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Is. 22, 19-23; Sal. 137; Rom. 11,33-36; Mt. 16,13-20

 

Jesús hace entre sus discípulos lo que ahora llamaríamos un «sondeo de opinión»; ¿qué dice la gente de él? Tal vez las respuestas de nuestros contemporáneos serían más heterogéneas que aquellas dadas por los discípulos. Pero hay una cosa cierta: hoy como entonces la historia de Jesús no ve tanto al pasado, sino al futuro que abre con él. Su misterio abarca todas las generaciones y el universo entero.  

 

Is. 22, 19-23.- Las claves del poder – Para sustituir a un funcionario que abusa del poder en su puesto, Isaías anuncia la promoción de Eliacín; él no abusará, sino que servirá. Detrás de estos cambios de puesto se perfila la figura de Cristo, verdadero servidor de la casa de David y al mismo tiempo gloria del Padre. De Dios ha recibido todo poder; pero en la tierra lo delegará a un pescador, Pedro, y después a una comunidad que deberá estar al servicio de las Naciones, en una diaconía permanente.

 

Sal. 137.- (vv. 1-2abc -3.6.8bc).- Canto de acción de gracias que concluye con una súplica confiada. vv.1-2. Introducción. La eucaristía o acción de gracias arranca del corazón y se va expresando hacia afuera: en las palabras, en el canto, en el acompañamiento de instrumentos, en el gesto corporal. Así el culto es sincero y entrañable. Esto sucede en el templo, lugar de la presencia del Señor, donde asiste su corte de ángeles. v.3. Expone la razón y el tema del canto. De un modo algo genérico. El salmista ha experimentado en su propia vida esa cualidad universal de Dios: la misericordia. v.6. Se establece la ley de oro en nuestra relación con Dios: el Señor es sublime, se fija en el humilde, /y de lejos conoce al soberbio. Recordamos las palabras de Pedro: Dios resiste al soberbio y da su gracia al humilde. V.8. apoyado en esta experiencia, puede mirar confiado al futuro y formular su última súplica admirable: toda mi vida es obra de Dios, él ha comenzado, que él la concluya. Y reconocemos los ecos en filipenses: el que ha comenzado en ustedes la obra buena, la llevará a término.  

 

Rom. 11,33-36 – Los recursos inagotables del amor – «Oh abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento el de Dios». Él saca bien del mal; es el único que puede hacerlo. Cambia el pecado reconocido en ocasión de gracia; la lejanía de los paganos se hace cercanía en él; el rechazo de los hebreos es para él una razón suplementaria de misericordia; las dificultades multiplican las oportunidades.  Dios es inimaginable, no solo en ser, que confunde las reflexiones del filósofo, sino, sobre todo en su plan de salvación: su acción incesante, en el mundo y en la historia, sorprende al hombre de acción. «Él es origen, camino y meta del universo: a él la gloria por los siglos de los siglos amén» (11,36). 

 

Mt. 16,13-20 – Pedro, garante de la unidad – Simón da a Jesús el título de Mesías e Hijo de Dios vivo, y Jesús le da el título mesiánico de «piedra». La razón principal por la que es llamado “roca” o piedra, sobre la cual se construirá la iglesia, es la fe que ha profesado. Ha sido portavoz de la fe de los Doce en Jesús, Mesías e Hijo de Dios, fe que está a la base de su existencia y de su unidad. Y solo en la medida en que es portavoz y modelo de esa fe, Pedro recibe la misión de asegurar la comunión entre los discípulos.  La fe en Jesús, si bien puede tener varias expresiones, es siempre la certeza de que solo él puede dar un significado a la vida y hacer posible la convivencia entre los hombres.  

 

(El análisis bíblico no puede ignorar la serie de metáforas con las se designa a Pedro y su misión: Pedro-piedra; construcción-edificación sobre ese cimiento visible y sólido; los poderes del mal (del hades), no la destruirán; atar-desatar. Como vemos, es un complejo simbólico macizo que abona a la causa del primado. Los autores protestantes no lo toman muy en serio alegando cuestiones de crítica textual. Aun así, en este texto podemos ver la fe y la vivencia de las más primitivas comunidades que sintieron la necesidad de una base apostólica para su fe; y esto tiene un inmenso valor. Se trata de un testimonio bastante anterior a Lutero y más valioso que su dolorosa y desgarradora aventura.

