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Is.66,18-21; Sal.116; Heb. 12,5-7.11-13; Lc.13,22-30

 Yo, ¿para qué nací?

Yo, ¿para qué nací? Para salvarme.

Que tengo que morir es infalible.

Dejar de ver a Dios y condenarme,

triste cosa será, pero posible.

¿Posible? ¿Y río, y duermo, y quiero holgarme?

¿Posible? ¿Y tengo amor a lo visible?

¿Qué hago?, ¿en qué me ocupo?, ¿en qué me encanto?

Loco debo de ser, pues no soy santo.

(Fray Pedro de los Reyes. S.XVI).

El tema de este domingo, no obstante la severa advertencia de Jesús sobre la gravedad del momento y la responsabilidad ante el llamado, o precisamente por ello, el tema parece ser la voluntad salvífico-universal de Dios que se realiza, no obstante todos los obstáculos que se presentan en el camino. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, y él mismo lo realizará. Esa es la voluntad de Dios; y queda clara en la primera lectura y en el salmo responsorial.

Primera lectura. Es el final del III Isaías. Escena de final que representa el triunfo del plan salvífico de Dios en una visión esplendorosa.  Dios reunirá a todos los pueblos de la tierra; simbólicamente en Jerusalén, o  Monte Sión, será el centro de reunión de todos los pueblos. Cuando se dice Monte Sión ha de entenderse el Reino de Dios, decía Orígenes. Todas las naciones serán como una ofrenda al poder y al amor de Dios, serán traídas trámite los mensajeros -, mis mensajeros traerán a todos sus hermanos -,  en todos los medios de transporte disponibles. Y de entre ellos, el Señor escogerá sacerdotes y levitas. La renovación del pueblo tiene su paralelo en el “cielo nuevo y la tierra nueva que hará el Señor” (cf. Is. 66, 22). Es la visión anticipada del triunfo final del amor de Dios. Nosotros lo sabemos: esto tendrá su plena realización en Cristo que, “trámite sus mensajeros, reunirá a todos los hermanos”. La iglesia en misión permanente. 

El Salmo 116. Minúsculo himno, con todas las piezas típicas: introducción de carácter universal en el primer verso; motivo de la alabanza en el segundo. Pero dice mucho: en el primer verso celebra el proyecto de Dios que se realiza, proyecto de salvación para todos los pueblos, tema tan querido para Isaías; y el segundo verso nos da la razón de ello: el amor y la fidelidad de Dios que son eternos. Si hubiéramos de reducir a su mínima expresión todo lo que la Biblia dice de Dios, serían estas dos palabras: amor y fidelidad. Su amor es fiel; Dios es fiel, su fidelidad alcanza hasta las nubes y las altas cordilleras, no tiene fin, dura para siempre. Dios cumple sus promesas. Cristo es el sí de Dios. 

La segunda lectura, nos da un tema muy bueno para la exhortación, ahora que se habla tanto de la “tolerancia” como realidad absoluta. Así, los barones de la SCJN, para sentenciar que el matrimonio entre personas del mismo sexo es constitucional, (no sé si también moral), argumentaron la tolerancia y la no discriminación; la discriminación es una cosa, y la tolerancia es otra: Dios corrige porque ama; el que no corrige a su hijo es que no lo ama. Dice la Escritura: el que desprecia la corrección, aborrece su vida. (Sab.). Es un filón que da para mucho dada la permisividad de nuestra cultura. Fernando Savater considera como un grande riesgo en la formación de las jóvenes generaciones el nunca decir “no”. “Los niños y los adolescentes a quienes sus padres nunca dicen “no” carecen del concepto del pecado”, afirma; en este caso no existe ningún freno, ninguna restricción, ningún principio orientador. Las fronteras dejan de existir y se hacen el libertinaje y el desmadre. Dios sí nos corrige porque sí nos ama.

Evangelio. Dentro del esquema general de Lc., con el fragmento 13,22-35, se inicia una nueva etapa en el camino hacia Jerusalén, (va de 13,22 a 17,10). Jerusalén es la ciudad de la glorificación; Jerusalén es un motivo teológico poderosísimo en la obra de Lucas, Lc.- Hech.

Camino de Jerusalén recorría ciudades y aldeas enseñando (v.22) Así comienza el fragmento de este domingo y esta sección de Lc. Jesús está en camino. Su viaje es viaje de misión, su caminar es acción y su acción es enseñar. La enseñanza ocupa un amplio y destacado lugar en Lc.  Enseña que las promesas divinas de salvación, contenidas en la Escritura, se están cumpliendo ahora en él, con su presenci, (4,12); enseña el camino de Dios (20,21), la forma de vida de los hombres que agrada a Dios; enseña los caminos de la salvación, etc.

