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Julio 07.07,13.
EL BUEN SAMARITANO Y LA POLÍTICA.

A los señores
Candidatos(as).

"Ungió sus heridas con aceite y vino"

“Ungió sus heridas con aceite y vino”

La parábola del buen samaritano, (=BS.), es una de esas joyas de literatura religiosa que ha llegado a convertirse en patrimonio de la humanidad porque su contenido y vigencia permanente, y la doctrina capaz de configurar nuestra vida, e, incluso, una cultura.

El mensaje de esta parábola es capaz de sostener una civilización. Y es que el contexto de la parábola del BS., es una pregunta sobre la vida, sobre cómo heredar la vida; el problema de la vida es el problema central del hombre. Aún cuando su formulación sea negativa, como, cuando A. Camus decía que el “único problema importante es el suicidio”, el problema que nos interesa es la vida. Y no cualquier clase de vida. La filosofía imperante es la equívoca idea fracasada del bienestar. No; aquí se trata de la Vida. Nadie queremos desaparecer.

¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna? Todo inicia con esta pregunta que un “especialista” dirige a Jesús. Los escribas formaban el grupo de los estudiosos e intelectuales del judaísmo, también conocidos como maestros. Su saber era el conocimiento de la Ley, que ellos consideraban la esencia de la Sabiduría y cuyo conocimiento era la única y verdadera erudición. No quedaban, como buenos juristas, exentos del uso positivista y hasta utilitarista de la Ley, por cual eran afectos buscarles mamas a los ofidios. De hecho, la intención explícita del escriba que hace la pregunta era tender una trampa a Jesús. Pero al buen Jesús era, y sigue siendo, muy difícil ahorcarle la de seises.

Jesús le responde, al más puro estilo judío, con otra pregunta, en dos tiempos, por aquello de que el pez por su boca muere: “¿Qué está escrito en la Ley?, ¿cómo lees lo que está escrito en ella?” Raudo, el escriba recita la Ley cuyo contenido se resume en el amor a Dios y al prójimo como a uno mismo. La respuesta de Jesús es conclusiva y contundente: “Has respondido muy bien; haz eso y vivirás”. Jesús alude en su respuesta a Lev. 18,5 que a la letra dice: «cumplid mis leyes y mandatos que dan la vida al que los cumple”. El asunto estaba zanjado con este simple recurso de lógica formal. Pero, sorprendido el escriba, y descubierta su intención, sabe que ha hecho el ridículo; fue por lana y salió trasquilado. Y vuelve a la carga. ¡Era jurista! Y dirige a Jesús la pregunta que le permitirá definir lo que es la esencia y autenticidad de la religión revelada: “¿Y quién es mi prójimo?”, pregunta el escriba. El creía conocer a Dios y su Ley, de ello hablaba al pueblo; se creía intérprete acreditado, pero ¡no sabía quién era su prójimo! Es que es muy fácil saber de memoria los mandamientos, hablar de Dios, cuando en realidad nuestro corazón está muy lejos de El. Estos grupos opositores a Jesús han pasado a la historia como los estereotipos de un doloroso falseamiento del hecho religioso; y no han desaparecido por completo del horizonte.

“Y queriendo justificarse, peguntó a Jesús: ¿y quién es mi prójimo?” Tal es el contexto en el que brota esta joya de la literatura cristiana primitiva. Y Jesús le propone la parábola de El Buen Samaritano. Lucas sitúa la escena que podría evocar un incidente real, en el camino que va de Jerusalén a Jericó. Es una pendiente prolongada – unos 27 kms. -, que por la configuración del terreno facilitaba los asaltos.

El héroe de la parábola es un hombre común y corriente; nada nos hace sospechar que se tratara de un hombre religioso. Más bien, podremos imaginarnos un hombre de negocios que hacía ese camino con frecuencia, provisto de vitualla y maleta de primeros auxilios. En algún recoveco del camino, su cabalgadura se espanta al encontrarse con un cuerpo tirado a la vera del camino. En este hombre religiosamente despreocupado existía, sin embargo, un hombre de buen corazón, un hombre que era capaz de sentir “compasión”. Ahí en el suelo, está tendido un hombre, con el rostro ensangrentado, asesinado, tal vez,…. Respira todavía con el estertor de la agonía. El viajero se acerca. Se da cuenta entonces, de la maniobra de los dos viajeros que han pasado antes que él, pertenecientes a la casta sacerdotal: un sacerdote y un levita. Aquí está toda la carga de crítica religiosa hecha por Jesús. Una religión que no da más que para leyes, no sirve para nada. Aquellos dos personajes, un sacerdote y un levita, no encontraron en su religión ningún motivo para la compasión; su religión, por el contrario, les advertía que no debían tocar sangre ni tocar un cadáver so pena de quedar impuros. Tranquilamente, sosegada la conciencia mediante el paliativo religioso, se consideraban exentos de la caridad. ¡Triste religión! No les daba para más.