De la misma manera, es importante notar, para una correcta interpretación, que la unidad completa e íntimamente ligada, es 16,13-28: la confesión de Pedro que termina con la imposición de silencio, el primer anuncio de la pasión, Pedro que no comprende ni acepta el mesianismo sufriente de Jesús y las condiciones del discipulado).

 

Primera Lectura. Un oscuro cambio de poder en la complicada situación del Reino de Judá hace de transfondo al famoso paso eclesial de Mt. 16. En el único oráculo de Isaías destinado a un personaje secundario, la figura de Eliacín, que sustituye en el puesto al primer ministro del rey Ezequías, al intrigante Sebná, se convierte en el emblema de un poder nuevo confiado por Dios al hombre. El profeta, atento intérprete de la historia y de los signos del tiempo, nos invita a descubrir en los hombres de nuestra iglesia y de nuestra historia, la presencia salvadora de un Dios que ha tenido confianza en los hombres y les ha confiado la misión. Las «llaves», símbolo del poder, y los dos verbos unidos a ellas, «abrir y cerrar», signo de la función y de la autoridad del primer ministro oriental, el visir, son ahora confiadas por Cristo a Pedro, «piedra sobre la cual «Cristo» edificaré su iglesia» (cf.Mt. 16,18).    

 

Alexander Sand concluye así su análisis de Mt. 16,13-20: “La perícopa conclusiva de la sección 13,54-16,20 contiene dos enunciados importantes para la comunidad de Mt.

 

1.- Pedro ha pronunciado en representación de todos los discípulos una confesión de fe que no solo se distingue de la opinión popular vigente, si no que va mucho más allá de las convicciones comunes. En Pedro, la comunidad confiesa la propia fe en Jesús en cuanto Mesías de Israel, que es el Hijo de Dios vivo. A la conclusión del periodo transcurrido en Galilea y al inicio del tiempo de la pasión y de la muerte, que tendrán lugar en Judea, se expone una vez más esta confesión cristológica de fe en Jesús, en cuanto Hijo de Dios, que Mt. a puesto siempre en evidencia desde el inicio de su evangelio. La comunidad no se debe escandalizar de las enunciaciones del justo que sufre. (ver: 16,20-21).

 

2.- tomando de una tradición particular, Mt. inserta una escena cuya importancia es fundamental para la iglesia y para la consolidación de la comunidad. En la palabra de promesa dirigida a Pedro, la comunidad aprende que éste es el garante, instituido por Jesús, del evangelio predicado en la comunidad y de la palabra de Dios que sostiene y une a la comunidad. Ateniéndose a esta promesa hecha a Pedro, la comunidad tiene la seguridad y la certeza que las persecuciones, por terribles que sean, no pueden dañarla. Las «puertas del infierno» indican todas las potencias que asaltan, (los fundamentos), a la iglesia, “las persecuciones del mundo”; si en esa circunstancia se ha pensado, en primer lugar, también se ha pensado en la lucha escatológica; la comunidad debe saber, también, que ese éskaton (final) determina ya el tiempo presente.

 

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Un minuto con el Evangelio

Marko I. Rupnik, SJ

 

Los fariseos y los escribas no logran reconocer a Jesús como Mesías porque no advierten la necesidad de ser salvados pues se sienten ya justificados. La mujer sirofenicia lo reconoce como Señor y Mesías, porque clama desde su dolor, desde la urgencia de ser redimida. Ahora Cristo se dirige a los que son más cercanos y que el mismo ha elegido. Dice a los apóstoles: vosotros, ¿quién decís que soy yo? Como judíos, decir que es el Hijo de Dios no es posible para ellos; decir que es un profeta, lo decían ya todos, pero Pedro le contesta: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Cristo le hace notar que esto lo puede decir solo por gracia, y enseguida pide a los apóstoles que no se lo digan a nadie. Su comprensión de Jesús como Mesías no es aún la del triduo pascual, y por eso induciría a una espera equivocada de la salvación. El conocimiento de Cristo es un proceso largo y va de la mano con nuestra comprensión de a quien realmente necesita encontrar nuestra vida.

