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Nota bibliográfica. En mi entrega pasada señalé algunos sounds bite del pensamiento de Marcuse, “el campeón de la liberación sexual” y de la idea de “la tolerancia represiva”, que así se le conoce. (ver: “Marcuse y la generación de la protesta. El filósofo de la rebeldía juvenil”. Hugo E. Biagini).

El señor J. Ransom Becker,- gracias -, me envió un ensayo: The New Dark Age. The Frankfurt School and ‘Political Correctness’ de Michael J. Minnicino. Perturbador escrito. No es algo que se desconozca del todo, pero los datos son de pesadilla. El extenso ensayo presenta a la Escuela de Fráncfort como la retorta del nuevo pensamiento crítico, presupuesto teórico de las revueltas de los 60s. No son solo ideas; Minnicino inicia así: “The people of North America and Western Europe now accept a level of ugliness in their daily lives which is almost without precedent in the history of Western civilization. The New Dark age”.

En efecto, Rolf Wiggershaus presenta su obra Die Frankfurter Schule, 950 páginas, así: “Escuela de Fránckfort y Teoría Crítica: cuando mencionamos estos conceptos se nos viene a la mente algo más que un paradigma de las ciencias sociales, pensamos más bien nombres, Theodor Ludwig Wiesengrund Adorno, Horkheimer, Marcuse, Lukacs, W. Benjamín, (todos judíos), Habermas, etc., y se nos despiertan asociaciones de tipo: movimiento estudiantil, disputa con el positivismo, crítica de la cultura, emigración Tercer Reich, judíos, la República de Weimar, marxismo, psicoanálisis”.

Entonces hay mucho mar de fondo. El ensayo de Michael J. Minnicino, pone a Marcuse en el peor de los papeles, describe el rol lamentable que desempeñó en la postguerra. Eros y Civilización, su obra clave, se lo financió la Fundación Rockefeller. Pero mi intención no es discutir sobre las revueltas de los 60s. Ello exige mucho tiempo, espacio y capacidad. Yo trabajo sobre el texto de B.XVI citado antes.

Me llamó poderosamente la atención lo dicho por B.XVI en el documento citado, que ha de leerse íntegro para comprender el antecedente y las consecuencias en el ámbito eclesial, en la teología moral, sobre todo: “Intento mostrar que en la década de 1960 ocurrió un gran evento, en una escala sin precedentes en la historia”. Esto es indiscutible. No lo dice un amateur. Pero, si bien el impacto fue a todos los niveles, B.XVI se centra en su repercusión en la iglesia, en la vida formación y de los sacerdotes.

“Se puede decir que en los 20 años entre 1960 y 1980, los estándares vinculantes hasta entonces respecto a la sexualidad colapsaron completamente, y surgió una «nueva normalidad» que hasta ahora ha sido sujeta de varios laboriosos intentos de disrupción”. Y añade el papa emérito algo de verdad desconcertante: “Parte de la fisionomía de la Revolución del 68 fue que la pedofilia también se diagnosticó como permitida y apropiada”. Un extenso estudio desde el punto de vista legal, realizado por especialistas de la U. de Lovaina (NRT), demuestra que en esos años los delitos de impacto eran el fratricidio y el parricidio. A mediados de los 80s. se presentaron las primeras denuncias de pederastia en los clérigos y los obispos de USA visitaron al papa dado que Derecho Canónico no era suficiente para enfrentar esos casos.

Con un movimiento cuyo denominador común era la rebelión, con la liberación de la pornografía, el impacto fue terrible en el ente familiar: “Para los jóvenes en la Iglesia, para la familia, pero no solo para ellos, esto fue en muchas formas un tiempo muy difícil. Siempre me he preguntado cómo los jóvenes en esta situación podían acceder al sacerdocio y aceptarlo con todas sus ramificaciones. El extenso colapso de las siguientes generaciones de sacerdotes en aquellos años y el gran número de laicizaciones fueron una consecuencia de todos estos desarrollos”.

En situación tan greve, sucedió lo peor. Siempre en el mundo de los principios: “Al mismo tiempo, independientemente de este desarrollo, la teología moral católica sufrió un colapso que dejó a la Iglesia indefensa ante estos cambios en la sociedad. Trataré de delinear brevemente la trayectoria que siguió este desarrollo”. «La opción por la ley natural fue ampliamente abandonada, y se exigió una teología moral basada enteramente en la Biblia». Este es el punto más fuerte y más desarrollado del documento. Se olvidó que la gracia supone la naturaleza. Que la gracia es un don concedido por Dios a la creatura racional. Se olvidó que existe la “corrupción del sujeto” que lo inhabilita como destinatario de la gracia divina. Se olvidó la tradición filosófico-teológica de siglos y se cayó en “una moral de cálculo”, de situación.

