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Is 55, 1-3; Sal 144; Rom 8, 35.37-39; Mt 14, 13-21

 “Denles ustedes de comer”.

 

Mt. 14, 13-21.

Terminado el discurso de las parábolas, la liturgia de hoy nos sitúa en el episodio de la multiplicación de los panes. Este episodio tiene una larga historia de interpretación en la que no nos vamos a detener por razones obvias. Como quiera que sea se trata de un episodio cargado de simbolismo y que revistió una gran importancia para las comunidades primitivas. Esto se desprende del hecho de que se trata del único episodio que es relatado seis veces en los evangelios (Dos en Mt. dos en Mc. Uno en Lc. y uno en Jn.) Se trata de un caso único en la literatura evangélica, razón por la cual, los estudiosos lo consideran un relato de enorme significado para las comunidades primitivas y que tiene que serlo, igualmente, para las comunidades cristianas de nuestros días.

Es necesario notar el contexto de hostilidad por parte de Herodes y de un alejamiento de Jesús para evitar la confrontación directa. Todavía no ha llegado la hora.

Nuestro relato comienza diciendo: “Al enterarse, (de la muerte de Juan), Jesús se marchó de ahí en barca, él solo, a un paraje despoblado”. Es indudable que Jesús pone tierra de por medio, – en este caso, mar -: es indudable que Jesús adivina su propio destino en la suerte  de Juan, el Bautista. Después de todo, los profetas no mueren en su cama.

La multitud lo sigue por la playa y al desembarcar vio a la multitud y sintió lástima y curó a los enfermos. No obstante la violencia que se cierne a su derredor, Jesús no interrumpe su obra evangelizadora; continúa mostrando los signos de la presencia del reino, continúa asistiendo a las multitudes necesitadas, desprotegidas, que andan como ovejas sin pastor. Atiende sus necesidades, cura sus enfermedades, toca, pues, con su propia mano el dolor y el sufrimiento humanos.  La violencia no es un obstáculo para la evangelización, al contrario, la hace más urgente.  Este aspecto destaca la confianza de Jesús en su obra, en su misión. En el desierto, es decir, en un lugar despoblado, la multitud, al caer la tarde comienza a sentir la necesidad del alimento.

Los discípulos, al contrario de la actitud confiada y segura de Jesús, se notan aprensivos, ansiosos y preocupados. En el fondo son “hombres de poca fe”, y se acercan a Jesús para hacerle notar el hecho de que “el lugar es despoblado y la hora es avanzada; despide a la gente para que vayan a las aldeas para comprar comida. Jesús les respondió: no hace falta que vayan; denles ustedes de comer”. Ellos responden haciendo notar la mínima cantidad de lo que se tiene a la mano,  en contraste con la multitud que  sigue a Jesús y permanece con él. Después de todo ¿qué tanto son cinco panes y dos peces?

En realidad no son poca cosa, cuando se tiene la voluntad de compartir; creo, que lo que hace posible el milagro es que se haya puesto a la disposición de Jesús esa mínima cantidad de alimento, e igualmente creo que el verdadero milagro se da cuando se tiene la capacidad de compartir. El milagro no parte de cero. Mientras no se tenga esta voluntad de compartir, el alimento no será suficiente nunca. El acaparamiento, la avaricia, la incapacidad para compartir, determinan el hambre, entonces y ahora. Esta puede ser una clave de lectura del relato. El verdadero escándalo de nuestro tiempo es que, no obstante, las capacidades extraordinarias para la producción de alimento, la riqueza inaudita de los países desarrollados, el flagelo del hambre atenazan a la mayor parte de la humanidad.  La FAO no podrá realizar el milagro de la multiplicación de los panes, sencillamente porque no maneja los criterios del reino.

Interpretación.  Decía más arriba que la historia de la interpretación de este pasaje es larga y variada. Es de notar que el mismo San Juan Evangelista haya ligado este episodio a la eucaristía; se trata de una interpretación, la más antigua que tenemos. Juan despolitiza el milagro de la multiplicación y le da la vertiente eucarística. Y esto no significa facilitar las cosas. Al contrario, revela que la eucaristía tiene que ser “la escuela del amor fraterno”.

Una comida. Para el judaísmo, como para todos los pueblos orientales, la comensalidad, “el acoger a una persona e invitarle a la propia mesa es una muestra de respeto. Y significa una oferta de paz, de confianza, de fraternidad y de perdón. En una palabra: la comunión de mesa, es comunión de vida”. (J. Jeremías). Una línea de nuestra homilía puede ser nuestra eucaristía dominical. En toda eucaristía, pero con un plus, la eucaristía dominical, es una invitación de Jesús mismo para participar en el banquete “escatológico” que él nos ofrece.  En cada misa él nos invita para alimentarnos con el pan de su palabra y para alimentarnos con el pan que ha bajado del cielo para que tengamos vida. Dichosos los invitados a la cena del Cordero.