 

 

Excursus. I

El texto evangélico de hoy, apoyado en el modelo simbólico de Isaías, es una especie de declaración-institución y de catequesis solemne del rol eclesial de Pedro. Como tal, y más allá de las discusiones sobre el valor «papal», se convierte en un texto precioso para comprender el proyecto eclesial de los evangelios, y sobre todo de Mt.. Podemos leer y profundizar en la teología de la Lumen Gentium (Lumen Gentium cum sit Christus; la luz del mundo no es la iglesia, sino Cristo). Naturalmente esta reflexión debe transformarse en una verificación de nuestra fidelidad al proyecto eclesial de Cristo.

 

No podemos decir sí a Cristo y no a la Iglesia.

El tema de este domingo tiene, pues, una vertiente eclesial indiscutible. Dios ha querido tener necesidad de la cooperación de los hombres para realizar su obra de salvación. El Espíritu ha dotado a la comunidad de apóstoles, profetas y doctores, ha dado sus carismas para la edificación de su comunidad-iglesia. Las intervenciones del apóstol no son, por lo tanto, simples actos académicos, sino interpretación de la voluntad de Dios y de Cristo. Por ello el poder de «las llaves» va más allá de los confines del reino terrestre (cf. V.19); lo que Pedro ata o desata, así queda en la presencia de Dios.

 

La iglesia es sacramento de salvación, la pertenecía a ella no es un hecho puramente externo, jurídico, sino interior y sobrenatural. De la misma manera, la salvación no es un hecho esporádico, individualista, sino comunitario. Se consigue en la unión de todos con la Cabeza, que es Cristo, pero exteriormente tal pertenencia es tutelada y garantizada por Pedro y sus compañeros. La función petrina se da dentro y para la iglesia. Por eso es mortal que Pedro se separe de la iglesia o que la iglesia se separe de Pedro.

 

Lo sabemos perfectamente; nuestra experiencia pastoral nos lo demuestra, cómo muchos niegan la necesidad de la iglesia; hay muchos que se dicen todavía católicos afirman no tener necesidad de frecuentar la iglesia, es decir la comunidad, y por lo tanto no celebran la liturgia ni participan en los sacramentos ni en la caridad. Se llega a la “contradictio in terminis” de afirmarse “creyentes no practicantes”. ¡Cómo se puede ser creyente y no practicar, es decir, no vivir la comunión en la oración y en la fe, en la esperanza y la caridad!  No obstante esto, se consideran creyentes. Todos conocemos personas que dicen: yo le rezo a Dios; todos los días hago oración, pero no quiero tener ningún contacto con la iglesia. El tema Petrino nos convence de la necesidad de hablar de esta iglesia cuya existencia hunde sus raíces en la voluntad de Dios Trinidad y cuya cabeza visible es Pedro.

 

En la EN, Pablo VI afirma: “En verdad, es conveniente recordar esto en un momento como el actual, en que no sin dolor podemos encontrar personas, que queremos juzgar bien intencionadas pero que en realidad están desorientadas en su espíritu, las cuales van repitiendo que su aspiración es amar a Cristo pero sin la iglesia, escuchar a Cristo pero al margen de la iglesia. Lo absurdo de esta dicotomía se muestra con toda claridad en las palabras del evangelio: «el que los desprecia a ustedes, a mi me desprecia ( Lc.10-16) ¿Cómo va a ser posible amar a Cristo sin amar a la iglesia, siendo así que el más hermoso testimonio dado a favor de Cristo es el de San Pablo: «amó a su iglesia y se entregó por ella»? (Ef.5,25).

 

 

Excursus II.

El comentario de Bonnard al evangelio de Mt. es considerado uno de los mejores y punto obligado de referencia. Fue profesor de la Universidad de Lausana (Suiza). Comparto contigo una cita larga de este pasaje fundamental para la eclesiología. Después de todo, negar el primado de Pedro, ha determinado la existencia de más de ¡30 mil sectas! denominadas cristianas, lo cual es demasiado.

