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Escribí éste para El Diario, el 07.03.02., 19 años ha. Y el mal ha crecido exponencialmente. La manía de la información es todo lo contrario a los apoyos que dan tranquilidad a la vida.  Se vive del estímulo de la sorpresa. Nos sumergen en un torbellino de actualidad. También los rituales, la liturgia, como arquitecturas temporales, dan estabilidad a la vida. La pandemia ha destruido estas estructuras temporales. Piense en el teletrabajo, en los templos vacíos. Cuando el tiempo pierde su estructura nos empieza a afectar la depresión. (H. Chul Han). Aquí se instala algo tan diabólico como el juego del calamar; juego infantil que termina en ruleta rusa con réditos enormes para sus creadores. El subsuelo es la angustia, el aburrimiento, el toedium vitae. Akedia le llamaban los padres del desierto. La parálisis total de las energías vitales. ¡19 años después!

“El sentimiento de la angustia parece ser el más arcaico de los sentimientos negativos que acompañan al hombre. Representa el antagonista número uno del placer y la seguridad que provienen de la satisfacción de una relación interpersonal u objetivamente satisfactoria. Tales palabras son solo una aproximación a la realidad de la angustia; la angustia es una nota que define al hombre, el hombre toma conciencia de sí mediante la angustia. Entender la angustia sería tanto como entender al hombre. 

La psicología puede decirnos que la angustia es uno de los síntomas más típicos del sufrimiento psicológico; en su forma más arcaica, llamada angustia primera, conserva también en el adulto las características de sufrimiento indiferenciado y generalizado, muy profundo y paralizador, que están presentes, ya, en las manifestaciones infantiles. Porque los niños también padecen la angustia.

Las personas que la experimentan la describen como una sensación de muerte inminente que penetra todo el psiquismo y origina sufrimiento físico con localización inicial retroesternal y extensión a todo el organismo. 

Los orígenes psicológicos de la ansiedad parecen deberse a la percepción inconsciente de la inadecuación propia frente a los estímulos diversos, internos y externos, percibidos como amenazadores o destructores.

Por aquí podemos comenzar; vago e indefinido sentimiento que lo envenena todo, que siempre está ahí cubriéndolo todo con imperceptible realismo sin permitirnos seguridad completa ni felicidad despreocupada y plena. Disfrazada de vago temor intenso a nada en concreto y a todo, pues su objeto es la nada, es antigua compañera del hombre, encuba en una atmósfera de amenaza permanente y nunca realizada. Sensación indefinible, si lográramos definirla podríamos reducirla, pero se nos escapa siempre y sólo podemos rastrearla. Y padecerla.  De todas formas, se ha luchado contra ella, desde mucho antes de la Stoa o la Biblia, hasta el psicoanálisis – “su venenoso antídoto” -; con nulos resultados. La angustia es, pues, un estado de ánimo ambiguo e indefinido que no tolera presupuestos. Su único presupuesto es el hecho mismo de existir. La angustia es mucho más que un sentimiento negativo y se instala en la esencia misma de lo humano. Heidegger decía que el hombre es el único ser triste en la creación por es el único que sabe que va a morir. 

¿De donde procede, pues, la angustia? Ciertamente, nuestro mundo, nuestra cultura o la fase actual de la civilización, es generadora terrible de angustia. Con mayor razón podemos hablar hoy del “malestar de la cultura”. Sabemos que una sociedad enferma genera individuos igualmente enfermos. La sociedad enferma determina sistemas de relación viciados. Los contaminados de odio, de egoísmo, de violencia, de avaricia; los libertinos, los dispuestos a mentir y a engañar, los infectados, pues, no podemos cambiar nada; si nada nos dice el sombrío poder corruptor del narcotráfico y la cultura de la muerte que campa entre nosotros ni la impunidad y la corrupción imperantes, ni las sordas luchas por el poder, entonces, significa que la enfermedad está muy avanzada y la angustia, como nerviosismo, ansiedad, incertidumbre, irritación, desasosiego insatisfacción, desenfreno, violencia y escapismo, se hace presente. Fromm habla de “neurosis universal”. Vivimos una época posthumana; añade Heidegger: “ahora sólo un Dios puede salvarnos”.

