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Nosotros los padres

 

Hace ocho días expresaba que hay un nexo inseparable entre la reconciliación social y política y la conversión del corazón. Esta persuasión ha venido creciendo en la conciencia iluminada de nuestro tiempo y se ha profundizado con especial atención en los ámbitos mejores de la psicología. No puede haber una auténtica, duradera, estable reconciliación social y política entre los hombres, los pueblos, las naciones, sin conversión del corazón. Como tampoco hay conversión de corazón, y por lo tanto, tampoco camino de penitencia cristiana, si no hay irradiación y eco en la reconciliación social y política. Bajo esta luz lea, usted, la realidad del sureste mexicano. El reconocido biblista, cardenal María Martini y el magistrado Beria, coincidían en este punto de encuentro en un asunto tan delicado, original y originante, como es la regeneración de los jóvenes infractores.

Pero a esta reflexión le falta todavía otro pie de apoyo; en realidad, la solución del problema descansa sobre un trípode. Por ello es necesario hablar de “nosotros los padres”. También del “caos” de mi biblioteca tomé un libro, de los dos o tres que he fotocopiado y conservo con especial cuidado, titulado en el original “Force et faiblesses de la famille”, (París 1962), escrito por el filósofo Jean Lacroix, católico, esposo y padre, parte de la pléyade de grandes pensadores laicos que testimoniaron el cristianismo francés durante el siglo XX. Es el libro más interesante que he leído sobre la familia; me encanta cuando afirma: “el punto de partida es equivocado cuando nos preguntamos para qué sirve la familia; antes debemos responder a la pregunta: ¿qué es la familia? Nos hace falta, dice el autor, “una ontología de la familia”, es decir, la consideración del ser familiar en sí. Es obvio que al hablar de nosotros los padres, hablamos de la familia. Sin esta base metafísica del ser humano, nada puede hacer, ni la iglesia ni el estado. En este sentido, “el futuro de la humanidad pasa por la familia”, (JP II). Por ahora nos atenemos al “rol” del padre.

1.- El asesinato del padre. En este espacio escribí un artículo con este título. Resulta difícil traducir este tema a un lenguaje más llano; tiene su origen en la teoría del psicoanálisis y definitivamente contiene gran parte de verdad. La cultura moderna, en su rebelión contra toda autoridad, expresa la rebelión originaria contra la autoridad paterna. No nos cabe duda de que, cada vez con mayor intensidad, se aprecia un rechazo abierto a todo principio de autoridad venga de donde venga. Freud definía esta tendencia como el asesinato del padre y descubría la misma tendencia fundamental en las ideas democráticas, en los avances de las ciencias biológicas, en la rebelión contra el patrón, contra el policía, el presidente, y por fin, contra Dios. Ciertas líneas del feminismo van es esta dirección. Según esta teoría, el padre representa todas las fuerzas represivas, autoritarias que se abaten contra el hombre.

“Si en la actualidad, dice Lacroix, la familia es el ‘nido de todos los resentimientos’ (B. Russell), no es sólo porque frecuentemente se transforma en un nido de víboras, sino, principalmente, porque los descontentos de la humanidad moderna ven en ella el principal obstáculo para sus más profundos deseos, para sus reivindicaciones más esenciales. Y este obstáculo de la familia es, ante todo, el de la autoridad paterna. Así, pues, se plantea a nuestra reflexión el hecho de que el problema más difícil a desentrañar es el sentido y significado de la paternidad”.

Nuestros contemporáneos ansían emanciparse, liberarse, y se les presenta, inmediatamente, la cuestión de si toda emancipación tiene su origen en la emancipación y liberación en relación al padre. En nuestra civilización, dice el autor citado, emancipar a la mujer y a los hijos proviene del mismo movimiento humano que se esfuerza por lograr la emancipación real de los trabajadores. Para muchos, debilitar el poder paterno es debilitar simultáneamente el poder del patrón, del sacerdote, del profesor, del jefe, cualquiera que sea. El psicoanálisis cuenta aquí con unas aplicaciones sociológicas particularmente importantes.

Una gran parte del movimiento democrático actual podría definirse en pro del asesinato del padre, dice Lacroix. Que no nos desconcierte la dura expresión “asesinato del padre”, se trata en el fondo, de desaparecer la función rectora del padre, su autoridad y su carácter de necesidad. Ni siquiera es necesario, ya, entenderlo como genitor (generare=generar, los latino distinguían entre ‘pater’ y ‘génitor’). Él se opone a nuestra libertad, y sobre él se proyecta, según Freud, toda autoridad. Kant afirma tranquilamente que los padres y los maestros son los enemigos naturales del niño. (Ver el caso Kafka). La humanidad moderna sospecha la autoridad paterna tras todo lo que quiere destruir para afirmarse integralmente; “una autoridad que debe atacar si quiere «ser»”.

