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El mal puede ser el camino de la esperanza. Pero condición previa es verlo desde Dios. “Si vemos sólo las cosas de este mundo, nos entristecemos”. (S. Agustín).   En un momento en que el mundo mediático y la realidad parecen coincidir, resulta necesario levantar la mirada por encima de las olas y contemplar el horizonte. Tal vez alcancemos a ver la tierra prometida.

El mal escandaliza.

La Ciudad se estremece como los seres vivos para sacudirse el mal. El mal indica, por lo general, todo lo que  es reprobable, todo lo que no es como debería ser.  ¿Qué mal más grande que la amenaza permanente a la vida y a la integridad de la persona? ¿Qué mal mayor que la desvalorización de la vida? ¿Qué mal mayor que la «fundamental insinceridad» con la que nos estamos manejando?  Lo que acontece en nuestro mundo es reprobable; en realidad,  no debería acontecer. Es el mal. Se ha hecho común, fácil, ordinario, lo que no debería  ser; como si de una especie de mimetismo se tratara, lo más grave como es disponer de la vida humana, potestad reservada a Dios, se convierte  en “moda”, método de autoafirmación de subhumanos y de descarriados. ¡Qué grave es esto! ¿Cómo hemos llegado a este extremo?

Tres millones de niñas  en el mundo radical musulmán sometidas a la ablación, mutilación genital, al año; niñas secuestradas y asesinadas por el radicalismo religioso. Estamos en el centro de lo que Arendt llamó «la banalización del mal», cuando asesinar o robar son faltas menores, cuando  el mal se convierte en algo fácil, ordinario; algo que se hace sin sentir asco, casi con una conciencia tranquila por monstruoso que sea, por antinatural que sea. Se actúa como si se tratara de una diversión. Una sociedad así no es viable. México es el primer lugar en la difusión de pornografía infantil. La fuente es El Universal. Videos de violaciones a niñas, sexo entre menores, cámaras escondidas que graban actos pedófilos, todo al alcance de un clic en la red. Sí, el mal nos asusta. La pérdida irreparable  de los científicos muertos al derribar un avión de pasajeros. Los niños migrantes, la trata de personas, la pobreza, el hambre, la guerra. Pero el hecho se torna más oscuro si pensamos que el mal es obra del hombre.

El mal dice relación al hombre.

Todo lo que en el hombre y en su condición existencial es equivocado, e impide que sea verdaderamente hombre, es malo. No  se trata sólo de una regresión. ¿Regreso a dónde? Ni siquiera al reino de las fieras, pues la “ley de la selva” es, ante todo, un equilibrio, una contención natural;  el hombre tiene la capacidad de pervertir hasta el instinto. Esta brusca interrupción de la “hominización” ha acumulado mucho dolor innecesario. La República está sobrecargada de tensión, de desencanto, de frustración; promesas no cumplidas, metas no alcanzadas, corrupción, parecen ser la percepción general. Inaudito, increíble. El pasivo laboral de Pemex pasa a deuda pública; y asciende a más de 1.3 billones de pesos. ¿Por qué y cómo se generó ese pasivo? ¿Cómo puede un país funcionar así? Es  patología pura. Ríase del fobaproa que seguimos pagando. Más pobreza y atasco en el desarrollo del país. El mal, pues, está referido a lo que hay de objetivamente equivocado y desordenado en las cosas, en las estructuras, en las condiciones existenciales y en las actitudes de los demás ante nosotros y de nosotros ante los demás.

El sufrimiento físico y moral sigue obstinándose cruelmente en ser como «un velo que cubre a todos los pueblos» (Is. 25,7). Guerras, hambres, violencias y opresiones, deudas y más pobreza en los países pobres, decaimiento espiritual y depresión económica en los países ricos, y en todas partes pecado y dolor, olvido de Dios, ignorancia y desprecio de la cruz de Cristo, (JP II), tal es el panorama del mal  y es la fuente de donde dimana un cúmulo inimaginable de sufrimiento humano.  El mal. ¿Cómo vio Jesús de Nazaret el mal? ¿De dónde brota?Luego, el mal se convierte en problema. Y en un problema muy grande pues el mal  impide al hombre el camino hacia la plena realización de su ser humano. Y ponerse a investigar los fundamentos del mal tendría el mismo sentido que pretender ver la oscuridad, decía S. Agustín, (La Ciudad de Dios. XII, 7). Mucho más que todas las filosofías, prefiero la sencillez y claridad de Jesús tal como se aprecian en sus parábolas.

