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Mal.1,14-2,2.8-10;Sal. 130; 1Tes.2,7-9.13; Mt. 23,1-12

 

Uno solo es el Maestro, Cristo, y uno solo el Padre, Dios. Los cristianos, todos son hermanos, radicalmente iguales entre ellos. Ninguno puede situarse a sí mismo delante de los demás.  En ello va el testimonio mismo de nuestra fe, porque de la fe brotan las relaciones que deben ejercitarse entre nosotros, basadas en nuestra calidad de hijos del mismo Padre y discípulos del mismo Señor.

 

Mal.1,14-2,2.8-10.  Límites de la liturgia – Este violento mensaje se refiere a la liturgia y está dirigido especialmente a los sacerdotes. Un templo nuevo se ha levantado sobre las ruinas de la guerra; pero las ofrendas llevadas en sacrificio son objetos desechables: los sacerdotes se reducen al rol de funcionarios de un culto formal sin alma; ¿cómo reconocer la liturgia de la alianza en medio de todas estas «hechicerías»? En el culto, los sacerdotes encuentran un refugio para huir del ardor inspirado de las profecías y del realismo de los sabios, pero no son ya mensajeros; son solo los antepasados de Caifás; el profeta desenmascara su hipocresía.

 

Sal. 130. Breve Salmo en el que el salmista se acepta a sí mismo con humildad. Reconoce y acepta el límite de todo lo humano y así evita el pecado capital de la soberbia. En el interior y en los gestos externos es mesurado. Así cultiva una especie de infancia espiritual, consiente. Lleno de abandono y confianza, al sentir que su límite humano está envuelto y acogido en la presencia “maternal” de Dios.

La filiación del cristiano se refiere al Padre; pero del Padre toma nombre y semejante otras paternidades y maternidades: Cristo llama una vez a sus discípulos “hijitos”, promete no dejarlos huérfanos. La iglesia recibe de Cristo su misión maternal, y María, tipo y figura y Madre de la Iglesia, también ofrece su maternidad al cristiano. Ella lo educa en el abandono y la confianza.

 

1Tes.2,7-9.13. El verdadero apostolado – El evangelio contiene este increíble proyecto de Dios: llamar a una vida de amor y de unidad con todos los hombres de buena voluntad. San Pablo dice bajo qué condiciones puede ser anunciado este proyecto en la iglesia: ponerse a la escucha de todos los hombres y reconocer que cada uno de ellos tiene algo que dar a la iglesia; tener la ternura y el valor de una madre que no encierra a sus hijos en un ambiente protegido y artificial, ahorrándose todo riesgo y dificultad, sino que está dispuesta a soportar todo para que ellos lleguen a ser libres, adultos, autónomos, es decir, que estén en grado de acoger el evangelio más allá de todo condicionamiento. La gloria del apóstol no consiste en la satisfacción de haber transmitido un mensaje, sino en el hecho que los tesalonicenses han encontrado al verdadero Dios, al Dios viviente cuya palabra da un sentido a la vida.   

 

Mt. 23,1-1. ¡Ay de vosotros, fariseos! Dignos de estima por su fidelidad a las tradiciones y por la pasión en que se aplicaban al estudio de las Escrituras, los fariseos se convirtieron, a los ojos de los primeros cristianos, en el símbolo de la perversión religiosa. Su seguridad doctrinal los mantenía inmóviles en su propia tranquilidad de conciencia, en su seguridad religiosa; su amor por el pasado los bloqueaba ante la más evidente novedad; custodios de la fe, se convertirán en gendarmes, en policías; eran los tristes profesores de la verdad, celosos de su dignidad. Todas estas tentaciones permanecen también en la iglesia de Cristo; y jamás pierde actualidad la condena de Jesús a un sistema no solo superado, sino contrario en todo al proyecto de Dios.

 

Y ahora os toca a vosotros, sacerdotes… !

O séase que se trata “de una bola encimada”. También a nosotros ha de sacudirnos, faltaba más, la palabra de Dios que es una espada de dos filos que penetra hasta el fondo del alma y deja al descubierto nuestros pensamientos. En las lecturas de hoy encontramos una reprimenda y advertencia severas de Dios hacia los dirigentes religiosos del pueblo, de entonces y de hoy. ¿Habremos estado a la altura de las circunstancias? El griterío es ensordecedor; se pide justicia, el cese de la violencia, mejores políticas sociales, etc., etc.  Y la situación desastrosa del país, la penetración profunda del crimen organizado, o sea, del pecado, en nuestra sociedad, que queda de manifiesto en todas esas luchas, ¿no manifiesta, al mismo tiempo, un fracaso en nuestra acción evangelizadora? ¿O también nosotros nos reducimos y conformamos con hacer culpable a todas las instancias de gobierno? ¿Habremos perdido la capacidad, ya no de examen de conciencia, sino de simple autocrítica?  Ahora os toca a vosotros, sacerdotes.

