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Sof 3,14-18, Is. 12; Fil 4,4-7; Lc. 3,10-18

El Señor está cerca;

No se inquieten por nada.

(Fil 4,6)

 

Sof 3,14-18. Un porvenir de alegría y salvación – En los días más oscuros de la guerra liberadora, los jefes hacen resplandecer ante los ojos del pueblo un porvenir ideal, que justifica las lágrimas y las luchas que el pueblo ha de soportar. En este fervor del pueblo, en medio de su propio combate, el profeta alcanza a ver ya la salvación, y sobre todo un reflejo de la alegría y del amor invencible de Dios. Se trata, no tanto de un ingenuo optimismo, cuanto de una iluminada esperanza. Si Jerusalén está todavía bajo el yugo, ya sus opresores caen en las trampas que habían tendido y pierden su crédito.

 

Como salmo responsorial, leemos Is. 12,1-6; el fragmento puede muy bien sintetizar el tema de hoy. Este capítulo es muy breve, 6 versitos. De hecho, es el final de la sección profética Is. 7-11. He aquí el texto completo.

 

1.Aquél día recitarás:

.

 

1.-  La sección profética (Is. 7-11. LIBRO DEL EMANUEL.) termina con un himno de acción de gracias. El «cesar de la ira» alude al estribillo de Is. 9,7-20: “Y con todo no se aplaca su ira, sigue extendida su mano”: (9, 11.16. y 21). Un solista entona el himno; parte de una experiencia interior: el consuelo divino.

 

2.- La segunda mitad es la cita de un verso que encontramos en el cántico de Moisés (Ex 15,2); por tanto, está tradicionalmente relacionado con el éxodo. Repite la palabra «salvación», quizá explicando el nombre de Isaías (=el Señor salva). Con la experiencia de esta salvación objetiva y del consuelo interior, el temor da paso a la confianza, como actitud religiosa dominante.

3.- La salvación divina, hecha oráculo en el nombre (y quizá en los oráculos) del profeta, es una fuente inagotable (cf. Jr. 2,13; 17,13) ofrecida a la comunidad israelitica.

4-5.- Comienza la segunda parte del himno; es una respuesta entonada por toda la comunidad. La forma de imperativo es típica del género. Si en la primera parte dominaba aludido el nombre del profeta, en esta segunda domina el «nombre del Señor», ofrecido para la invocación del pueblo, y es también «fama» que el pueblo debe difundir. Israel tiene esta misión frente a todas las naciones. El nombre y la fama se han mostrado y acreditado en las acciones históricas de salvación.

6.- El título final es típico de Isaías, recibido ya en el momento de la vocación profética. El texto espera la realización plena, cuando la salvación tenga lugar en y por Cristo. En la Navidad.

 

Fil 4,4-7; la señal de la Navidad. Los cristianos poseen la certeza que «El Señor está cerca». La vida, llena de preocupaciones y de esperanzas, se desarrolla para ellos, después de Cristo, en el signo de la paz y de la alegría. Esta paz inimaginable es el contenido de su fe y de su oración. Por esto los cristianos deben dar a conocer algo al mundo: la confianza ante el porvenir, la serena certeza que la vida mantiene su promesa. Esperar algo de la vida, como se espera siempre algo de la Navidad, apropósito de aquel que era, que es y que ha de venir.  

 

Lc. 3,10-18. Espontaneidad, creatividad, vida – Juan anuncia la buena noticia: El Mesías viene y hará justicia, no a través de signos exteriores de un caos cósmico (el viento y el fuego), ni con maldiciones, sino a través de los signos modestos y espontáneos de un cambio visible de mentalidad: el convertido es un hombre que vive para los otros. Para preparase a esta venida, los hombres que se sienten pecadores reciben el bautismo de Juan, signo de penitencia e inicio de conversion. Pero Jesús con ese mismo gesto humilde inaugura el tiempo del evangelio, abriendo a todo el pueblo la vida nueva de hijos de Dios en el Espíritu.

