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Abad y Queypo

Manuel Abad y Queypo (1751 – 1825), religioso asturiano, desempeñó un papel muy importante en la configuración de los ideales que determinaron la necesidad de la independencia de ‘las Américas’. Testigo muy importante, sus denuncias siguen siendo seria advertencia para los que rigen los destinos de los pueblos ayer, hoy y siempre. Se trata de la necesidad de oír al pueblo; ciertas formas de la democracia hodierna, son tan absolutistas como el absolutismo real.

Ordenado sacerdote en Cataluña, fue destinado a América.  Allí fue elegido obispo de Valladolid, hoy Morelia. Morelia fue la cuna ideológica de la corriente independentista. Propuso diversas reformas en la administración para evitar la insurrección de los nativos, mostró ante Fernando VII (1814) su desacuerdo con la actuación del virrey Calleja, lo que le valió ser acusado de traición por el Santo Oficio, pues propugnó ante la Regencia una legislación agraria que permitiese el reparto a los indios de tierras realengas y su acceso al cultivo de los latifundios.

Tras producirse el levantamiento y haber criticado la actuación española tuvo que afrontar varias acusaciones ante la Inquisición en España, a pesar de su postura contraria a la sublevación y de haber excomulgado al insurgente Miguel Hidalgo. Finalmente, fue absuelto de la acusación de traición a la corona, pero la Sagrada Congregación del Índice prohibió su obra titulada Breve exposición sobre el Real Patronato y sobre los derechos de los obispos electos de América, que en virtud de los reales despachos de presentación y gobierno administran sus iglesias antes de la confirmación papal. El Real Patronato fue funesto. La separación iglesia estado tiene que ser radical; separación, no enemistad.

La denuncia de Abad y Queypo. Lo que denunciaba este Arzobispo tiene vigencia permanente. En innumerables cartas Abad y Queypo hizo notar a la Corona la situación que guardaba el Virreinato de la Nueva España para llamarle la atención con el fin de que pusiera remedio a las situaciones de pobreza, injusticias y explotación.  Sus escritos son verdaderos ejemplos de  análisis  estadístico-científicos y de una precisa observación de la situación.  Veamos un ejemplo de ello. Escribe al Rey: «Permítame V. M. eleve a su alta consideración y soberano juicio una verdad nueva, que juzgo de la mayor importancia, y es que las Américas ya no se pueden conservar por las máximas de Felipe II».  Este fragmento es un acabado ejemplo de  sabiduría política. Los tiempos cambian y con ellos las circunstancias y la oportunidad de las leyes y costumbres de otros tiempos. Con Carlos V y Felipe II las cosas eran unas; ahora, con las nuevas circunstancias, todo ha cambiado y si no se tiene la visión ni la capacidad para el discernimiento, todo corre peligro. Continúa Abad y Queypo: «que cese para siempre el sistema de ‘estanco de monopolio’ y de inhibición general que ha gobernado hasta aquí, y ha ido degradando a la Nación en proporción a su extensión y progresos, dejándola sin agricultura, sin artes, sin industrias, sin comercio, sin marina, sin arte militar, sin luces, sin gloria, sin honor, fuera de algunos cortos intervalos en que se relajó algún tanto por la sabiduría de algunos soberanos. Es necesario, pues, un nuevo sistema más justo….; pero también más vigoroso y enérgico. Dígnese V. M. de ‘sentar siquiera’ las bases de un sistema sabio, generoso, liberal y benéfico…. Dígnese, pues, V. M. obrando en consecuencia, declarar que las Américas y todos sus habitantes libres e ingenuos, deben gozar de todos los derechos generales que conceden nuestras leyes a las provincias de la metrópoli y sus habitantes». Tal texto puede ser hoy una proclama nacional. Lo que está pidiendo el Obispo en las últimas palabras de este párrafo es que los habitantes de “las Américas” tengan los mismos derechos que los habitantes de Madrid y de las Provincias peninsulares.  Es un texto  que, con algunos cambios, se lo entregaría como programa a cualquier  gobierno actual, porque se trata de la reivindicación de los auténticos derechos humanos y la igualdad de todos los habitantes de “del Reino” y de una visión de gobierno que ha de ajustarse a nuevas realidades; cuando las circunstancias cambian, no se puede seguir gobernando con los mismos esquemas. Visión, decisión y acción. Atención al cansancio, al hastío, al enfado, a la pobreza y desencanto del pueblo.