 

Delitos cúlticos, titula el padre Alonso, este fragmento de Malaquías; en todo caso, si son delitos cúlticos, la autenticidad del culto, su verdadero significado, está a cargo de los sacerdotes. Una falla de esta naturaleza puede estropear el ministerio: “Si no me obedecéis y no os proponéis honrarme, os enviaré mi maldición; maldeciré vuestras bendiciones, las maldeciré porque no hacéis caso. Mirad que os arranco el brazo y os arrojo basura a la cara; la basura de vuestras fiestas”.  La terrible problemática que ha tenido que enfrentar la iglesia de nuestros días, ¿no será el cumplimiento de estas terribles palabras?

 

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Como lo había dicho anteriormente, estos textos de Mateo, sin duda un fariseo converso, son fáciles de entender cuando se los aplicamos a las autoridades judías de aquel tiempo. Pero si Mateo los conserva y dirige a su propia comunidad, quiere decir que tienen valor también para nosotros. Y debemos leerlos con cuidado. Va enseguida el resumen del comentario a este pasaje de Alexander Sand:

 

El autor del primer evangelio abre “el discurso de amenaza” contra los fariseos y los escribas con un desarrollo de pensamientos importantes a los que él ya había hecho alusión y sostenido a lo largo del evangelio. En esta circunstancia es decisivo para él orientar la mirada de los destinatarios sobre la situación concreta de la comunidad. La mención de los discípulos, (entonces Jesús habló a la multitud y a los discípulos. v. 1), tiene como fin llamar la atención del discípulo que ejerce una función de guía al interno de la comunidad de Mateo, mientras que la alusión a la multitud está dirigida a aquellos a los que líderes equivocados les aconsejaban el seguimiento de Jesús y que por lo tanto participan de la culpa de sus propios líderes.

 

También en la comunidad las cosas no van del todo bien; tan es así que la severa advertencia a los escribas y fariseos está dirigida también a la comunidad. La exhortación tiene lugar en una doble dirección: cuídense de los ejemplos negativos presentes en el pueblo hebreo, donde la actitud errada de los dos más importantes grupos de capos, pone en peligro la consistencia interna de la comunidad de los creyentes; porque el abuso del oficio y la presunción arrogante constituyen para muchos un escándalo, que les confunde y turba en su actitud de fe.

 

Las enunciaciones exhortativas (parenéticas), invitan, por lo demás, a una actitud positiva: con Jesús, el Cristo, ha sido suprimido de una vez por todo el orden de la prioridad. Existen sólo hermanos, servidores humildes, la comunidad es guiada y conducida por Dios Padre que ha puesto sobre la comunidad misma a su Cristo como único «rabí» y «maestro». «Exactamente la inserción de los vv. 8-12 quiere mostrar a la comunidad que el capítulo 23

 no ha de ser leído sólo como una condena del judaísmo farisaico, sino también, como advertencia a la comunidad cristiana, y sobre todo a sus capos, a los que han sido confiadas particulares responsabilidades». (Garland)

 

Excursus. “Hoy, la profecía más necesaria, es la de la fidelidad”. (B. XVI).

El tema de la identidad sacerdotal, objeto de vuestra primera jornada de estudio, es determinante para el ejercicio del sacerdocio ministerial en el presente y en el futuro. En una época como la nuestra, tan “policéntrica” y propensa a difuminar todo tipo de concepción de identidad, considerada por muchos contraria a la libertad y a la democracia, es importante tener bien clara la peculiaridad teológica del Ministerio ordenado para no ceder a la tentación de reducirlo a las categorías culturales dominantes. En un contexto de difundida secularización, que excluye progresivamente a Dios de la esfera pública, y, por tendencia, también de la conciencia social compartida, a menudo el sacerdote parece “extraño” al sentir común, precisamente por los aspectos más fundamentales de su ministerio, como los de ser hombre de lo sagrado, sacado del mundo para interceder a favor del mundo, constituido, en esa misión, por Dios y no por los hombres (cf. Hb 5,1). Por ese motivo, es importante superar peligrosos reduccionismos, que, en las décadas pasadas, utilizando categorías más funcionalistas que ontológicas, han presentado al sacerdote casi como un “agente social”. (Discurso ante la Comisión del Clero. 03.12.10).

 

En el documento con el que  B.XVI,  anuncia un año de reflexión sobre la fe, escribe: ““Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Un minuto con el Evangelio

Marko I. Rupnik, SJ

 

San Pablo dice que el sentido de la Ley es ser un pedagogo que conduce a Dios, autor de la Ley. Con la decadencia, la Ley se convierte cada vez más en un fin en sí misma. Los fariseos ponían una enorme atención en cada detalle de la Ley, pero no conseguían hallar su sentido ni llegar al reconocimiento de Cristo, que es el cumplimiento de toda la Ley y, más aún, quien la abre a un significado radicalmente nuevo. Por eso, Cristo dice: «Haced lo que os dicen, pero no sigáis su ejemplo». Cumplir con la Ley es un compromiso, un trabajo, un cansancio, y si no nace una relación personal con Dios en la que se nos hace el regalo del amor que consuela, da  vida, alegría y el sabor de la vida, entonces el hombre debe consolarse por lo menos con la gloria y el reconocimiento dado por la gente. La Ley mal vivida hincha de orgullo a los que piensan que la cumplen. La ley vivida religiosamente nos hace dóciles y humilde y Dios se da a los humildes y resiste a los soberbios.