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En la Misa del 17 de Junio del 2020, nuestro querido P. Hesiquio Trevizo me pidió buscar una charla que dio sobre el Padre Nuestro, y en aquél momento le mostré lo que encontré. Ahora comparto con ustedes dicha conferencia, que data, al menos eso creo, del 2010. Que ustedes la disfruten:

Los días del 14 al 17 de Agosto [2010] vivimos en nuestra Comunidad unos momentos preciosos dedicados a la reflexión sobre la oración cristiana; fueron unas charlas muy fructíferas y que tuvieron una buena aceptación, según las opiniones que escuchamos. Yo mismo lo siento así. La asistencia numerosa y sostenida así lo prueba. En esto vemos, por una parte la necesidad y el deseo que existen en nosotros de hacer oración, y por otra parte, la urgencia que hay  de ver en Jesús el único maestro de oración.

Quiero compartir con los lectores de esta COMUNIDAD el esquema, al menos, de las charlas de esos días.

A.- Partimos del relato de Lc. 11,1-8. Jesús fur un hombre de oración; de intensa vida de oración. ¡Cuántas veces los evangelios nos lo presentan hciendo oración!. Fue un hombre de gran actividad, pero no dejaba El de retirarse a la soledad y hacer allí oración. (Lc. 5,16; ver: Mc. 1,35; Mt. 14,23; Lc. 9,18;11,1, etc. etc.) Una de esas veces en que Jesús hacía oración, uno de sus discípulos, tal vez impresionado por la intensidad y la forma de su oración, le dijo: Señor enseñanos a orar. Jesús contestando, le dice: Cuando oren digan así; y les enseñó el Padre Nuestro.

El relato tiene tres momentos: 1.-Jesús orando. 2.-Los discípulos que desean aprender a orar. 3.- Jesús, en respuesta, les enseña el Padre Nuestro, la oración perfecta, la oración que sintetiza y lleva a su plenitud la oración del Antiguo Testamento.

1.- Jesús modelo de oración. No tenemos otro maestro de oración. No existe otro maestro de oración. “Jesús es quien ha rezado con más vigor en todo la historia” (Soderblom). “Asomarse a la oración de Jesús es descubrir sus relaciones misteriosas con el Padre y la esencia de su Mensaje” (K. Adam). En la oración de Jesús estuvimos todos nosotros presentes, pues su oración fue una oración comprometida, una oración esencialmente por el Reino (Jn. 17,20-26). Nuestra capacidad de oración brota de su oración, nuestra oración se apoya en la suya. El es el modelo y sostén de toda  oración cristiana. Por ello la oración de la Iglesia es siempre: Por Nuestro Señor Jesucristo . . . .

Nos dejó, pues, no sólo el mandato de “orar siempre y orar sin desfallecer”, sino que nos dejó, también, el ejemplo luminoso de su vida de oración. Oró siempre, su vida toda, su ministerio y su pasión, es tan bajo el signo de la oración. Es el quien sabe orar porque “solo El conoce al Padre” (Mt. 11,27; Jn. 1,18). Por eso “antes de Cristo no era conocida la oración” (K. Adam). “Lo que ofrecen las religiones extracristianas en cuanto a oración personal, es infinitamente pobre en comparación con la riqueza de la gama de matices de la vida interior que se manifiesta en la oración de los genios cristianos” (Heiler). “El cristianismo vino a ser la patria de la verdadera oración personal” (Soderblom), “sencillamente, la religión de la oración” (Bousset). (ver: K. Adam. Cristo Nuestro Hermano. P. 21ss). Y esto es posible porque Cristo funda su mensaje en la oración. El es quien, primero, ha orado.

2.- La súplica de los discípulos. Señor, enseñanos a orar sigue siendo nuestra súplica. Nuestra mejor súplica. Esta súplica de los discípulos expresa, por una parte, la profunda necesidad humana de la oración y por otra, la radical impotencia humana para realizarla.

A.- LA ORACION COMO CRISTIANOS.

Debemos orar siempre. Sin la oración es imposible el cristianismo, decía Pablo VI. En la oración el hombre se encuentra consigo mismo y con Dios. En la oración, abrimos nuestro interior, así como es y así como está, a Dios, Padre bueno. Se realiza entonces ese diálogo de amor entre un yo finito, limitado con ese Tú infinito que “se planta frente nosotros”; éste encuentro, esta unión, este diálogo esta regido por el amor, primera ley estructural de la oración cristiana.