El otro hombre, por el contrario, detiene su camino, se apea y se acerca al herido. Para mayores datos era un samaritano, gente despreciada, contaminada de paganismo y en franca oposición a la centralización político-religiosa de Israel. Cuando los judíos querían insultar a alguien lo llamaban samaritano. Así calificaban los judíos a Jesús. Con la fuerza de contraste, pues, Lucas deja el mensaje.

El samaritano no tiene esos escrúpulos. Pero tiene compasión y acercándose, le venda las heridas; echa en ellas aceite y vino, receta del viejo Hipócrates. Le hace montar sobre su cabalgadura y él hace el resto del camino a pie cabestrando su mula y sosteniendo fraternalmente al herido. Lo lleva a la hospedería y lo cuida aquella noche. Al despedirse, al día siguiente, – hay que seguir el camino – saca dos denarios, se los da al mesonero y le dice: «cuida a este hombre, y lo que gastes de más, yo te lo pagaré a mi regreso». La clave de esta parábola, el mensaje esencial, el que va hacer girar la concepción religiosa e inaugurar una forma nueva y definitiva de adorar a Dios, consiste en que la caridad, la compasión, el hacerse cercano, próximo, prójimo del pobre, del desvalido, del necesitado, es un acto religioso que en lo sucesivo estará colocado a la base de la santidad, o si prefiere, a la base de toda expresión auténticamente religiosa.

¡Cómo no recordar las palabras de Ch. Peguy!: “La caridad, es por desgracia, algo natural. Para amar al prójimo no hay más que dejarse llevar, ver un poco de miseria. Para no amar al prójimo, habría que violentarse, torturarse, atormentarse, contrariarse. Habría que ir en contra de uno mismo, hacerse otro, en vez de hacerse cercano, prójimo, próximo. La caridad fluye naturalmente, brota de manera sencilla, sin esfuerzo como el agua de un manantial. Es el primer movimiento del corazón. El primer latido que es el bueno. La caridad es una madre y una hermana” Tiene razón el gran escritor francés, no obstante su optimismo. Tertuliano, allá en el siglo II escribió que: «el alma es naturalmente cristiana».

El escriba no había entendido nunca el principio religioso profundo que une, que identifica casi, el amor a Dios y el amor al prójimo. San Juan dirá en otro contexto que el que dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso; porque si no ama al que ve, ¿cómo podrá amar al que no ve? Por eso, el hombre pobre necesitado, desvalido, el ser humano en necesidad, es el lugar privilegiado de la revelación de Dios.

Al terminar su parábola, Jesús le pregunta al escriba: «¿Quién de los tres, el levita, el sacerdote, el samaritano, se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos? Contestó: el que lo trató con misericordia. «Y Jesús le dijo: ve y haz tú lo mismo». El samaritano se hizo cercano, se acercó, se hizo próximo, se hizo prójimo de aquél infeliz. Y éste es un gesto auténticamente religioso; es más, el cristianismo no conoce otro camino para «heredar la vida», que fue la pregunta inicial.

Y ¿qué relación guarda esta parábola con la política? Si somos capaces de rescatar el significado de la política de su devaluación actual, la relación es profunda y vital. A cualquiera que le interese el Reino de Dios ha de interesarle también la política, porque ésta es «cuidadora de la existencia», según la frase afortunada de la Arendt. La fe cristiana se sitúa en la línea profética que descubre la estrecha vinculación entre el cuidado del ser humano, especialmente en necesidad, con la voluntad de Dios. Lo primero que Dios pide es que cuidemos del otro, del pobre, del huérfano, de la viuda, del extranjero, lista que, en la tradición bíblica, sintetiza al ser humano desvalido, sin protección, a merced del abuso. Por esta razón, el verdadero culto a Dios se realiza en la misericordia con el hermano indigente. Estas indicaciones están llenas de consecuencias que pueden demostrarnos su dimensión política porque, como lo hemos dicho antes, la política ha de preocuparse en última instancia por el hombre mismo.

Es evidente que la parábola del BS necesita una prolongación interpretativa. No solamente debemos preocuparnos por la caridad interpersonal, por la bondad, el respeto, la abnegación, la ayuda concreta, las despensas que solemos repartir, sino también debemos preocuparnos por una macro-caridad o caridad política. La caridad interpersonal es fundamental para unas relaciones humanas dignas de tal nombre. La caridad política se empeña en cambiar las estructuras sociales, las leyes que rigen la convivencia y de las que depende la organización de la economía, las condiciones de trabajo, el salario, del transporte, la vivienda. La educación.