En la Corona Española se hizo realidad el refrán siciliano: “El pez se pudre primero por la cabeza”; lo primero que se echa a perder de un pescado es la cabeza y lo primero que se echa a perder de una sociedad es su clase dirigente, política y social, volviéndose incapaz de discernir los signos del tiempo. No haber atendido estas advertencias le costó a España el Imperio.

El siguiente texto de Abad y Queypo nos da una idea de lo que era La Nueva España en el contexto del Imperio Español y la injusticia que no alcanzaba a ver desde Madrid. «Es indudable que la Nueva España contribuye indirectamente con una sexta parte de la renta Real de la Península, por los derechos que adeudan en aquellos puertos los frutos y efectos nacionales y extranjeros que consume, y la plata y frutos propios que introduce en ellos. Contribuye directamente con más de 20 millones de pesos anuales, suma verdaderamente excesiva si se atiende a que recae casi toda sobre las clases que representamos, y no componemos los dos décimos de la población, respecto a que los 8 décimos restantes son tan miserables que apenas contratan ni consumen. Con esta suma sostiene la Nueva España las atenciones de policía, administración de justicia y su propia defensa en tiempo de paz y de guerra. Ha sostenido y sostiene otras posesiones, como son Manila, Luisiana, Las Floridas, Trinidad, Puerto Rico, Santo Domingo y la Habana, en cuyos astilleros se construyó con los pesos mexicanos la mayor parte de la Real Armada. Y después de cubiertas sus propias atenciones,  y de haber gastado en las ajenas cerca de 4 millones anuales, ha remitido a la Metrópoli otros 6 que han entrado libres al Real Erario… En suma, la Nueva España lleva más de dos siglos que, sin haber dado motivo a que la Metrópoli  gaste un solo peso en su defensa, ha contribuido, por término medio, o de un año común, con 8 millones de pesos, es decir, más del duplo de todos los productos libres de las otras posesiones ultra marinas. Resultado verdaderamente feliz y tan peregrino, que no tiene ejemplar en la historia de todas las colonias antiguas y modernas». ¡Todo eso era y hacía el Virreinato de la Nueva España!

El gobierno español fue incapaz de ver la situación y lo perdió todo; no es de extrañar que, después, Abad y Queypo se opusiera con todas sus fuerzas al movimiento armado. Tenía razón. Por ello advirtió tan agudamente a las autoridades imperiales, inútiles, burocráticas y apoltronadas en Madrid, sobre la situación; quería evitar la guerra. La guerra de independencia en México duró 10 años y fue, como toda guerra, sanguinaria, destructiva y engendradora de odios permanentes.

Estos y otros textos de Abad y Queypo,  y los de otros obispos y hombres de visión, reflejan la situación insostenible de injusticia; cuando los gobiernos no aciertan a ver tales cosas, solo queda la debacle. No haber escuchado, le costó a España y a las Américas luchas sangrientas y crueles que dejaron heridas que, por increíble que parezca, siguen abiertas. La actitud abiertamente estúpida del inepto y retrasado Fernando VII, destruyó cualquier posibilidad de  lograr una independencia civilizada, organizada que evitara el desgajamiento posterior del México recién nacido. Desde México se sostenía la Península y ‘las demás posesiones de ultra mar’, desde Manila, pasando por todo el sur de EE.UU., hasta Panamá. Triste independencia.

PD. ¿Por qué dicen que Videgaray era, o es, un genio financiero? Los datos económicos duros, según los especialistas, no son en absoluto halagüeños. Pobreza, injusticia, desigualdad, son tópicas en el país. En realidad, México es un milagro. Le quedan bien las palabras de Galileo: “Y sin embargo, se mueve” (E’pur si muove). Ahora resulta que hasta Trump le da su reconocimiento.

Ahora el presidente tiene que ver hacia sus asesores de comunicación. Haber bajado el avión presidencial en Alaska y permitirle a un periodista, o lo que sea, que antes que permitirle alguna explicación, se dedicase a insultar a la institución presidencial, es inadmisible. Un episodio de esos es tanto como reconocer una enorme debilidad. ¿Quién le aconsejó semejante “entrevista”? El viejo M. Bernardo Aguirre decía que nunca hay que ir a una reunión que no esté arreglada.