.

Así llegamos a estas fiestas navideñas; llegamos bajo amenaza. El 69% de los contagios en C.deMex., se dieron en reuniones familiares y fiestas. Tampoco en el rubro de fiestas queremos perder tiempo. Estas fiestas invitan más al silencio, a la serenidad. Los mensajes más trascendentales vienen del silencio. Jesús, el Hijo de Dios, entra en nuestra historia en el silencio de una fría noche; María y José callan ante lo tremendo del misterio que se desarrolla en un establo miserable; nadie se dio cuenta; los historiadores profanos no lo detectaron. Los pastores, atónitos. Filósofos, potas y profetas habían intuido algo, pero no sabían a ciencia cierta qué o cómo sería aquello. Una actitud de silencio y sobrecogimiento sería lo mejor para celebrar, hoy, la Natividad: paz, adoración y contemplación.

Salirse del tiempo. El silencio, la quietud, tienen un gran valor. B.XVI es un bello ejemplo de ello. El silencio de una de las mentes más brillantes de nuestro tiempo es un mensaje; retirado en un convento: dejar a Dios ser Dios. “Que hace durante la semana, pregunta Seewald, a B.XVI; y él responde: orar con más calma y preparar la homilía del domingo. Ud., ¿preparar la homilía para cinco monjitas? Para cinco o cincuenta mil, es lo mismo, contestó B.XVI”. Quizá esta sea la forma de ganar el tiempo. En el lento pasar de las horas, B. XVI, “en su camino hacia la casa del Padre”, está recogiendo lo sembrado a largo de toda una vida activa y fecunda, lo hecho en el tiempo, para entregarlo al Dueño del tiempo.   

“Todo tiene su tiempo y su sazón, todas las cosas bajo el sol. Hay un tiempo de sembrar y tiempo de recoger”. (Qohelet 3,1).

¡Sabia virtud de conocer el tiempo!  ¡Feliz Navidad!