La religión misma puede ser una fuente de angustia. Fromm, tras pintar un cuadro ilustrativo, que vemos en las noticias diarias donde exhibe la insinceridad, la contradicción y la ambigüedad de nuestra cultura, afirma que desemboca en la “neurosis universal”. “Para algunos la solución es volver a la religión, no como un acto positivo de fe, sino para huir de la «duda» que llega a ser insoportable. Se trata de una decisión inspirada, no en la devoción, sino en la necesidad de sentirse protegido. Naturalmente un observador del mundo contemporáneo, que se interese, no en el destino de las religiones, sino en el alma del hombre, no puede menos de ver en tal actitud un nuevo síntoma del colapso general”. Se da lugar, entonces, al “marketing” de la fe.  

Sin embargo, la angustia debe tener una raíz más honda. El siguiente texto de hace unos 2400 años, tomado del Eclesiastés, dice: “una suerte penosa se ha dado a todos los hombres, un yugo pesado abruma a los hijos de Adán, desde el día que salen del vientre materno hasta el día que retornan a la madre universal. El tema de sus reflexiones, el temor de su corazón es la espera ansiosa del día de su muerte. Desde el que está en un trono de gloria hasta el miserable sentado en tierra y ceniza; desde el que lleva púrpura y corona, hasta el que está vestido de tela áspera, no hay más que furor, envidia, turbación, inquietud, temor de la muerte, violencia, rivalidad y riña. Los datos derivados de la cultura sirven sólo de catalizadores de la angustia.

Y a la hora en que, acostado, el hombre descansa, el sueño de la noche no hace más que cambiar las preocupaciones: apenas ha encontrado el reposo, en seguida, durmiendo, como en pleno día, es agitado por las pesadillas, aterrorizado por las visiones de su fantasía, como un fugitivo huyendo de quien lo persigue. Y cuando se ve libre, se despierta descubriendo que su temor no tenía objeto”. En el momento en que experiencia y reflexión se hacen fuente de conocimiento, surge la crítica. El Eclesiastés es el libro más antidogmático de la Biblia. 

Para Kierkegaard, también, la angustia tiene por objeto la nada, es la posibilidad del espíritu, la posibilidad de la libertad, la posibilidad del poder; el hombre, espíritu finito, se sitúa “con temor y temblor” ante la Infinitud y el hecho de su libertad. Para ser él debe usar su libertad, pero sabe que fatalmente hará mal uso de ella. Ese estado de ánimo crepuscular, ambiguo e indefinido, que antecede al pecado, determina la angustia. Es como la suerte del alcohólico en receso: sabe, en medio de su lucha y desesperación, que fatalmente volverá al alcohol. Por ello, la angustia es necesaria al hombre; mediante ella toma conciencia de sí. Se da cuenta de que es finito, creatura, realidad siempre amenazada y frágil.

Sören vió claramente que sólo Dios puede dar sentido a la existencia, pero “Dios está detrás del absurdo”. En efecto, Dios está detrás del absurdo de la “Cruz” que se levantó el primer viernes santo, y sólo cuando el hombre es capaz de creer en esa “estupidez” (ICor.1,22), de rendirse incondicionalmente, se libera de la angustia. Para entender esto tal vez sea necesario sacar al cristianismo de las catacumbas modernas y, como Pablo o Agustín, enfrentarlo a las potentes y traicioneras corrientes de la cultura para medir ahí su capacidad de respuesta.

Ciertamente el hombre de la actualidad tiene más recursos para manejar la angustia; tiene sobre todo más distracciones, entertaiment industry, y un ámbito mayor de diversión. Y de trabajo. Se trata de calmantes que nos hacen llevadera la existencia. La profecía de Nietzsche según la cual la cultura moderna reduciría al hombre a una “bestia de trabajo y de placer”, parece cumplirse. El hombre tiene hoy, igualmente, una conciencia más disminuida de sí porque está sometido a mecanismos inimaginables de manipulación que lo “distraen” de si mismo. Tal vez eso diminuye su angustia y le hace llevadera la existencia.

El mal ha afectado los cuadros básicos de la organización social y el malestar se hace evidente; la incertidumbre, la duda y la sospecha se palpan en el ambiente. Creo que sólo un retorno a una fe esclarecida puede despejar el horizonte”.