 

Michael J. Sandel, filósofo, profesor y político americano. Enseña en Harvard. Sus lecciones son las más demandas a grado de no cupo. Millones lo siguen en la red. Ha escrito un libro: What’s the Right Thing to Do? ¿Qué debemos hacer? Es la pregunta que en su momento le hicieron los contemporáneos al Bautista; y la respuesta fue clara. Igual, nosotros hoy podemos hacerle la misma pregunta al Profeta del Jordán en lugar de dedicarnos a hacer tantas reuniones, mesas, discursos, planes, proyectos, – de pastorales incluidos -, y esperar su respuesta que llegará: “Den frutos conversión. El que tenga dos abrigos que de uno al que no tiene ninguno y el que tenga comida que haga lo mismo”. También Sandel, judío, por cierto, y todos los dueños de este mundo, deberían pregunten al Batista qué es lo conviene hacer hoy.

Ante la llegada del Reino solo cabe una nueva actitud coherente, desprovista de las falsas seguridades, como odres nuevos aptos para recibir el vino nuevo, la definitiva revelación y la persona de Jesús. Juan inicia su ministerio llamando a la conversión, es el mensajero que grita en el desierto: “preparen los caminos del Señor”, porque el plazo se ha cumplido. Juan es “el mensajero enviado por el Señor a prepararle el camino” «convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga yo que venir a destruir la tierra» (cf. Mal.3,1-24). Así pues, no quedan más que la conversión y la fe. Jesús, en su momento, inicia en la misma tónica: “Arrepiéntase porque el reinado de Dios está cerca” (Mt.4,17). Ese llamado sigue vigente, es permanente; la conversión es un empeño inacabado, un trabajo de toda la vida, una permanente actitud de fidelidad a la gracia. Por ello el Adviento es actual y necesario. Juan lo anuncia con firmeza.

 

¿Qué dice Juan de sí mismo? No quiere ser más que una voz; quiere orientar la atención del pueblo hacia un desconocido que es el mesías. En adviento, la iglesia hace nuevamente propia la espera del mundo que aspira a la paz y a la fraternidad. Y, como Juan, debe ser humilde y discreta, escondida. «yo no soy la repuesta a todas las preguntas. No soy más que un eco de Cristo. No poseo a Dios en exclusiva. Cristo está en medio de ustedes, en vuestras esperanzas, en vuestros anhelos, en vuestras luchas, en vuestro amor. La única valentía de la iglesia consiste en conocer, llamar y anunciar a aquel que lo hombres esperan y buscan a tientas. La iglesia debe vivir el adviento a profundidad. Después de todo, con la venida de Cristo las cosas no han ido mejores.  

 

 

 

 

Un minuto con el evangelio.

Marko I. Rupnik, SJ

La predicación de Juan fue muy eficaz. Esto se ve en el hecho de que suscitó en la gente una disposición adecuada para la esper. Cuando el hombre se pregunta qué debe hacer, ya se ha creado en él esa apertura necesaria para la acogida de la salvación. Según los Padres, el camino espiritual es prácticamente imposible cuando el hombre se aconseja a sí mismo y se sugiere qué es lo bueno para él. Aunque esté haciendo propósitos santos y buenos, el hombre puede permanecer encerrado en sí mismo; la espera, por el contrario, significa tener en cuenta a Quién se espera. La espera ahora se ha hecho tan fuerte que el mismo Bautista podía haber pasado por ser el Mesías, pero precisa que él bautiza lavando los pecados. Aquel a quien prepara el camino, en cambio, no sólo lavará, sino que impregnará a la humanidad con el Espíritu Santo. Juan nos llama hoy también a esta acogida de vida nueva que se nos da.

 

Meditación. Como cristianos, estad siempre alegres, os lo repito, estad alegres.

Honestamente, ¿podemos hablar, hoy, de alegría? Iniciemos con dos citas a escoger: a) Nietzsche: Ustedes hablan de estar salvados; demuéstrenme con sus rostros que están salvados y yo creo en su Salvador.  ¡Deberían tener un poco más un aire de gente salvada y cantar mejores cantos, más alegres!  b) el Cura de Ars: Un alma en gracia, está siempre en primavera.

 

Dos citas que, desde diferentes perspectivas nos dicen lo mismo; uno nos reprocha la falta de alegría propia de quienes no tienen esperanza, de quienes no ha comprendido el cristianismo; el otro nos dice, que la única alegría real es la que brota de la santidad del alma en gracia.

 

Estad alegres, nos dice el Apóstol Pablo; y la razón fundamental de nuestra alegría radica «en el Señor». Y es de notar que Pablo escribe esta invitación desde la cárcel.  Luego la alegría no significa la ausencia de problemas; se puede ser feliz aún en la situación más adversa.