“Con la multiplicación de los panes prepara Jesús a sus discípulos para que crean un día que su carne y su sangre serán distribuidos por ellos a los fieles bajo la forma de pan”, así interpretaba el pasaje el venerado padre J. M. Lagrange. o.p.  El padre P. Benoit, también dominico, escribe lo siguiente: “este pan no es todavía la eucaristía, pero sí una figura y anticipación de la misma, como pensaron los Padres e incluso, los mismos evangelistas: compárense los términos  que describen esta distribución solemne con los de la Cena (Mt. 26,26), y véase el capítulo sexto de Juan que relaciona este milagro con el discurso del Pan de Vida; la interpretación eclesiástica centrada la idea de que Cristo congrega al pueblo de Dios, es que él es el verdadero pastor de Israel”. (cf. P. Bonnard. Evangelio según San Mateo. ad loc.)

Jesús realiza de este modo la promesa del A. T. (véase primera lectura y salmo) En muchas ocasiones Jesús asistió a un banquete, fue invitado y, a su vez, él invitó. La razón de este comportamiento novedoso de Jesús (sin paralelo en otros clásicos fundadores de religiones), hay que buscarla en el espíritu del A.T.,  donde el reino de Dios se vislumbra en los profetas bajo la imagen de un banquete preparado «para todos los pueblos en el Monte Sión: un festín de suculentos manjares, de vinos de solera, de manjares grasos y tiernos y de vinos clarificados». (Is. 25,6. passim.) Jesús utilizará en diversas parábolas este símil del convite escatológico como expresión del reino de Dios, subrayando al máximo aquél universalismo destacado ya por Isaías.

Esto es en síntesis lo que se desprende de los textos dominicales. Pero nuestra homilía, con este trasfondo bíblico, podemos centrarla en la eucaristía donde se hace realidad para nosotros la invitación de Jesús.  Se pueden tener en cuenta los documentos que sobre la eucaristía han emanado de los dos últimos Pontífices. Estos documentos revelan la importancia que el magisterio de la iglesia está dando a la eucaristía. Sin nuestra eucaristía dominical, y esto debe quedar muy claro, no podemos ser cristianos.

«Mira que estoy a la puerta llamado. Si uno escucha la llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo». (Ap. 3,  20).

Alianza del Señor.

Bajo la imagen de un banquete espléndido, Isaías, nos habla de la alianza del Señor. La imagen del banquete aparece a lo largo de toda la Biblia como el signo de la alianza, de la cercanía de Dios con su pueblo. El Primer Isaías, en un texto clásico nos habla de ese Gran Banquete del Señor; se trata de un banquete real: El Señor de los ejércitos ofrece a todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de soleda, manjares enjundiosos, vinos generosos (25,6 ss). En ese monte y en ese banquete real el Señor enjugará las lágrimas y quitará el velo de tristeza que cubre los pueblos. Y sobre todo, aniquilará la muerte para siempre. Es imposible olvidar en esta línea de imágenes el episodio del Éxodo cuando el Señor dio a su pueblo Pan de Ángeles (Ex 16). Entonces, la imagen del banquete se convierte en una imagen de revelación: bajo la imagen del banquete se nos revela la comunión que habrá de existir, un día, plena y total, entre Dios y su pueblo.

El P. Luis Alonso comenta así nuestro texto: Nos acercamos al final de esta profecía y el heraldo adopta el estilo de un pregonero. Ofrece una mercancía abundante y excelente: los bienes elementales de la vida y la vida misma. La mercancía es su mensaje, porque «el hombre no vive de pan sólo, sino de todo lo que sale de la boca de Dios»: el mandato, en Dt. 8,3; la promesa que engendra esperanza, aquí. Agua y pan del primer éxodo, leche de la tierra prometida, vino del banquete; más gozo «que cuando abundan el trigo y el vino»; y también la sustancia o enjundia que brinda el Señor. (Profetas. Vol. 1 ad loc.).

 Hay pues una carga doctrinal inmensa que graba sobre el relato de la multiplicación de los panes; no es sólo la solución a un problema inmediato de hambre natural, sino el signo de la presencia providente de Dios. No trabajen por el alimento que perece, sino por un sustento que dura y da vida eterna.(Jn. 6,26) No olvidemos que en la plenitud de sentido, Cristo mismo es el Pan que se parte y da la vida. Definitivamente, según la interpretación perenne de la Iglesia, el milagro de la multiplicación tiene su vertiente más segura en el Misterio Eucarístico. Pero debemos equilibrar las cosas y decir que nuestra participación en la Eucaristía debe hacer de nosotros hombres y mujeres eucarísticos, (cf. Ecclesia de Eucharistía), es decir, capaces de amar a los hermanos hasta dar la vida por ellos. Si el hambre atenaza grandes extensiones del planeta, si el hambre material y espiritual constituye la característica vergonzosa de  nuestro  de nuestro tiempo, se debe al hecho que ya no nos alimentamos del Pan que ha bajado del Cielo. JP II habla de la Eucaristía como de la escuela de amor al prójimo. No podemos participar de ese Pan sin hacer partícipes a los demás de nosotros mismos, de lo que tenemos. No podemos asistir a misa, a celebrar el sacramento del amor si no tenemos ese amor por los hermanos. Si uno murió por nosotros, nosotros debemos estar dispuestos a dar la vida unos por otros, dice Juan en su carta primera. No se trata nunca de una evasión; no podemos comulgar el Pan Eucarístico sino estamos dispuestos a darnos a los demás, a ser, como Cristo, Pan que se parte para los demás. Nuestra vida ha de tornarse eucarística a fuer de participar en la eucaristía. También aquí debemos ser lo que comemos.

