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“En aquel amanecer de diciembre de 1531 se producía el primer milagro que luego será la memoria viva de todo lo que este Santuario custodia. En ese amanecer, en ese encuentro, Dios despertó la esperanza de su hijo Juan, la esperanza de un Pueblo. En ese amanecer Dios despertó y despierta la esperanza de los pequeños, de los sufrientes, de los desplazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras. En ese amanecer, Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos”. (Papa Francisco en la Basílica).

 

Guadalupe estuvo bien presente en las anteriores trasformaciones incluso en la Reforma cuando, tras el decreto de la confiscación de todos los bienes de la iglesia, el Benemérito exceptuó la Basílica de Guadalupe y nombró a la Virgen Generalísima de los Ejércitos Mexicanos. El Benemérito despachó siempre en el Palacio de los Virreyes, o Nacional, y no faltó un solo día a misa, a las 7 am, en  Catedral, en el Altar del Perdón, “oída con mucha devoción”. En el paroxismo de la III Transformación, el 14. nov. 1921, estalló una bomba de dinamita puesta a los pies de la Imagen; todos los ventanales volaron deshechos y el vidrio que cubre la Imagen se pulverizó, por fortuna la Imagen no sufrió daño. La puso Luciano Pérez de la Unión ferrocarrilera. ¿Qué lugar ocupará ella en la IV Transformación? ¿Solo el ser la ‘Morenita’ del Tepeyac?

 

Guadalupe, signo de esperanza. Cabe preguntarnos qué debemos hacer para lograr que ese ímpetu incontenible de fe se refleje en un compromiso serio para hacer de nuestro México un país mejor para todos. Guadalupe es indiscutiblemente el símbolo mexicano por excelencia; Ella misma es profecía de la nueva raza y su destino donde no debería haber ni vencidos ni vencedores, sino hermanos. La razón profunda y última es que su presencia, histórica y milagrosa, fue y sigue siendo eminentemente evangelizadora. En este sentido María de Guadalupe sigue siendo el símbolo de una esperanza, de la esperanza de un México verdaderamente fortalecido, incluyente, en el que tengan cabida los indígenas, los campesinos, los obreros, los pobres y marginados; en el que la política sea entendida de una vez por todas como vocación de servicio y no como  la sórdida lucha por el poder y la posibilidad de despacharse con la cuchara grande y a discreción;   de un país habitable y humano, tal como Ella lo pensó. La desbordada devoción guadalupana, si es auténtica, se ha de reflejar en el compromiso de ser mejores ciudadanos.

 

Juan Diego invitado a la esperanza. Juan Diego es necesario por completo en el evento guadalupano. La Virgen así lo ha querido. Lo necesita para realizar su propósito. Es de todo punto necesario que seas tú, le dice; Ella podría tener muchos y muy nobles emisarios, pero no ha de ser así.  Su embajador tiene que ser alguien de esta raza humillada, quien convenza al jerarca, quien soporte la sospecha y el desprecio. Entonces, como hoy, son los humildes quienes reciben la misión de anunciar del mensaje. Así, el indio, el vencido es forjador del futuro de esta tierra.

 

“En ese amanecer, Juancito experimenta en su propia vida lo que es la esperanza, lo que es la misericordia de Dios. Él es elegido para supervisar, cuidar, custodiar e impulsar la construcción de este Santuario. En repetidas ocasiones le dijo a la Virgen que él no era la persona indicada; al contrario, si quería llevar adelante esa obra tenía que elegir a otros ya que él no era ilustrado, letrado o perteneciente al grupo de los que podrían hacerlo. María, empecinada, le dice: no, tú has de ser mi embajador.

 

Así logra despertar algo que él no sabía expresar, una verdadera bandera de amor y de justicia: en la construcción de ese otro santuario, el de la vida, el de nuestras comunidades, sociedades y culturas, nadie puede quedar afuera. Todos somos necesarios, especialmente aquellos que normalmente no cuentan por no estar a la «altura de las circunstancias» o por no «aportar el capital necesario» para la construcción de las mismas. El Santuario de Dios es la vida de sus hijos, de todos y en todas sus condiciones, especialmente de los jóvenes sin futuro expuestos a un sinfín de situaciones dolorosas, riesgosas, y la de los ancianos sin reconocimiento, olvidados en tantos rincones. El santuario de Dios son nuestras familias que necesitan de los mínimos necesarios para poder construirse y levantarse. El Santuario de Dios es el rostro de tantos que salen a nuestros caminos”. (Papa Francisco).