Expone su doctrina en ciudades y aldeas; a todos se ofrece la salvación que él anuncia. Todos son llamados a tomar una decisión, a optar por la voluntad de Dios o contra ella en este tiempo de salvación que se inaugura. Los dos escritos de Lucas están llenos de una dinámica apostólica sin reposo, impuesta por la necesidad y la urgencia de la misión divina (13,33), la voluntad salvadora de Dios.

Uno le preguntó: Señor, ¿son pocos los que se salvan? ¿Quién se salva, quién va al cielo, quién entra al Reino de Dios? Estas son preguntas candentes que se presentan en el camino de la vida. ¿A quién no le preocupa realmente la cuestión de su salvación? Sería una cosa, verdaderamente peligrosa, y además extraña, el que no nos hayamos hecho esta pregunta alguna vez,  el que no nos hagamos esta pregunta con frecuencia. La cuestión de la propia salvación eterna es la pregunta fundamental que cualifica nuestra vida. Hoy parece que ya no nos importa.  Los evangelios nos hablan varias veces de que la gente se acercaba a Jesús para preguntarle sobre este asunto. Además, si no es para solucionar el problema de la salvación eterna del hombre, ¿para qué nos acercaríamos a Jesús? (cf. Lc.18,18; 17,20; Hech. 1,6; Lc. 22,28)  La cuestión de la salvación eterna del hombre era el tema debatido entre los grupos religiosos del tiempo de Jesús y lo es también ahora. Puede ser que ahora, el proselitismo  sustituya esta pregunta radical y le asignemos al grupo religioso la cuestión de la salvación, y si es de manera automática, mejor. La pregunta hecha a Jesús en forma impersonal refleja más una pregunta de escuela, de teoría, antes que una cuestión existencial. Se trata por ello de una curiosidad por el número más que de una verdadera preocupación personal.

Y él les contestó: Pelead por entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán y no podrán. (v.24) Por ello la respuesta de Jesús no tiende a satisfacer ninguna curiosidad; los testigos de Jehová llegaron a afirmar que ellos eran los 144 mil que, según el Apocalipsis, habrían de salvarse. Seguramente ese número ya se completó con puros juarenses. En tal caso, hay que esforzarse sobremanera para estar en ese número. He aquí una interpretación materialista, más que fundamentalista, fruto de la ignorancia, de la Escritura. Jesús no responde de manera directa a la pregunta, más bien invita al esfuerzo. No te preocupes por el número, parece decirle, preocúpate por entrar tú; fíjate si estás haciendo el esfuerzo que se requiere para entrar a la sala del banquete. Tienes que contar por adelantado con que en un determinado momento, el señor de la casa se levantará y cerrará la puerta. Es una mini parábola, y con ella Jesús  nos invita a no alimentar falsas seguridades, a no creer que estamos “cincho”, por el contrario, el esfuerzo de fidelidad, de vigilancia, del que hablábamos domingos pasados, tiene que ser la actitud constante del discípulo. Queda claro que no es cuestión de estadística, que Jesús no satisface curiosidades ociosas, sino, que invita al esfuerzo.

La imagen de la puerta estrecha acentúa más la necesidad del esfuerzo. La puerta estrecha sólo estará abierta por cierto tiempo. Desde que Jesús anunció el tiempo de la salvación, está abierta la puerta (4,21). El plazo vencerá cuando venga el Señor a juzgar; y para cada uno de nosotros en nuestro momento, en el juicio que sigue a la propia defunción. ¿Cuándo será esta hora? ¿Cuándo se cerrará la puerta? Nadie lo sabe.  Aún cuando el tiempo se extienda hasta el fin, permanece incierto el momento en que se ha de cerrar la puerta. Muchos se han cerrado la puerta ellos mismos, han cancelado por su incredulidad y por su vida disipada la entrada a la sala del banquete. El tiempo de la salvación se ha inaugura pero avanza a un final. El llamamiento de Jesús impulsa a tomar una decisión, que no se puede diferir.  Se trata de la urgencia del momento presente.

Muchos….no lo conseguirán.  Es algo con lo que tenemos que contar; el tema de la salvación es un tema muy importante, demasiado serio en el que debemos ocuparnos. Los discípulos, a quienes el Padre ha tenido a bien dar el Reino son sólo un pequeño rebaño.  Es estrecha la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que dan con ella. (Mt. 7,14) Así pues, Jesús, con estas palabras ¿indica con todo un número y resuelve la cuestión de un hombre anónimo con una respuesta pesimista? Jesús no quiere indicar ningún número; lo que sí quiere es poner en guardia, urgir, estimular a emplear todas las fuerzas, llamar a una decisión, intenta sacarnos de la dispersión y de la inconciencia.