En cierta ocasión, Jesús propuso a los suyos una parábola sobre el tema mediante la imagen literaria del trigo y la cizaña. (Mt. 13,24-30). Hablando de las parábolas, Joachim Jeremías, dice: “En el fondo se trata de un conocimiento muy sencillo, de gran alcance. Las parábolas las puede entender un niño. No son obras de arte, al menos en primera intención; no quieren tampoco inculcar principios generales, sino que cada una de ellas fue pronunciada en una situación concreta en la vida de Jesús, en una circunstancia única, a menudo imprevista. Además, se trata, preferentemente de situaciones de lucha, se trata también de justificación, de ataque, de defensa, incluso de desafío. Las parábolas son armas de combate. Cada una de ellas exige una respuesta al instante”. ¡Cuántas veces, Jesús se haría esa pregunta al ver el sufrimiento de los excluidos y la ceguera de los poderosos!

Dos preguntas escocen el alma: ¿de dónde brota el mal? y, ¿por qué Dios lo tolera? Ninguna de ellas admite una respuesta fácil. Cuántas personas han venido conmigo con la ardiente pregunta sobre el mal, sobre el sufrimiento. Padre, me decía una buena mujer, mi padre se ha quedado ciego; no tenemos los medios para ayudarlo. Mientras lloraba me hacía notar que el mal repercutía en su matrimonio, en conflicto con el esposo. La diabetes era la causa de la ceguera; atender esa enfermedad, como todas, resulta muy caro. Dolor, pobreza, impotencia, miedo. Otra, no entraba al templo; se estacionaba afuera y, desde ahí, le manifestaba a Dios su rebeldía, le reclamaba su dolor y abandono, su soledad. Una vez ya embarazada, el macho huyó. Le pregunté: y, usted, ¿nunca se ha detenido a escuchar la respuesta?

A riesgo de convertir la parábola en alegoría, esta es la respuesta de Jesús. El reino se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Dios solo tiene buena semilla. Pero la agricultura es siempre riesgosa, la acechan muchos problemas que pueden hacerla fracasar. La semilla sembrada es buena. Vio Dios todo lo que había hecho y vio que era bueno, dice al término de su creación.  Dios no puso ningún veneno mortal en las cosas; todo es bueno y querido por Dios; él sembró buena semilla, buen trigo. Incluso, el asesino, el secuestrador, el sicario, el ladrón, no salieron tales del vientre de la madre. Alguien, positiva o negativamente, les hizo daño. Pero, mientras los trabajadores dormían, un enemigo suyo sembró mala hierba en medio del trigo y se marchó. Luego, el reino tiene enemigos que gozan en hacer el mal, que siembran mala hierba donde el dueño ha sembrado buen trigo. Los trabajadores se van por lo fácil y acusan al dueño de no haber seleccionado la semilla. El dueño, no solo no les reprocha el que se hayan quedado dormidos,  sino que, con serenidad, demuestra ser consciente del hecho; él sabe quién sembró la mala semilla, para él no hay sorpresa, no es cuestión de la semilla, ésta era buena; él sabe que tiene un enemigo que aparecerá siempre como un antidios, un antiproyecto; alguien que buscará siempre frustrar la siembra de Dios. Es algo con lo que el dueño cuenta sencillamente. El mal está ahí; no es obra de Dios. El reino tiene enemigos muy poderosos que aparecerán siempre. El desconcierto de los trabajadores contrasta con la serenidad del dueño.

El diablo es envidioso y asesino desde el principio. Y ante esto hay que estar atentos y vigilantes. El hombre puede convertirse en emisario suyo. Pablo dice que por el hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, el mal más grande. S. Basilio Magno, (330-379), escribe: “En esto consiste el pecado, en el uso desviado y contario a la voluntad de Dios  de las facultades que él nos ha dado para practicar el bien”. El esquivo elemento de la libertad, el don más terrible que Dios nos dio, según Dostoievski.

¿Qué vamos a hacer, entonces? La parábola está emparentada con el enigma, con la adivinanza. Posee una clave que hay que conocer para entrar en ella. Los trabajadores quieren arrancar inmediatamente la cizaña. No entienden la política del reino.  Quieren meter la hoz revelando su ignorancia; pero el Dueño los calma; y es mejor seguir su política. «La clave es esta: El que Dios deja subsistir la cizaña, siembra de otro, al lado de su Reino, tal es el misterio, dentro de las miras de la comparación».

