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Domingo III de Cuaresma, C.

Ex 3,1-8. 13-15; Sal 102; I Co 10,1-6.10-12; Lc 13,1-9

 

Ex 3,1-8. 13-15 – Yo estoy con ustedes – Moisés ha sido educado en la corte del faraón, donde ha abrazado el culto de los dioses egipcios; arrojado al desierto, practica la religión del dios de los nómadas, un dios que le recuerda las promesas hechas a sus antepasados. Flotando de una religión a otra, Moisés busca al verdadero dios, que sea siempre el mismo no obstante la diversidad de las situaciones en las que se vive. Él entiende, entonces, que Dios se niega a dejarse encerrar en una definición. Y aprende a conocer algo de este verdadero Dios desde el momento en que se hace disponible para llevar a cabo la liberación de sus hermanos en Egipto; entonces descubre que el verdadero Dios es «el Dios con nosotros», (yo soy el que soy), y que, cada uno de nosotros es su sacerdote.

 

Sal 102 – Himno a la misericordia paternal de Dios. El salmista da gracias por los beneficios experimentados: ante todo el perdón de los pecados y, junto con esto, el haber sido liberado del peligro de muerte, de modo que su vida parece volver a empezar con una nueva juventud.

 

De la experiencia personal, pasa a las grandes experiencias del pueblo. Dios hace justicia defendiendo al oprimido contra el opresor. En el verso 8 leemos la gran definición de lo que Dios es: «el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia». Una formula cultica que concentra muchas experiencias de convivir con Dios.

 

Transposición cristiana: La paternidad de Dios es en el AT una comparación, una imagen sugestiva. Pero cuando el Hijo se hace hombre, hermano nuestro, nos hace a todos hijos de Dios. La paternidad de Dios no es ya una simple imagen, sino la gran realidad de nuestra vida: no llamamos y somos hijos de Dios.

«Mirad qué amor nos tiene el Padre: nos llamamos hijos de Dios y lo somos» (IJn.1,3). «Porque hijos de Dios los que dejan guiar por el Espíritu de Dios. El Espíritu que habéis recibido no es un espíritu de esclavos que os vuelva al temor, sino un espíritu de hijos que nos hace capaces de gritar ¡Abba! (Padre). Ese mismo Espíritu asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios» (Rom.8,14-17).

En Cristo se revela el amor del Padre, su comprensión de los hombres, su misericordia perpetua.

 

I Co 10,1-6.10-12 – La religión no es venta de seguros – El A.T., no ofrece solo una serie de ejemplos y acontecimientos impresionantes: contiene una historia que desde el inicio conduce a Jesús y anticipa la vida cristiana. Entre el Mar Rojo y el bautismo, entre el maná y la eucaristía, entre el agua viva y el don del Espíritu, hay más que una semejanza exterior: se trata de la continuidad de un mismo proyecto. A pesar de todas las maravillas de que fueron testigos, los hebreos no supieron permanecer fieles a Dios; los cristianos no están mayormente libres de la debilidad y de la defección. Los sacramentos, de hecho, no tienen una eficacia mágica, no son ritos mágicos; la vida cristiana compromete a todo el hombre y su libertad.

 

Lc 13,1-9 – El temor y el amor – Los profetas del A.T. constantemente habían presentado a los hombres la necesidad de la conversión, para alejar la amenaza de los castigos divinos, y habían interpretado los acontecimientos dolorosos, las guerras, los desastres naturales y sociales, el hambre, como un castigo de Dios. También Jesús nos llama a la penitencia y a la conversión poniendo en guardia a sus oyentes sobre el peligro de cerrarse a la novedad liberadora de Dios, quedándose fuera de su reino; pero en la parábola del higo va más allá, subrayando, no la ira de Dios, sino su misericordia. Esta, antes que despertar falsas ilusiones en el hombre, debe impulsarlo a entregarse con mayor generosidad al proyecto divino. La religión del verdadero Dios no se funda sobre el temor, sino sobre el amor.

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¿Porqué no juzgáis vosotros mismos

lo que se debe hacer?, (Lc. 12,57).

 

Tal pregunta pareciera ser el tema de este domingo. Resulta capital ver el contexto del pasaje dominical para comprender mejor el mensaje. La unidad puede ser, muy bien, 12, 54- 13-9, constituye un llamamiento a la conversión. Esta unidad puede titularse: El tiempo de Jesús: significado y urgencia. En 12,54ss., Jesús recrimina a sus oyentes, – de todos los tiempos -, que sepan interpretar tan acertadamente los aspectos del cielo y de la tierra, – los signos del tiempo-, mientras se muestran incapaces para discernir la urgencia del momento presente que impone su presencia, les reprocha su ceguera, su empecinamiento, su falta de verdadero interés, su hipocresía. «¿Cómo es que no saben interpretar el momento presente?», (12, 56). Hoy sabemos interpretar los indicadores bursátiles, los pronósticos deportivos y políticos, las tendencias de los mercados; tenemos analistas y asesores de inversión, etc., existen carreras universitarias al respecto, pero no sabemos interpretar la voluntad de Dios en “este momento”.