Apenas se levante el Amo de casa y cierre la puerta, os pondréis por fuera a golpear la puerta diciendo: Señor, ábrenos.  De hecho este fragmento se titula: la puerta estrecha.   Una vez más, Jesús, nos advierte sobre las falsas seguridades. Ni siquiera basta que hayamos comido y bebido con él, (que hayamos celebrado la Eucaristía tantas veces, que hayamos comulgado). Que hayamos tenido una mesa común con él; tampoco basta que él haya predicado en nuestras plazas y que nosotros hayamos estado entre los oyentes. Nada de eso basta. Su respuesta será: apartaos de mí los que hacéis el mal. Será entonces necesario que nuestra vida toda refleje esa familiaridad y cercanía con Jesús, que nuestra conducta ponga de manifiesto la fuerza de su Palabra. Dichosos más bien, los que escuchan la palabra y la ponen en práctica; o también. El que escucha mi palabra y la pone en práctica se parece al hombre prudente que edifica su casa sobre roca… El que escucha mi palabra y no la pone en práctica se parece al hombre necio que edifica su casa sobre arena. (cf. Mt. 7,24-28)  

La alusión a los Patriarcas que estarán sentados en el banquete del Reino, y de todos los pueblos que vendrán y se sentarán en el banquete, parece aludir a la polémica de Jesús con la religión judía de su tiempo. Esto hace muy claro el tema que venimos tratando. Pero no lo agota porque nosotros, católicos, cristianos del siglo XXI debemos de leer con la misma urgencia las palabras de Jesús que nos exigen conversión y fidelidad y que también podemos ser los últimos, al fin de cuentas. 

Proyecto de homilía. En un sermón decía John Henry Newman, beatificado recientemente por B.XVI: «que cada uno de los que me escucháis se pregunte a sí mismo qué ha comprometido en  verdad de las promesas de Cristo». Y añadía más adelante: «Realmente asusta pensar que la mayoría de los que se llaman cristianos harían exactamente lo mismo que hacen, ni mucho mejor ni mucho peor, si pensaran que el cristianismo es pura fábula».

En el evangelio de hoy se nos habla de la distancia que media entre el Señor y muchos que se creen cerca de él.

En una de sus novelas, y con tono sarcástico, Mark Twain (que siempre fue muy escéptico en materia religiosa) habla de dos familias enfrentadas a muerte que asisten a un sermón sobre el amor de Dios. Al salir de la reunión  comentan lo bien que ha hablado el predicador y discuten sobre la predestinación y temas semejantes para, pocos días después, enfrentarse a muerte sin que nadie sepa el motivo. Esa caricatura de ciertos grupos evangélicos que él había conocido en las orillas del Misisipi nos sirve para darnos cuenta de la distancia que puede haber entre lo que confiesan nuestros labios y lo que expresa nuestra vida.

Del evangelio de hoy sorprende la dura recriminación que el Señor dirige a los que se pensaban amigos suyos: No sé quiénes sois, Alejaos de mí malvados. Con esas palabras Jesús nos recuerda la exigencia de su seguimiento. Una vez un teólogo, hablando de la encarnación, señalaba que la primera disposición humana que Dios asume al hacerse hombre para redimir al hombre es la seriedad. Lo decía en el sentido de que la vida cristiana no es un añadido que se da a una existencia, algo de lo que fácilmente podemos prescindir o que simplemente añade color, toda la vida cristiana consiste en reconocer que dependemos de Jesucristo. El camino de perfección conlleva que nuestros pensamientos, nuestros afectos, todo nuestro ser, se vayan configurando cada vez más según su divino corazón. Quienes no conocen a Cristo son los que no se han adentrado en el amor de su corazón.

El beato José Samsó, recientemente beatificado, tenía un lema que resumía toda su vida y que repetía con frecuencia: «Dios sobre todo». Era el compendio de lo que él deseaba y para lo que vivía. Por eso, cuando lo sacaron de la cárcel para fusilarlo quiso, antes de ser ejecutado, perdonar y abrazar a quienes iban a asesinarlo.

La segunda lectura de hoy nos habla de la corrección que a veces Dios nos impone. La carta a los Hebreos nos exhorta a acogerla con corazón agradecido. Dios reprende a quienes ama. Es también una invitación a no ser conformistas, los santos leen muchas veces las contradicciones que experimentan como una oportunidad para la purificación. Por eso las reciben incluso con alegría. Gracias a ellas pueden disponer mejor su corazón para Dios y pueden unirse al Señor de una manera más pura e intensa.

El final del evangelio de hoy llama a la esperanza. Dice: Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos. Puede provocar, en un primer momento, cierta inquietud pero, meditándolo un poco, esto nos anima a confiar en el Señor y a caminar con rectitud de intención sin preocuparnos tanto por lo que aparece exteriormente y buscando, en cambio, amarle cada vez más.