Se trata de una situación paradójica. Dios ha sembrado trigo, buen trigo. Y permite que urdan la intriga: han entrado en juego unas fuerzas que hacen peligrar la cosecha. Y esto origina un conflicto, – que está en el centro de la parábola -, representado por la actitud del dueño y la actitud de los trabajadores. ¡Cuántas cosas nos dice esta parábola! A nivel personal, y en nuestro trabajo, ¿no seremos como esos trabajadores, imprudentes, precipitados, ansiosos? ¿No habremos perdido la confianza en Dios intentando ser nosotros los que hacemos el discernimiento, el juicio, que compete  solo a Dios? Sin embargo, la realidad, que no es nueva, nos hiere. Un profeta del s. IV. aC., trae esta denuncia: «!Ay de la ciudad rebelde, manchada y opresora! Sus príncipes en ella eran leones rugiendo; sus jueces, lobos al atardecer, sin comer desde la mañana; sus profetas, unos fanfarrones, hombres desleales; sus sacerdotes profanaban lo sacro, violentaban la ley. En ella está el Señor justo, que no comete injusticia. Cada mañana dicta sentencia, al alba sin falta; pero el criminal no reconoce su crimen» (Sof. 3,1-5). Esta denuncia es más actual que las noticias de mañana. El mal, en todas sus formas, subsiste, está ahí, dolorosamente presente. Peor aún, está dentro de nuestro corazón, ahí anida, se conserva tibio en forma de rencor, de odio, de avaricia. Sí, la cizaña también está dentro, muy dentro de nosotros. ¿Cómo es que queremos arrancarla?

Pero nos queda una pregunta: ¿qué tenemos que hacer con el mal, cómo debemos entenderlo y enfrentarlo, el que está dentro de nosotros y a nuestro derredor?

Es necesario comprender el pensamiento de Dios y no querer imponer el nuestro. Será preciso que armonicemos dos actitudes que a primera vista parecen contradictorias: una «intransigencia radical» frente a una obra que no es la de Dios; y una «paciencia inquebrantable» para conservar nuestro optimismo. Clemente de Roma, el tercer papa, escribe: «No tengamos, pues, ninguna debilidad, ninguna complicidad con el mal: Si queremos servir a Dios y al mundo, será con perjuicio nuestro. ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? El mundo presente y el mundo futuro, el nuestro, son enemigos entre sí. El mundo presente recomienda el adulterio, la corrupción, la avaricia, el fraude, mientras que el mundo futuro renuncia a estos crímenes. No podemos, por tanto, ser amigos de los dos. Es preciso renunciar al primero y vivir del segundo. Creemos que es preferible odiar las cosas de este mundo, porque tienen muy poca importancia, son efímeras y caducas; y amar las otras cosas, las que no fenecen».

Y la paciencia. Hay que dejar siempre un lugar para la paciencia. Y hemos de estar sobre aviso para no acabar de hundir al hermano: porque puede suceder que el que hoy está corrompido  mañana se arrepienta y se ponga a defender la verdad. San Pedro Crisólogo nos deja estas hermosas palabras: La cizaña de hoy puede cambiarse mañana en trigo; de esa manera el hereje de hoy será mañana uno de los fieles; el que hasta ahora se ha mostrado pecador, en adelante irá unido a los justos. Si no viniera la paciencia de Dios en ayuda de la cizaña, la Iglesia no tendría ni al evangelista Mateo – a quien hubo necesidad de coger entre los publicanos -, ni al apóstol Pablo – al que fue preciso coger de entre los perseguidores -. Justino, Agustín, Francisco de Asis, Ignacio de Loyola, Claudel, Frossard o Carlos de Foucauld, todos ellos parecían cizaña y resultaron un trigo del mejor. La parábola nos enseña a ver el mal desde Dios. De lo contrario, nos deprimimos.

Jesús mismo desmonta la parábola y la convierte en alegoría cuando la explica. Aunque la explicación venga de las comunidades más primitivas conserva su valor insuperable: “El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre, el campo, el mundo, la buena semilla son los ciudadanos del reino, la cizaña, los partidarios del maligno. El enemigo que la siembra es el diablo, y los piscadores, los ángeles”.  Dios es incompatible con el mal. En su momento, habrá de aniquilarlo. Al pecador, le da tiempo. “Y así como recoge la cizaña y la queman al fuego, así sucederá al fin del mundo”.  La crisis-separación del bien y el mal, tendrán lugar solo al final de los tiempos. Dios es el único que puede hacer tal separación.

Así pues, el tiempo actual es el de la paciencia de Dios y el de nuestro arrepentimiento. Conservemos la cabeza lúcida en medio de los torbellinos pasajeros que debilitan la tierra, en medio de la alharaca que llena los noticieros, que se multiplican por millones, y que nos aturden y nos desorientan. Después de todo, si Dios nos llamara a cuentas esta noche, ¿quién estaría preparado?