Así la oración es comunicación con el Misterio Total, con la realidad envolvente y sin fronteras (k. Rhaner) en la que vivimos, existimos y somos, que llamamos Dios. Y sólo mediante este contacto podemos entender nuestro propio destino, nuestra vida, el camino que debemos recorrer; sólo en la oración se creará esa atmósfera de amor que anhelamos todos, y sólo en ella obtendremos la fuerza que necesitamos para hacer la jornada.

Iluminadoras y bellas con las palabras sobre este tema, de  I. de la Potterie. Quiero conmpartirlas con los lectores ya que es un texto que no se consigue. “Para el hombre religioso los tiempos de la oración son los momentos de su vida en los que El se ve confrontado con el misterio último de su existencia. Sólo en la oración, cuando el hombre se encuentra delante de Dios y se dirige a Dios, es plenamente El mismo; nada puede esconder en la presencia de Dios: ni sus deseos más profundos, ni sus ideales; aún sus debilidades y sus pecados aoarecen bajo una luz nueva, la luz misma de Dios. En la oración el hombre dirige una mirada a su más profunda intimidad, una mirada serena, objetiva y encuentra, también, la orientación fundamental y más auténtica de su vida.

San Agustín escribía en un pasaje famoso: “Tu nos hiciste para Tí. Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Tí” (Conf. 1.1.1.)

Ahora bien, en la oración, precisamente, el hombre se encuentra delante de Dios y en un cierto sentido ya reposa en El.  Reencuentralo que de mejor hay en El mismo. Por esto, cuando nos es concedido penetrar en el misterio de la oración de alguien conocemos algo de sus secreto” (LA PREGUIERA NELLA BIBBIA. Ed. Bajo el cuidado de G. De Gennaro Napoles 88).

B.- LA ORACION, NECESIDAD PROFUNDAMENTE HUMANA.

De lo dicho, se desprende que la oración se sitúa al nivel de una profunda necesidad humana; su necesidad radica en el ser mismo del hombre, en la dimensión espiritual que le es propia. El hombre que no ora se condena a la dispersión y acaba siendo “cosa”, como las cosas que maneja. Sin la oración, el hombre queda absorvido por las cosas; él, que no es “para el mundo”, termina siendo “mundo” y llevando una “existencia inaiténtica” (M. Heidegger), es decir, UNA VIDA QUE NO ES LA QUE LE CORRESPONDE, que no está de acuerdo con su naturaleza mas profunda. El hombre que no ora, esta perdido para sí mismo. Jamás encontrará su corazón la paz.

En este mundo agresivo y vertigioso que obliga al hombre a vivir completamente “hacia fuera”, volvando hacia las cosas (negocios, problemas, conquistas y logros, egoismos y crisis de todo orden), la oración se plantea con urgencia, todavía, mayor. Sin la oración el hombre termina siendo “no hombre”.

J. de Finance ha descrito bellamente la dimensión profundamente humana (metafísica) de la oración. “¿Dónde está, en nosotros, la raíz de la oración?. Esta escondida en el fondo del ser espiritual creado y finito, (el hombre). En aquella apertura, en aquella intencionalidad fundamental por la cual el espíritu es espíritu. Apertura infinita, vivida no obstante, sólo ha repetido las palabras de San Agustín, en otra clave: “Tú nos hiciste para Tí, Señor, . . . En efecto, Dios mismo ha puesto en el fondo de nuestro ser su impronta, su sello, por eso lo buscamos siempre, aún sin saberlo. Tal es el secreto y lo que hace posible la oración como referencia y búsqueda de Dios. “Por eso – – dice J. de Finance – – la oración – – aparece como la expresión, la actuación más alta de la dimensión metafísica que funda la dignidad humana”.

La oración es, pues, una necesidad profundamente humana.

C.- LA INCAPACIDAD RADICAL DEL HOMBRE PARA HACER ORACION.

Desconsertante verdad es ésta. Pero la súplica de los discípulos así lo demuestra. Ellos indudablemente hacían oración; eran buenos israelitas; habían visto, incluso, que Juan enseñaba a orar a sus discípulos. Algunos de ellos debieron haber aprendido el método de oración de Juan; sin embargo, piden a Jesús que les enseñe a orar. Más bien en este “enseñanos a orar” de Lucas debemos ver una enseñanza muy profunda, genialmente trazada: Dios no es el resultado del esfuerzo humano. Si la oración es comunión, unión, dialogo de amor con Dios, entonces no puede ser el resultado del esfuerzo y las técnicas meramente humanas, sino que es, esencialmente, don gratuito y amoroso de Dios mismo. La oración es un don de Dios. Si intentamos hacerla el resultado de nuestro esfuerzo y reducirla a técnica, resultará una torre de Babel, una confusión terrible de lenguas donde nadie entendería. Veamos mas de cerca esta verdad esencial de la espiritualidad cristiana. En la relación Dios hombre, Dios toma siempre la iniciativa. Esta es una verdad revelada. En el diálogo Dios hombre, es Dios quien comienza. Esto es toda la Biblia, toda la revelación.