Lacroix ve, incluso, en los avances de las ciencias biológicas, la tendencia de desplazar, de suprimir “la necesidad del padre”. En 1962, el autor podía escribir: “Y pronto, posiblemente, la ciencia le permitirá realizar su deseo inconsciente; hoy, gracias a la inseminación artificial; mañana, quizá gracias al desarrollo del óvulo por medios puramente físicos y químicos: puesto que ya existen donadores de esperma como hay donadores de sangre, puesto que el mismo esperma puede llegar a ser inútil, la eliminación del padre puede llegar a ser radical”. En aquel tiempo tales palabras sonarían a ciencia ficción. Pero no lo eran. En este campo tal vez esté librando una batalla fundamental del hombre contra el hombre. Técnica revolucionaria se llama a un proceso de fecundación in vitro de niños de “tres donadores”. La investigación ha demostrado que la donación mitocondrial podría ayudar potencialmente a casi 2,500 mujeres en edad reproductiva en el Reino Unido. La valoración ética del proceso no cuenta. De tal manera, que si en el desarrollo del proceso hay que desechar óvulos fecundados, pues al bote de los desperdicios y punto. La Cámara de los Comunes aprobó el proceso. Yo siempre he dicho que los ideales de Hitler siguen vigentes. Uno de ellos, la eugenesia.

Estando en Alemania, leí con curiosidad una nota aparecida en el Sindelfinger Zeitung; era una vaca que se hizo muy famosa en la RFA por la cantidad de leche que producía; los científicos optaron por un proceso ingenioso para sacarle más crías a la vaca: una vez fecundada y determinados los factores genéticos, los óvulos le eran extraídos y luego implantados para su desarrollo en otras vacas, de tal manera que este pobre animal era productor sólo de óvulos fecundados artificialmente, claro, y de esta manera, al año, en vez de una cría podía tener varias y, así, habría más vacas lecheras de calidad. Hasta en los animales suena duro el proceso.

Es evidente que en nuestro ambiente el problema es en otro; pero no podemos decir que esta filosofía, al igual que el nihilismo, aunque desconocida, no influya determinantemente en la configuración de nuestra sociedad. Hoy podemos escuchar a mujeres que sólo quieren tener el hijo sin importar el padre; el padre es desechable. Para nosotros, el problema se hace evidente en las familias, llamadas elegantemente, monoparentales; esas familias incompletas, que entre nosotros está representada casi en el 100% de los casos, son mujeres. El padre está ausente, no aparece; aquí ya no por razones filosóficas sino por el des…barajuste que traemos. No ha mucho, recibí en mi oficina a una persona que experimentaba una profunda crisis y franca imposibilidad de llamar a Dios: “Padre”. Tras este trauma necesariamente está una experiencia profundamente negativa de la paternidad, con todo y ser un caso puntual. Pero el problema adquiere caracteres de psicología profunda y de estructuración social.

El caso conserva su validez: ausencia, (asesinato) del padre. No hablamos de un distanciamiento solo físico que muchas veces se da por motivos justificados; nos referimos, más bien, a la lejanía afectiva, a la ausencia del padre cuando el hijo necesita acompañamiento, cariño, ternura, disciplina, ayuda, ejemplo, conducción, amor. Puntos ciertos de referencia.

El pensamiento cristiano va en sentido diametralmente opuesto a esa visión deshumanizadora y deshumanizante del hombre y de la vida; afirma, por el contrario, la necesidad vital de la presencia del padre-madre en el desarrollo hombre. No cabe duda, la familia, en los tiempos modernos, ha sufrido, quizá como ningún otra institución, la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y la cultura. (FC). El amor a la esposa madre y el amor a los hijos son para el hombre el camino natural para la comprensión y la realización de su personalidad. Sobre todo, donde las condiciones sociales y culturales inducen fácilmente al padre a un cierto desinterés respecto de la familia, o bien, a una presencia menor en la acción educativa, es necesario esforzarse para que se recupere socialmente la convicción de que el puesto y la función del padre, en y por la familia, son de una importancia única e insustituible. ¿Quién no conoce la situación precaria, y la vulnerabilidad y exposición de los niños que no gozan de la presencia providente y amorosa del padre, reflejo de amor divino? ¿Quién no conoce la situación de soledad y sufrimiento de quienes, por muy diversos motivos, se ven privados de la seguridad psicológica y social del padre?