 

Existe un libro reciente titulado: La felicidad inadvertida. (2012.Navarra). El autor, basado en un extraño texto de V. Frankl, según el cual, recordando una de las peores noches, de los peores momentos límite, en el campo de concentración, fue capaz de escribir: «A pesar de todo, ahí pasé alguna de las horas más idílicas de mi vida». Todo el libro es un análisis de este texto, de su posibilidad; ¿cómo es posible hablar de que en ese infierno haya pasado una de las horas más idílicas de la vida?, se interroga. ¿Y qué podemos decir de M. Kolbe o de E. Stein y de tantos otros que vivieron esos momentos «con sentido»? ¿Dónde está la alegría? ¿Dónde la felicidad?

 

Inscrito en lo más profundo del corazón humano, este deseo ha querido ser saciado por todos los medios. Hoy, por ejemplo, en la búsqueda de la felicidad y de la alegría, hemos derribado todas las barreras: la sexualidad desbocada e irresponsable, aunque tengamos que matar a los niños inocentes en el vientre de sus madres. Nuestros parlamentos nos autorizan a ello. Las dosis de pornografía disponible son masivas. Ya no nos conformamos con hacer esas cosas, ahora buscamos la legitimación social y jurídica de las degeneraciones ancestrales. Homosexualismo, pero no sólo esto, ahora hay que añadir que es moralmente bueno y es legítimo; podemos, tenemos el derecho de equiparar las uniones homosexuales al matrimonio natural. Ahora es legal, se trata de la legitimación social del pecado; se trata de legalizar, por ejemplo, la droga con fines de placer, porque lo que se busca es “la felicidad”. ¿Estará ahí la felicidad?

 

El 9 de mayo de 1975, (a escaso mes de mi ordenación), Pablo VI publicó una verdadera joya de su magisterio: Gaudete in Domino:

 

“He aquí una perla preciosa del Magisterio de Pablo VI. En 1975, a unos diez años del Concilio Vaticano II, la gran tormenta posconciliar arrecia en fuerzas sombrías y perturbadoras. En no pocos ambientes de la iglesia católica cunde el pesimismo y el desaliento: unos se quejan de que las aplicaciones del Concilio se han llevado demasiado lejos; otros, de que se quedaron cortas. Hay conflictos y frustraciones. Hay tristeza.

 

Pablo VI advierte que este pesimismo nada tiene que ver con el espíritu cristiano, el espíritu de filiación, la infancia espiritual. Y nos sorprende con un precioso documento sobre la alegría cristiana, tema nunca tratado antes en el Magisterio eclesial con extensión y hondura comparables. Se siente urgido por Dios a exhortarnos apostólicamente a esa «alegría sobreabundante que es un don del Espíritu». (4)

 

Ciertos «hijos inquietos», sombríos e hipercríticos (78-79), crean un clima pesimista que es preciso superar en el Espíritu, desde la fe, la esperanza y la caridad. ¿Cómo es posible ser cristiano y no tener alegría? Sí, sería muy extraño que esta Buena Nueva, que suscita el aleluya de la iglesia, no nos diese ¡un aspecto de salvados!». (77-78)

 

No estamos ante un documento pontificio de carácter meramente moral, o exhortativo, no.  Gaudete in Domino constituye un texto doctrinal, una preciosa teología de la alegría cristiana, bien fundamentada en la Escritura, la liturgia, la tradición, los maestros espirituales. No es tampoco un documento circunstancial, sino un desarrollo estable de la ciencia cristiana, realizado en el Espíritu de la Verdad, que nos guía «hacia la verdad completa».

 

El Papa contempla, en una profunda meditación teológica, la alegría de Cristo (16-32), la alegría pascual que nace de su pasión y de su resurrección (36-39), siempre actual en la Eucaristía, la alegría de la Virgen María y de los santos (IV), la alegría que brota de la cruz («la alegría más pura y ardiente la encontramos allá donde la Cruz de Jesús es abrazada con el más fiel amor», 48-49), la alegría sobreabundante por el don del Espíritu Santo (39-42, 79): el gozo de la Iglesia, Esposa de Cristo, que se alegra en la creación primera (6-8), en la Eucaristía presente y en el eterno futuro escatológico. (71-72)

 

El testimonio más difícil que nos puede ser requerido a los cristianos es el testimonio de la alegría, de nuestra alegría.