La oración nos introduce en el misterio mismo de Dios y esto no pude ser el resultado de una iniciativa humana. “Nadie conoce quien es el Hijo sino el Padre, y nadie conoce quien es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Lc. 10,22).

En todo aquello que se relaciona con nuestra salvación no podemos ser más que eternos deudores.

Refiriéndonos al campo específico de la oración, Pablo afirma categoricamente que “no sabemos a ciencia cierta, pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu en persona intercede por nosotros con gemidos sin palabras; y aquel que examina el corazón conoce la intención del Espíritu, porque este intercede por los consagrados como Dios quiere (Rom. 8,26-27). Es el Espíritu que se nos ha sido dado al que ora en nosotros y  por nosotros y, así, nuestra oración transformada por la acción del Espíritu, es escuchada por Dios. El Padre escucha al Espíritu que ora en nosotros.

En efecto, si nosotros podemos llamar a Dios: “¡Padre! Es porque el Espíritu nos capacita para ello. “Y la prueba de que sois hijos es que Dios envió a vuestro interior el Espíritu de su hijo que grita: Abbá!  Padre” (Gal. 4,6). Y la oración cristiana será, prescisamente, la actuación estupenda de esta filiación. Por que poseemos el Espíritu, “como garantía de nuestra liberación futura” nosotros podemos — y nos atrevemos — a llamar a Dios: PADRE NUESTRO.

Esta es la forma como Dios toma la iniciativa. En la búsqueda de Dios (Muestrame tu rostro. Sal. 277,8), tema fundamental de la espiritualidad cristiana, vale aquello que decía San Agustín: “Tu no buscarías a Dios si El no te hubiese buscado primero”.

No se contenta el Señor con dejarse buscar: El sale a la búsqueda del hombre. La Biblia muestra siempre a Dios que sale al encuentro del hombre. Y esto vale también para la oración: vas al encuentro con Dios porque El te ha llamado y te espera. Vas a una cita que El ha fijado. El ha encendido en tu corazón el deseo de buscarlo. De esto depende, en gran parte, la belleza del encuentro de oración: hay Alguien que te espera poque te ama. Y te ha amado antes que tu lo amaras. Esta es la prueba de su amor. (1 Jn. 4,10). Por esto existe el Amor.

Tal vez nos preguntaremos ¿Dónde queda pues, el esfuerzo humano? El esfuerzo humano queda en su lugar: queda como apertura, como obediencia de fe y como un esfuerzo permanente de fidelidad continuada a la gracia.

Por ello, sabemos que la oración cristiana no es técnica.- cualquier esfuerzo en esta línea de las técnicas que olvide este principio esencial esta condenada al fracaso de antemano.

En el siguiente número de COMUNIDAD continuaremos con el tema.

P. H. TREVIZO.

Decíamos que la súplica de los discípulos, “Señor enseñanos a orar” expresa por una parte, la necesidad de la oración, y, por otra, la radical impotencia humana para realizarla. En la letra B hablamos de la oración como de una necesidad profundamente humana.

3.- LA INCAPACIDAD RADICAL DEL HOMBRE PARA HACER ORACION.

Desconcertante verdad es ésta. Pero la súplica de los discípulos así lo demuestra. Ellos indudablemente hacían oración; eran buenos israelitas; habían visto, incluso, que Juan enseñaba a orar a sus discípulos. Algunos de ellos debieron haber aprendido el método de oración de Juan; sin embargo, piden a Jesús que les enseñe a orar. Más bien en este “enseñanos a orar” de Lucas debemos ver una enseñanza muy profunda, genialmente trazada: Dios no es el resultado del esfuerzo humano. Si la oración es comunión, unión, diálogo de amor con Dios, entonces no puede ser el resultado del esfuerzo y las técnicas meramente humanas, sino que es, escensialmente, son gratuito y amoroso de Dios mismo.