 

Además, la Señora del Tepeyac al hablar al indio en su lenguaje le hace entender, y en él a toda su raza, que no estaba todo definitivamente perdido, que en la nueva religión cabían todas las culturas, que también siendo indígena se podía ser cristiano y se debía trabajar por el Reino de Dios. Un mundo nuevo comenzaba a nacer donde el indígena tendría cabida con entero derecho, y su cultura debía enriquecer la cultura venida del mar. Terminaba una época y comenzaba otra de fecundo mestizaje étnico cultural y de purificación religiosa. Era el tiempo del Nuevo Sol. No todo terminaba para el indio. Debía superar las tragedias del pasado y mirar a ese futuro no con una fatídica resignación, ni con un pasivo resentimiento, sino con una alentadora y dinámica esperanza. En Juan Diego, todos estamos invitados a ser factores de cambio movidos por la esperanza de un mañana mejor. La desilusión y la apatía no son el camino. Vivimos una situación difícil como pueblo; México necesita de sus hijos. La amenaza es real y el peligro es latente. La solución, lo sabemos, no es meramente política; hoy necesitamos revitalizar las energías del espíritu, necesitamos una renovación de las conciencias; y el mensaje de Guadalupe ha de ser fuente de inspiración. El hecho guadalupano es la verdadera y definitiva ‘transformación’ de esta amada Patria. Sin la aceptación del Hijo que Ella viene a anunciar a estas tierras, no hay transformación posible.

 

Un pueblo invitado a la confianza. Para ninguno de nosotros es desconocido que padecemos una crisis de confianza. ¿En qué podemos confiar, realmente, hoy? Todo se ha vuelto tan turbio, sobre todo cae un velo de sospecha. La misma Iglesia no es todo lo transparente que quisiéramos; los partidos políticos, los políticos, las instituciones, en fin, en todo hay tanta sombra.  Todavía no construimos el modelo de convivencia entre nosotros capaz de satisfacernos plenamente

 

“Al venir a este Santuario nos puede pasar lo mismo que a Juan Diego. Mirar a la Madre desde nuestros dolores, miedos, desesperaciones, tristezas y decirle: Madre, «¿Qué puedo aportar yo si no soy un letrado?». Miramos a la madre con ojos que dicen: son tantas las situaciones que nos quitan la fuerza, que hacen sentir que no hay espacio para la esperanza, para el cambio, para la transformación”. (papa Francisco).

 

El 24.01.99 JP. II, inauguraba su visita a México desde la Basílica: «Este es nuestro grito: ¡una vida digna para todos!» Con fuerza resonaron estas palabras en la Basílica. «La Iglesia tiene que proclamar el evangelio de la vida y denunciar con fuerza profética la cultura de la muerte»”, gritó el Papa. «Ha llegado el momento de erradicar de una vez por todas del Continente todo ataque contra la vida. ¡Basta con la violencia, con el terrorismo y con el tráfico de drogas! ¡Basta con la tortura y con todas las formas de abuso! ¡Debe haber un final al recurso innecesario de la pena capital! ¡Basta con la explotación del débil, con la discriminación racial o con los guetos de pobreza! ¡Nunca más! Se trata de males intolerables que claman al cielo y llaman a los cristianos a un estilo de vida diferente, a un compromiso social más profundo con la fe. Tenemos que despertar las conciencias de los hombres y mujeres con el evangelio a fin de poner en evidencia su sublime vocación de hijos de Dios. Esto les inspirará en la construcción de un México y de una América mejores. Con carácter de urgencia, tenemos que provocar una nueva primavera de santidad en el continente».

 

«América deja de ser un simple continente para convertirse en una vocación que encuentra su horizonte en los puntos de referencia esenciales para todos los ciudadanos y responsables políticos, “No matar”, “No mentir”, “No robar ni codiciar los bienes ajenos”, “Respetar la dignidad fundamental de la persona humana” en sus dimensiones físicas y morales, son principios intangibles, sancionados en el decálogo común a hebreos, cristianos y musulmanes, y cercanos a las normas de otras grandes religiones. Se trata de principios que obligan tanto a cada persona humana como a las diversas civilizaciones». Así hablaba JP.II  en su encuentro con el cuerpo Diplomático en México. Sin estos puntos referenciales no hay ni IV ni V ni ninguna ‘trasformación. Guadalupe es una profecía, es compromiso, nunca evasión, miedo, apatía. Por último, no olvidemos que María de Guadalupe es mujer.