 

Dice, también, Jesús, que el actual, es un tiempo oportuno que ha de aprovecharse para la reconciliación con “el adversario” mientras se va de camino con él, para no ir a parar a la cárcel, (12,57-59), es decir, este tiempo es la oportunidad para reconciliarse con Dios, a la manera como se llega a un acuerdo a tiempo con el enemigo para evitar el juicio; es la urgencia del tiempo actual. De lo contrario, puede venir la ruina mediante el juicio de Dios. Luego viene la unidad que leemos este domingo, 13,1-5: «enmienda o ruina total». Se cierra la unidad con la parábola de la higuera estéril, 13,6-9: «Señor, déjala una año más, yo la cuidaré; a ver si da fruto, si no, la cortaré». De tal manera que podemos titular esta unidad como una llamada urgente a la conversión.

 

La unidad cierra con la parábola de la higuera estéril, (13,6-9); Dios da la oportunidad, pero hay un límite y hay que cuidar no agotar ese límite. J. Jeremías pone esta parábola en el conjunto de parábolas con el que se ilustra “la catástrofe”, es decir, el juicio escatológico que se cierne sobre los oyentes. Es la gravedad del momento. La urgencia de la conversión: el plazo se ha vencido, arrepiéntanse y crean en el evangelio. En medio está nuestra unidad: urgencia de conversión.

 

En su obra magistral, Las Parábolas de Jesús, Joaquín Jeremías, dice: “El mensaje de Jesús no es solo anuncio de salvación, sino también anuncio de desastre, advertencia y llamada a la penitencia ante la seriedad terrible de la hora. El número de parábolas que pertenecen a este grupo es grande, terriblemente grande. Jesús no cesó de levantar su voz amonestando para abrir los ojos de un pueblo ciego”.

 

En otro registro lingüístico, Pablo nos invita a no estar demasiado seguros, refugiados en nuestras cómodas prácticas religiosas, como lo hicieron los padres en el desierto. No hay cincho. La vigilancia es siempre necesaria.

Los acontecimientos invitan a la conversión.

Enmienda o ruina total. (13,1-5). Mientras hablaba Jesús del significado de la hora presente como de un tiempo de decisión fijado por Dios, se presentaron algunos, probablemente galileos, que le refirieron cómo el procurador romano, Pilato, había mandado degollar a algunos galileos en el atrio del templo mientras ofrecían sacrificios. Acerca de este hecho no tenemos información fuera del relato evangélico. Sin embargo, no parece imposible en la historia de la administración de Pilato. Los galileos propendían a la lucha, sobre todo si estaban afiliados al partido de los zelotas, que querían imponer con la fuerza un cambio político. Pilato era duro y cruel. La acción era tanto más horrorosa, por cuanto la sangre de los sacrificantes se había mezclado con la sangre de los sacrificios. La cruel ejecución de los galileos tuvo lugar en una fiesta de pascua; en efecto, debido al gran número de víctimas, los hombres mismos inmolaban los corderos, cuya sangre derramaban los sacerdotes sobre el altar. Las gentes estaban horrorizadas al ver derramada sangre humana, profanados los sacrificios, y a los romanos atentando incluso contra lo que estaba consagrado a Dios.

 

Las gentes refirieron a Jesús lo sucedido, seguramente porque pensaban que también él quedaría impresionado y hasta quizá podría intervenir. Se preguntaban por qué Dios había dejado matar a aquellos galileos mientras sacrificaban y creían que la explicación estaba en que eran pecadores y habían recibido el castigo que merecían sus pecados. Los judíos decían: No hay castigo sin culpa, (Job); las grandes catástrofes presuponen graves pecados. Jesús enfoca el acontecimiento referido a la luz de su predicación acerca del sentido del tiempo presente. Aquí no niega la conexión entre pecado y castigo. Lo que no es correcto es concluir de este hecho que aquellos galileos castigados hubieran sido más pecadores que los demás galileos. Todos son pecadores, todos son reos del castigo de Dios. Por eso todos tienen necesidad de convertirse y de hacer penitencia si quieren librarse de la condenación que les amenaza.

 

Derrumbe de la torre de Siloé. Tampoco de esta desgracia tenemos noticias extra evangélicas. La muralla sur de Jerusalén corría hacia el este hasta la fuente de Siloé. Probablemente había allí un torreón que remataba la muralla. Podemos conjeturar que este torreón se había derrumbado durante las obras de conducción de aguas ejecutadas por Pilato. Todavía se recordaba la catástrofe. En este suceso se trata de una desgracia que no se debió directamente a intervención humana. En tal caso era todavía más obvio pensar que se trataba de un castigo de Dios. Jesús no niega el carácter de castigo del accidente. Sin embargo, lo sucedido es un aviso y un llamamiento a la conversión. Los dieciocho habitantes de Jerusalén que habían sido víctimas de la catástrofe no eran más culpables que los demás habitantes de la ciudad. Los ejecutados y secuestrados no son más pecadores que los demás habitantes de Juárez, parece decirnos Jesús, pero, lo que sí tenemos que hacer todos los demás, es reconocer los signos de los tiempos y arrepentirnos.