En efecto, la vida de oración es un don de Dios al alma que lo “busca de todo corazón” (Sal. 42,2). La oración es un introducirnos en el misterio total que llamamos Dios; es acercarnos a El en un diálogo de amor para compartir nuestras experiencias de vivir nuestras necesidades y nuestros logros, para darle gracias por lo que El es para nosotros, para contemplarlo en muda adoración.

La oración ha sido pensada siempre como ese situarse, amoroso y confiado ante la presencia de Dios. “Elevación de la mente y del corazón a Dios”, decía nuestro antiguo catecismo; “no es más que una unión de amor con Dios”, decía el Cura de Ars; y si la oración es esto, como lo es, no puede ser más que un don de Dios al alma que lo busca.

Algunos salmos expresan este deseo intenso de intimidad; se trata de alguen que, no sin cierta nostalgia y algo de “sufrimiento”, busca al Señor:

Oh Dios, tú eres mi Dios, por tí madrugo,

mi alma está sedienta de Tí;

mi carne tiene ansia de Tí,

como tierra reseca, agotada, sin agua. (Sal. 62,2).

Como busca la cierva corrientes de agua,

así mi alma te busca a tí, Dios mío;

tiene sed de Dios, del Dios vivo:

¿Cúando entraré a ver el rostro de Dios? (Sal. 41,2-3).

En cierta forma, es en la oración donde ese deseo, que con viva intensidad expresa el Salmista, encuentra satisfacción.

Pero este deseo ardiente del alma es un eco lejano del amor de Dios – – que nos busca, lejano, sí, pero tan claro y poderoso que puede hacerse oir por sobre las estridencias del mundo.

Escúchame, Señorm que te llamo

ten piedad, respóndeme.

Oigo en mi corazón: “Buscad mi rostro”.

Tu rostro buscaré, Señor. (Sal. 26,7-8).

El salmo dice: “Oigo en mi corazón”, luego ese deseo ardiente de intimidad que expresa y funda la oración, no es el mero resultado de un acto positivo de la voluntad humana, ni el resultado de determinadas técnicas, sino la respuesta humilde y confiada del alma que se abre y se deja atrapar por el amor primero de  Dios. “En esto hemos conocido el amor de Dios, no en que nosotros lo hayamos amado, sino en que El nos amó primero”.

En un texto muy denso, afirma G. de Gennaro: “El origen de la oración esta fuera del cristiano que ora. Dios, llamándonos a la fe en Cristo, nos revela, en El, su verdad, nos atrae, con su Espíritu, a la escucha de su Palabra y nos impulsa a dar la adhesión que corresponde al Verbo Encarnado. Ponerse a la altura de esta ‘conversión’ es vivir el cristianismo en pensamiento, palabra y obra. (o.c.10).

Y es que, ni en la oración ni en ningún otro campo, es Dios el resultado de una conquista humana, Dios no es la creación del hombre ni la proyección de su psiquismo atormentado por la inseguridad. Dios está siempre más allá de todo, es el “totalmente otro”. Todo esfuerzo humano por asirlo, por reducirlo, por manipularlo está condenado al fracaso.

Un día los hombres se pusieron a hacer una torre muy alta, tan alta que llegase hasta el cielo. Se trataba de un esfuerzo humano que, usando técnicas avanzadas – – ladrillos cocidos en vez de piedra – – intentaba llegar a Dios y sobreponerse a sus designios. Dios hubo de confundirles el habla a grado que no se entendieran entre ellos y los dispersó por la superficie de la tierra. (Gen. 11,1-9).

Si no es apertura humilde y confiada, sincera y sencilla, honesta, si no es acogida gozosa, si no es respuesta agradecida, nuestra oración terminará siendo una Babel en la que, como entonces, nadie se entenderá. Nuestra oración, será entonces, la palabrería que Jesús condena (Mt. 6,5-6; ver: 1 Re. 18,27-29).

Nuestra oración es la explicitación de nuestra salvación. Se coloca en el cuadro de la salvación realizada por Jesús, por lo tanto en el marco de la revelación.- Por ello, valen absolutamente en el campo de la oración las palabras de Jesús: “Bendito seas, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. . . 

Al Hijo lo conoce sólo el Padre y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. (Mt. 11,25-28). Solo El conoce al Padre y El es quien nos lo puede revelar, tal es la idea a fondo del IV evangelio.