Con la Biblia sola la moral no se puede expresar sistemáticamente. “En consecuencia, ya no podía haber nada que constituya un bien absoluto, ni nada que fuera fundamentalmente malo; (podía haber) solo juicios de valor relativos. Ya no había bien (absoluto), sino solo lo relativamente mejor o contingente en el momento y en circunstancias”. ¿No estamos en este punto? La crisis fue terrible en el ámbito de la teología moral, fue el punto decisivo. “Todo esto permite ver cuán fundamentalmente se cuestiona la autoridad de la Iglesia en asuntos de moralidad. Los que niegan a la Iglesia una competencia en la enseñanza final en esta área la obligan a permanecer en silencio precisamente allí donde el límite entre la verdad y la mentira está en juego”.

Luego, ¿qué debemos hacer? “Solo la obediencia y el amor por nuestro Señor Jesucristo pueden indicarnos el camino”, dice B. XVI. Y añade una reflexión que refleja muy bien su pensamiento: “Una sociedad sin Dios –una sociedad que no lo conoce y que lo trata como no existente– es una sociedad que pierde su medida. En nuestros días fue que se acuñó la frase de la muerte de Dios. Cuando Dios muere en una sociedad, se nos dijo, esta se hace libre. En realidad, la muerte de Dios en una sociedad también significa el fin de la libertad porque lo que muere es el propósito que proporciona orientación, dado que desaparece la brújula que nos dirige en la dirección correcta que nos enseña a distinguir el bien del mal. La sociedad occidental es una sociedad en la que Dios está ausente en la esfera pública y no tiene nada que ofrecerle. Y esa es la razón por la que es una sociedad en la que la medida de la humanidad se pierde cada vez más. En puntos individuales, de pronto parece que lo que es malo y destruye al hombre se ha convertido en una cuestión de rutina”.

El hecho es que la iglesia, al igual que el hombre, pasó a ser un producto del hombre. También la iglesia, si es obra nuestra, deja de ser el misterio escondido en Dios desde todos los tiempos y revelado en Jesucristo en la plenitud del tiempo, para ser el resultado de nuestras estrategias, planes y proyectos. Dígase lo mismo en lo que respecta a formación de los jóvenes que se preparan para el sacerdocio. Ya no es el Espíritu el verdadero ‘formador’ de los candidatos, el Espíritu que va plasmando la imagen del Buen Pastor en el alma de los seminaristas, que refunda su libertad aceptando un llamado y disponiéndolos a la consagración sacerdotal. Dios libre que llama a otro ser libre para que libremente consagre su libertad al servicio de los hermanos anunciando la Buena Nueva. En buena parte todo esto se desfondó. También en el seno de la iglesia Dios parecía haber muerto. Pero la iglesia asistida por la fuerza del Resucitado habrá de superar este momento difícil de la historia.

En 1924 profetizaba jesuita Teilhard de Chardin: “la humanidad vive una nueva crisis y a un ritmo acelerado. Ciertas cosas están sucediendo en la «estructura de la conciencia humana». Como si comenzara otra especia de vida. El centro de esta crisis está en que los fundamentos mismos del «ánima religiosa» humana, sobre los que la iglesia construyó por dos mil años, están cambiando de dimensión y de naturaleza”. Tertuliano dijo en el s.I que ‘el alma es naturalmente cristiana’; pues bien pareciera que ahora ya no lo es.

Karl Rahner, sj, escribió: “Si Dios es borrado del mundo a grado tal que su imagen sea cancelada de la mente humana, dejaremos de ser humanos y nos convertiríamos en animales muy astutos, muy hábiles; y nuestro destino sería demasiado horrible para contemplarlo”. Creo que esto no sucederá, pero no digo que no estemos haciendo todo lo posible para que suceda. ¿Cuántos asesinatos se han consumado en México, o en Juárez, en los últimos 10 años? Luego de esas revoluciones, ¿tenemos mejores padres, mejores familias, mejores maestros, mejores políticos, mejores empresarios, mejores sacerdotes, mejores periodistas, mejores universidades, mejores seminarios? ¿Somo una sociedad mejor, más humana, más solidaria, menos permeable a las propuestas del mal? ¿O seguimos asentados firmes en la rebledía?