Papa Francisco, en las dos últimas catequesis de los miércoles, ha tocado el tema sobre la función del padre, en forma sencilla. “Toda familia necesita al padre. Hoy nos detenemos sobre el valor de este rol, y quisiera iniciar por algunas expresiones que se encuentran en el Libro de los Proverbios, palabras que un padre dirige al propio hijo y dice así: “Hijo mío, si tu corazón es sabio, también se alegrará mi corazón: mis entrañas se regocijarán, cuando tus labios hablen con rectitud”. No se podría expresar mejor el orgullo y la conmoción de un padre que reconoce haber transmitido al hijo lo que cuenta de verdad en la vida, o sea, un corazón sabio. Este padre no dice: “Estoy orgulloso de ti porque eres igual a mí, porque repites las cosas que digo y que hago”. No, no dice eso. Le dice algo más importante, que podríamos interpretar así: “Estaré feliz cada vez que te vea actuar con sabiduría, y estaré conmovido cada vez que te escuche hablar con rectitud. Esto es lo que he querido dejarte, para que se convirtiera en una cosa tuya: la costumbre de escuchar y actuar, de hablar y juzgar con sabiduría y rectitud. Y para que tu pudieras ser así, te he enseñado cosas que no sabías, he corregido errores que no veías. Te he hecho sentir un afecto profundo y a la vez discreto, que quizá no has reconocido plenamente cuando eras joven e incierto. Te he dado un testimonio de rigor y de firmeza que quizá no entendías, cuando hubieras querido solamente complicidad y protección. Yo mismo he tenido que, en primer lugar, ponerme a prueba de la sabiduría del corazón, y vigilar en los excesos del sentimiento y del resentimiento, para llevar el peso de las inevitables comprensiones y encontrar las palabras justas para hacerme entender. Ahora, continúa el padre, cuando veo que tú tratas de ser así con tus hijos, y con todos, me conmuevo. Soy feliz de ser tu padre”. La orfandad afectiva, la soledad, la incertidumbre, la probeta, no tiene ese horizonte.

Con palabras sencillas, papa Francisco describe la altísima misión trascendente de ser padre; de hecho, lo único que justifica la procreación es que el nuevo ser ha de tener garantizada esa “educación”. JP II, acuñó una frase, que si la desglosamos contiene toda esta verdad: “la familia es esa primerísima e insustituible escuela de humanidad”. Si asistimos a un proceso acelerado de deshumanización, que se hace visible en la violencia que azota a la humanidad, desde el mundo sombrío de las pandillas, las guerrillas, las protestas airadas y violentas, hasta los horrores de las guerras de exterminio en el mundo islámico, hemos de ver la causa en la falla de esa “primerísima e insustituible escuela” cuya materia es humanidad.

“Un padre sabe bien cuánto cuesta transmitir esta herencia: cuánta cercanía, cuánta dulzura y cuánta firmeza. Pero, ¡qué consolación y que recompensa se recibe, cuando los hijos rinden honor a esta herencia! Es una alegría que rescata cualquier fatiga, que supera cualquier incomprensión y sana cualquier herida”.

La primera necesidad, por tanto, es precisamente esta: que el padre esté presente en la familia. Que esté cerca de la mujer, para compartir todo, alegría y dolores, fatigas y esperanzas. Y que esté cerca de los hijos en su crecimiento: cuando juegan y cuando se comprometen, cuando están preocupados y cuando están angustiados, cuando se expresan y cuando están callados, cuando son valientes y cuando tienen miedo, cuando dan un paso erróneo y cuando encuentran de nuevo el camino.

Tal es el rol del padre. Y también la razón por la que la iglesia defiende contra viento y marea el ser familiar, la familia tal y como ha sido proyectada y querida por Dios.

Así pues, “el asesinato del padre”, su desaparición, forzada o voluntaria, deja trunca la misión educativa de la familia, que es su primera función, la que se desprende más inmediatamente de su mismo ser. Tras esta rebelión, descubrimos «el drama del humanismo ateo» (Henry de Lubac), que quiere que Dios deje de existir para asegurar la existencia del hombre. En su deseo apasionado de afirmar valores de libertad, igualdad y fraternidad, encuentra a Dios en su camino; y le parece que para afirmar esos valores es preciso matar a Dios: la muerte de Dios se le aparece como la condición necesaria para la propia liberación. Y los resultados finales los estamos viendo.

De tal manera pues, que esa escuela primerísima e insustituible de humanidad resulta imprescindible para la sociedad; ni el estado ni el tribunal para menores, ni la iglesia, ni el DIF, ni ninguna otra institución pueden suplir su ausencia. Podrán ayudar, en el mejor de los casos. “Quien engendra un hijo aún no es un padre. Un padre es quien engendra un hijo y se vuelve digno de él”. (F. Dostoievski).