El salmo responsorial, que canta la misericordia y la fidelidad de Dios, para nuestro objeto culmina en el vv 15: los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo; abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente.

Así pues, el relato de la multiplicación condensa un significado mesiánico-escatológico. P. Bonnard comenta de la siguiente manera el episodio: «Este relato en Mateo intenta mostrar ante todo que Cristo, aun rechazado por su pueblo, reúne con autoridad el nuevo pueblo de Dios; el hecho de la multiplicación de los panes es secundario: el relato tendría la misma significación si Jesús hubiera tenido provisiones suficientes para todo el mundo. Es capital el hecho de que esta comida se ofrezca a una muchedumbre heterogénea. Las alusiones a la eucaristía primitiva y al banquete mesiánico en el reino, por discretas que hayan podido parecer, no dejan de ser perceptibles. No se acentúa el hecho de que la gente tenga hambre; por el contrario, son gentes dispersas, apenadas, sin pastor (Marcos); ahora Jesús las congrega, reúne y alimenta anticipando lo que acaecerá en el reino».

Doctrina social de la Iglesia. (Sacramentum Caritatis. 91)

El misterio de la Eucaristía nos capacita e impulsa a un trabajo audaz en las estructuras de este mundo para llevarles aquel tipo de relaciones nuevas, que tiene su fuente inagotable en el don de Dios. La oración que repetimos en cada santa Misa: «Danos hoy nuestro pan de cada día», nos obliga a hacer todo lo posible, en colaboración con las instituciones internacionales, estatales o privadas, para que cese o al menos disminuya en el mundo el escándalo del hambre y de la desnutrición que sufren tantos millones de personas, especialmente en los países en vías de desarrollo. El cristiano laico en particular, formado en la escuela de la Eucaristía, está llamado a asumir directamente la propia responsabilidad política y social. Para que pueda desempeñar adecuadamente sus cometidos hay que prepararlo mediante una educación concreta a la caridad y a la justicia. Por eso, como ha pedido el Sínodo, es necesario promover la doctrina social de la Iglesia y darla a conocer en las diócesis y en las comunidades cristianas. (248) En este precioso patrimonio, procedente de la más antigua tradición eclesial, encontramos los elementos que orientan con profunda sabiduría el comportamiento de los cristianos ante las cuestiones sociales candentes. Esta doctrina, madurada durante toda la historia de la Iglesia, se caracteriza por el realismo y el equilibrio, ayudando así a evitar compromisos equívocos o utopías ilusorias. (03.08.08)

 UN MINUTO CON EL EVANGELIO

Marko I. Rupnik.

 Los discípulos se dirigen a Cristo para que despida a las multitudes que se han reunido alrededor de él. Lo hacen porque, preocupados, se preguntan de dónde van a sacar el pan para saciar a tantas personas. Pero, ¿cómo es posible que el Señor despida a la gente porque si él es el objetivo de la vida de todo hombre? El es, el centro que atrae a toda criatura. Todo converge en Cristo y el hombre mismo encuentra el significado de su persona solo en relación con él. Los discípulos evidentemente aún no han comprendido que no existe ningún alimento ni cosa que pueda saciar verdaderamente al hombre, sino que lo único que da la vida y sacia las necesidades del hombre, es Cristo. Y él lo hace mediante el pan, mediante las cosas de este mundo que son dadas a través de los mismos discípulos. Cristo implica a los discípulos en su amor, en su caridad, y los discípulos pueden comprender que todas las cosas vienen del Señor y que no son simple satisfacción de las necesidades, sino que se convierten en comunión.

Dadles vosotros de comer!

“Toda celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de Jesús hecho de su propia vida en la cruz, por nosotros y el mundo entero. Al mismo tiempo, en la eucaristía, Jesús hace de nosotros los testigos de la compasión de Dios por cada uno de nuestros hermanos y hermanas. Es alrededor del misterio eucarístico que nace el servicio de la caridad hacia el prójimo, el cual consiste precisamente en el hecho de que yo amo también, en Dios y con Dios, a la persona que no aprecio, e incluso, que ni siquiera conozco. Esto no se puede dar si no es a partir del encuentro íntimo con Dios, encuentro que llega  a ser comunión de voluntad hasta llegar a tocar al sentimiento.   Es entonces cuando aprendo a mirar a esa otra persona no solo con mis ojos y mis sentimientos, sino con la mirada de Jesucristo. De esta manera reconozco en las personas a las que me acerco, unos hermanos y hermanas a quienes el Señor ha dado su vida amándolos hasta el extremo.

 Por consiguiente, cuando nuestras comunidades celebran la eucaristía, deben de hacerse más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para todos, y que la eucaristía urge a toda persona que cree en él a hacerse pan partido para los demás, y por tanto, a comprometerse por un mundo más justo y más fraterno”. (B.XVI).