 

Los acontecimientos de la época no son interpretados por Jesús políticamente o al estilo de nuestros medios, sino sólo en sentido religioso. Dado que Jesús está penetrado de la idea de que se ha iniciado el tiempo final, enjuicia el tiempo con normas propias de los tiempos finales. Lo que sucede en el tiempo es evocación del tiempo final, las catástrofes políticas y cósmicas son señales de la catástrofe del tiempo final. El tiempo final exige decisión, conversión, penitencia. Incluso todas las catástrofes que se producen en el tiempo son una llamada a entrar dentro de nosotros mismos, anuncian la necesidad de volverse a Dios. Es endurecimiento de los hombres el no convertirse a pesar de las pruebas.

 

Es aleccionador un pasaje del Apocalipsis: «El resto de la hombres, los que no fueron exterminados por estas plagas, tampoco se arrepintieron: no renunciaron a las obras de sus manos, ni dejaron de rendir homenaje a los demonios y a los ídolos de oro y plata, bronce, piedra y madera, que no pueden ver ni oír ni andar. Y no se convirtieron de sus asesinatos. No se arrepintieron, tampoco, de sus homicidios, ni de sus maleficios, ni de su fornicación, ni de sus robos. (Ap 9,20-21)». La Palabra de Dios es más actual que las noticias de mañana y pasado mañana. Comparto contigo las palabras del Papa B.XVI, en la audiencia del 17.02.10:

 

La Conversión.

La primera llamada es a la conversión, palabra que hay que tomar en su extraordinaria seriedad, descubriendo la sorprendente novedad que encierra. La llamada a la conversión, de hecho, pone al desnudo y denuncia la fácil superficialidad que caracteriza muy a menudo nuestro modo de vivir. Convertirse significa cambiar de dirección en el camino de la vida: pero no para un pequeño ajuste, sino con una verdadera y total inversión de la marcha. Conversión es ir contracorriente, donde la “corriente” es el estilo de vida superficial, incoherente e ilusorio, que a menudo nos arrastra, nos domina y nos hace esclavos del mal o en todo caso prisioneros de la mediocridad moral. Con la conversión, en cambio, se apunta a la medida alta de la vida cristiana, se nos confía al Evangelio vivo y personal, que es Cristo Jesús. Su persona es la meta final y el sentido profundo de la conversión, él es el camino sobre el que estamos llamados a caminar en la vida, dejándonos iluminar por su luz y sostener por su fuerza que mueve nuestros pasos. De esta forma la conversión manifiesta su rostro más espléndido y fascinante: no es una simple decisión moral, que rectifica nuestra conducta de vida, sino que es una decisión de fe, que nos implica enteramente en la comunión íntima con la persona viva y concreta de Jesús. Convertirse y creer en el Evangelio no son dos cosas distintas o de alguna forma sólo cercana entre sí, sino que expresan la misma realidad. La conversión es el “sí” total de quien entrega su propia existencia al Evangelio, respondiendo libremente a Cristo, que primero se ofreció al hombre como camino, verdad y vida, como aquel que lo libera y lo salva. Precisamente este es el sentido de las primeras palabras con las que, según el evangelista Marcos, Jesús abre la predicación del “Evangelio de Dios”: “”El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1,15).

 

El “convertíos y creed en el Evangelio” no está solo en el inicio de la vida cristiana, sino que acompaña todos sus pasos, permanece renovándose y se difunde ramificándose en todas sus expresiones. Cada día es momento favorable de gracia, porque cada día nos invita a entregarnos a Jesús, a tener confianza en Él, a permanecer en Él, a compartir su estilo de vida, a aprender de Él el amor verdadero, a seguirle en el cumplimiento cotidiano de la voluntad del Padre, la única gran ley de vida. Cada día, aún cuando no faltan las dificultades y las fatigas, los cansancios y las caídas, aún cuando estamos tentados de abandonar el camino de seguimiento de Cristo y de cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro egoísmo, sin darnos cuenta de la necesidad que tenemos de abrirnos al amor de Dios en Cristo, para vivir la misma lógica de justicia y de amor.

 

UN MINUTO CON EL EVANGLEIO.

Marko I. Rupnik.

El pasaje del Evangelio hace referencia a un accidente y a un acto de violencia, a dos hechos de crónica de sucesos. La gente habla y trata de dar una interpretación. Quieren entender, sobre todo, qué mal habían hecho aquellos para morir así. Pero Cristo desvía la atención llamando a la conversión. Suceden terremotos, guerras, masacres terroristas y Cristo nos dice que estemos atentos para ver cómo todo esto se convierte para nosotros en motivo de una más profunda y radical orientación hacia Dios. La mirada espiritual trata de ver cómo los hechos cada día inciden en la relación entre Dios y yo. Lo que ocurre se hace espiritual cuando nos une a Cristo. La vida con él es la salvación para el hombre.