 

1.- “16,13-23. Jesús interroga a sus discípulos sobre su persona y les anuncia sus sufrimientos (cf. Mc. 8,27-33; Lc. 9,18-22). Con esta perícopa llegamos a lo que durante mucho tiempo se ha considerado como el centro o la médula de la narración evangélica. Este punto de vista se apoya, sin duda, en el texto: por primera vez interroga Jesús a sus discípulos sobre su persona, y Pedro confiesa explícitamente la dignidad mesiánica del Maestro. Por otra parte, Jesús anuncia por primera vez sus sufrimientos y su resurrección. En fin, inmediatamente después de esta perícopa el relato se concentra sobre el tema de la pasión; Jesús anuncia de nuevo sus sufrimientos (17,22-23; 20,17-19) y «sube a Jerusalén» (20,17; cf.16,21). Indiscutiblemente, llegamos aquí a un momento crucial del relato de Mateo, que sigue aquí, lo mismo que Lucas, el plan de Marcos.

 

Desde el punto de vista del pensamiento, el hecho más inesperado e importante es sin duda la coincidencia, en una misma perícopa central, de los relatos de la confesión mesiánica de pedro y del anuncio de la pasión por Jesús. Hay incluso motivos para preguntarse si el relato de la confesión de Pedro y las subsiguientes palabras de Jesús (vv. 13-23) no constituyen la introducción de algo que el evangelista juzga todavía más importante: el primer anuncio de la pasión y el enunciado de sus consecuencias para los discípulos (vv. 21-23 y 24-28). Sin embargo, en la concepción que hemos adoptado de la estructura del primer Evangelio, esta perícopa que sigue siendo central, debe ser apreciada de manera un poco diferente: forma parte de la introducción narrativa a la gran instrucción de Jesús a sus discípulos (cap. 18); dicha introducción se extiende de 13,53 a 17,27; nuestra perícopa no es más que uno de sus elementos.

 

«¿Cuál es entonces el tema común a estos relatos de introducción al capítulo 18? Parece evidente, al menos para el conjunto de estos capítulos: la narración se centra en la persona de Jesús rodeado de sus discípulos, el diálogo con los jefes del pueblo se hace cada vez más difícil y se insiste en la idea del sufrimiento del Maestro; dicho sufrimiento se relaciona con el sufrimiento análogo, si no idéntico, que espera a los discípulos, e introduce el gran tema de la dulzura, la ayuda y el perdón fraternos que domina el capítulo 18. Se podría resumir todo esto de manera siguiente: «puesto que los discípulos siguen a un Mesías doliente y no triunfante, deben saber acoger a los pequeños y perdonarse mutuamente».

 

Pensamos, pues, que Oscar Cullmann (Saint Pierre [1952] 156) tiene razón cuando insiste en la unión orgánica entre el relato de la confesión de Pedro y el de los anuncios de la pasión por Jesús: «Vista la importancia de la hora, era necesario que Jesús anunciara aquí sus sufrimientos, porque así explicaba sus consignas de silencio. Esta profecía y la protesta de Pedro no constituyen una especie de nuevo relato y mucho menos una especie de epílogo; constituyen el núcleo de todo el episodio de Cesarea de Filipo». A esta argumentación psicológica e histórica («era necesario…») se pueden objetar muchas cosas; pero, para el exegeta, el hecho capital sigue siendo que los tres sinópticos sitúan inmediatamente después de la confesión petrina el primer anuncio de la pasión. Nuestra tarea no es reconstruir lo que acaeció en Cesarea de Filipo, si no entender las razones profundas que tuvieron los evangelistas para presentar el acontecimiento de esta manera.”  

 

En síntesis, lo que dice Bonnard, es que, con el anuncio de los sufrimientos, de su muerte y resurrección, Jesús corrige cualquier interpretación torcida de su mesianismo; es el Mesías, el Hijo de Dios, pero ha de pasar por el camino oscuro y escandaloso de la pasión a fin de realizar su misión; y el camino de sus discípulos no puede ser otro. El discípulo nuca ha de olvidar que lo es de un condenado a muerte. (El autor hace a un lado los vv. 17-19, sobre el “primado o promesa a Pedro”. Es luterano).