No nos debe extrañar que se sitúe la caridad política dentro del ámbito de la caridad. Es una caridad cristiana ampliada, que se dirige no solamente al prójimo como persona individual, sino como persona social, situada en unas determinadas condiciones sociales que le posibilitan o impiden vivir dignamente y realizarse. De ahí la importancia de esta caridad o amor al prójimo que tiene que pasar por las estructuras. Una cierta caridad asistencialista corre el riesgo de dejar intactas las estructuras de injusticia que generan la inequidad y la pobreza como pecado estructural. En el fondo, lo que debemos entender es que esta visión del amor al prójimo es inseparable de una comprensión de Dios y de su amor. El Dios bíblico es un Dios que se manifiesta en el clamor del pobre y del oprimido. Desea que los hombres, sus hijos, sean seres enteros y libres. En el mundo bíblico, el rey tenía la función de defender al pobre, al indefenso, al desvalido, y en este sentido era representante de Dios.

Dios no disculpa ni mitifica las injusticias, las desigualdades y el sufrimiento que deriva de ellas. No las quiere. Se las devuelve al hombre, se las refriega en su cara, para que las afronte y asuma responsablemente. Por esta razón, un pensador judío como E. Levinas, podía decir que «en la mirada del otro advertimos la interpelación del Otro»; esto nos obliga a no matarlo, a no dejarlo morir, a protegerlo, a cuidarlo. A amarlo. Tal es, según este pensador judío, el principio de toda relación humana que es siempre y desde el inicio una relación de responsabilidad frente al otro. Este es el busilis de la parábola. Sin ello no hay religión que valga.

De esta comprensión de Dios y del reino de Dios, deriva una forma de entender lo sagrado cristiano: está en el hombre y en el hombre necesitado. La manifestación o encuentro con Dios acontece cuando nos acercamos al caído. Una tarea no pasiva sino activa, de acercamiento, de “hacerse prójimo, próximo, cercano”, que requiere atención a las circunstancias, darse cuenta del herido, descender de nuestra comodidad, atenderlo y darle de lo nuestro para la salud y el bien del otro. Habrá entonces que tomar medidas y arreglar los caminos para proporcionar seguridad y evitar que se repitan los atracos, las vejaciones, habrá que trabajar para que se abata la inseguridad, para que se pueda transitar seguramente; habrá que recomponer los caminos, y asegurar las vías de comunicación y activar un plan general de creación de conciencia del respeto que debemos a los demás. Estas tareas son eminentemente políticas, y son al mismo tiempo, ejercicio de amor al prójimo, son «aprojimaciones», acercamientos a la situación de desvalimiento y necesidad del otro. ¿Quién puede negar que todo esto encarna en una inmensa tarea de caridad y amor al prójimo?

Si se va comprendiendo el nuevo horizonte que supone la política, o la sensibilidad política, entonces se entenderá que nos hallamos ante un giro en el modo de situar y reflexionar sobre los problemas humanos y religiosos de nuestro tiempo. En la medida que aprendamos de esta parábola, que por lo demás ha marcado indeleblemente nuestra civilización y aflora en los cientos y cientos de organizaciones y ONG´s que luchan por sus ideales de verdad, de justicia, de belleza, de respeto y comunión con la naturaleza, etc., aprendamos que Dios nos habla a través de los desposeídos y miserables, iremos purificando nuestra conciencia, purificando nuestra religión y purificando nuestra comprensión de la política. Si la política es algo, es el cuidado de la existencia.

La caridad nunca es innecesaria. «El amor – caridad – siempre será necesario, incluso en la sociedad mas justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor, se dispone a desentenderse del hombre en cuanto a hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo. El Estado que quiera proveer a todo, que absorbe todo en sí mismo, se convierte en definitiva en una instancia burocrática que no puede asegurar lo más esencial que el hombre afligido – cualquier ser humano – necesita: una entrañable atención personal. (B.XVI). De la contrario Nietzsche tenía razón cuando escribió: la política se ocupa del bienestar de hombre, no del hombre mismo.

Compaginar, pues, la “micro caridad” esa actitud de cercanía y vigilancia concreta que nunca será superflua, y la macro caridad, ejerciendo la presión debida para que las macro instituciones políticas y sociales, nacionales e internacionales, atiendan al bien de los millones de seres humaos, hijos de Dios y hermanos nuestros, es tarea esencial. Y si esto acaece, según lo venimos tratando, en el ámbito evangélico del amor, será algo que suceda sin ninguna otra revolución que no sea la revolución del amor que el profeta de Nazareth puso en marcha hace casi 2000 años.