La maravilla y la novedad de la oración cristiana es que podemos llamar a Dios “Padre; nos enseña Jesús: ” vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estas en los cielos” (Mt. 6,9). Pablo atribuye al Espíritu que nos ha sido dado y que habita en nuestro interior al que podemos llamar a Dios Padre. Dice a los Gálatas: “Cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios nos envió a su Hijo . . .  para rescatar a los que estábamos bajo la ley, para que recibiéramos la condición de hijos. Y la prueba de que ustedes son hijos es que envió a su interior el Espíritu de su Hijo que grita: Abba ¡Padre! (4,4-7). En rom. 8, Pablo afirma sorprendertemente que “nosotros no sabamos suplicar como se debe y que es el Espíritu el que intercede por nosotros con gemidos sin palabras”. Cierto, aquí Pablo, como se ve el contexto, liga la oración del cristiano y la acción del Espíritu al éxito final del plan de Dios. La oración cristiana es siempre oración por el Reino: “Venga a nosotros tu Reino”.

Vivir en el desarrollo lineal de nuestra vida esta condición nueva de nuestra filiación, de ese “ser hijos del Hijo”, como un hecho real, y en espera, sin embargo, de su plenitud, es vivir la dimensión orante del cristianismo. Somos hijos ya y lo explicitamos en nuestra vida de oración, pero aguardamos todavía la plenitud. En efecto, “Miren que magnífico regalo nos ha hecho Dios, que nos llamamos hijos de Dios; y además lo somos . . .  hijos de Dios lo somos ya, aunque todavía no se ve lo que vamos a ser; pero sabemos que cuando se manifieste Jesús y lo veamos como El es, seremos como El”. (1Jn. 3,1-2).

“Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza nos atrevemos a decir “Padre Nuestro”. Esta fórmula que la Iglesia ha puesto antel del “Pater Noster”, indica que la oración cristiana se sitúa al nivel de una obediencia y de una enseñanza. La voluntad será una buena disposición de acogida y de técnicas podrán ser una ayuda sicosomática, pero no son todavía oración. Nuestra oración será, más bien, humilde para aprender la oración que el Espíritu pone en nuestros labios y en nuestro corazón. (Rom. 10,8b-10).

En un bello y denso texto J. de Finance afirma esta verdad aunque en clave filosófica: “La oración no nace de nuestra iniciativa. Es un aspecto de ese movimiento de retorno a Dios, de ese volver (=réditus) que, es su FUENTE (=Dios), como lo había visto Plotino, no difiere de su salida: es el mismo movimiento de amor que nos ha puesto en nuestro ser y que nos llama al Ser. Nuestro amor a Dios es una participación lejana del amor con que Dios se ama y se quiere a sí mismo, amor que no difiere de su Ser. Por eso la oración es, en algún modo, un dejar a Dios amarse y querese en nosotros y conducirnos a El” (o.c.p. 36).

Estas rebuscadas palabras las podemos decir en palabras de la Escritura y nos sonarán más cómodas. Pablo dice en su discurso a los atenienses en el Areópago refiriéndose al Dios verdadero: “…pues en El vivimos, nos movemos y existimos”. (Hech. 17,28). Es decir, nuestra vida toda, en todas sus dimensiones está bajo la presencia de Dios, nada escapa a su presencia. ¿Qué de extraño tiene, pues, que nuestra vida de oración sea un aspecto de ese movimiento de retorno a El, movimiento que El mismo ha impreso en lo más hondo de nuestro ser?. “Señor, tu nos hiciste para tí, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en tí”. De El salimos y a El volvemos.

Así queda delineada orea de las “leyes estructurales” de la oración: En la relación con el hombre, Dios toma la iniciativa. M. Magrassi explica así este principio: “Es una ley de la ‘economía’. (SALVIFICA): Es Dios, siempre el que comienza. En esa búsqueda de Dios (ver: Sal. 26,7-8), tema fundamental de la experiencia religiosa, permanece válido lo que decía San Agustín: “Tu no lo buscarías si El no te hubiere buscado antes”. El Señor no se contenta con dejarse buscar, el es quien busca primero al hombre. Toda la Biblia muestra que es Dios quien sale al encuentro del hombre. Esto vale también para la oración: cas a un encuentro por que el te ha llamado y te espera. El ha encendido en tu corazón el deseo de buscarlo. Vas a una cita que El ha fijado. De esto depende en gran parte la belleza del encuentro: hay Alguien que te aguarda porque te ama”. (PSV. 3.p.7).

¿Dónde queda el esfuerzo humano?, preguntaréis. En su lugar, respondo. Lo que nosotros debemos hacer es dejarnos encontrar, es ‘no endurecer el corazón’ (Sal. 94,8), sino ser, más bien, dóciles a su voz.

La oración es, pues, un don de Dios.