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En dos tomos, Jorge Edwards ha presentado su autobiografía de la tengo solo una reseña: Los círculos morados y Esclavos de la consigna. Vargas Llosa ha dedicado una breve y brillante síntesis sobre el tema. Muy cercano a Salvador Allende conoció el caso Chile, y muy amigo de Neruda supo de sus dudas tormentosas debido al rumbo que tomaba Chile con Allende. A Neruda le preguntaron si iba a votar por Allende y dijo, apesadumbrado: “No tengo más remedio”. Presa de dudas y angustias políticas secretas que lo devoraban por momentos; “Me he equivocado”, confesó en los años finales.

Leo con gusto todo lo que cae en mis manos salido de la mente privilegiada de Jorge Edwards, veterano en lides políticas y del pensamiento. En un ensayo, Avanzar sin pensar, habla de las ingenierías sociales “que han intentado las revoluciones del siglo XX; (y lo que del XXI); el problema de tales revoluciones, es el de los “socialismos reales”, dice. Más allá de ilusiones y utopías o de la abierta ambición disfrazada de redencionismos, se trata, dice el autor, de la relación entre el progreso verdadero de la sociedad y la izquierda. Edwards era de “izquierda”. Ya quisiéramos izquierdistas de esa talla, aquí.

El hombre está tentado a creer demasiado en sí mismo. Pero, ampliando el panorama y el tiempo andando, la izquierda en el poder en diversos lugares del mundo tomó medidas drásticas, extremas, destinadas a llegar antes al desarrollo económico, a la equidad, a la justicia social, y esas medidas, en muchos casos, en virtud de complejos problemas de ingeniería social, en lugar de traer progresos tangibles, provocaron retrocesos, afirma Edwards.

La historia del s. XX lo demuestra claramente. Y patéticamente. Y es que las cosas no son tan simples: la izquierda trabaja a favor de los pobres, intenta superar los desniveles sociales, que la renta sea mejor distribuida, y una larga fila de etcéteras, males todos estos que la derecha, simple y llanamente, ha provocado, tal parece ser la tesis. Se trata de una simplificación peligrosa. En primer lugar, porque la izquierda es múltiple, no podemos manejarla unívocamente; la izquierda de los países bálticos, la de Italia o España; en Chile, Argentina o Brasil, en Rusia o en China, en Cuba, etc., son cosas tan diferentes, y con tan diferentes resultados, que se resisten a ser encerradas todas en un mismo saco. Además, la derecha no es, tampoco, el mal hecho sistema, y en la medida en que favorezca sólo un enriquecimiento de minorías, sin escrúpulos ni conciencia social, cava su propia tumba. Yo, en particular, no creo ni en derechas ni izquierdas, sino en buenos o malos gobiernos. Al líder, al héroe ha de exigírsele al menos la capacidad de discernir entre lo que favorece al pueblo y aquello que lo destroza. Con solo así juzgarlos se derrumban muchos que no son sino farsantes. Aquí, en Juárez, no sabemos todavía lo que es esperar 10 horas para cargar gasolina.

El tema es largo, dramático, y además de todo eso, ineludible. Si no se enfoca con seriedad, con decisión, sin dogmatismos, se cae en la complacencia y hasta en la demagogia y la palabrería, dice Edwards. Y, enseguida narra este episodio del socialismo real. “El stalinismo de la Rusia de la década del treinta fue la expresión más descarnada y mas terrible de todo este asunto. La colectivización forzada de las tierras ordenadas por Stalin se proponía mejorar la suerte de los campesinos, además de modernizar la agricultura, de ponerla al nivel de Europa occidenal y de los Estados Unidos. Pero el resultado práctico fue una hambruna monumental. Ahora a través de testimonios auténticos, muy difíciles de rebatir, se sabe que miles de mujeres del campo ruso, desesperadas de hambre, devoraron a sus propios hijos. Parece inverosímil, pero las grandes crisis de la historia siempre tienen facetas inverosímiles, momentos en que se tocan los límites de la condición humana”. Entonces no se puede ser frívolo e irresponsable en el manejo de la cosa pública. No puede haber empates.

La unidad es necesaria. Si no se unen en torno a un proyecto de país todas las fuerzas políticas de México, simplemente México no es viable. Claro, primero el proyecto. Si las diferentes fuerzas no están para equilibrar, sino para desequilibrar, atendiendo sobre todo a los intereses de sus partidos, México no es viable. La responsabilidad es máxima, y cuando se ven ciertas actitudes, se antoja que la irresponsabilidad es máxima.

Se niega Edwards a conceder el mérito de la pujanza de la economía chilena a la derecha, cuando es más bien el resultado de la unión de democristianos, socialdemócratas y socialistas. En efecto, escribe Edwards en unas declaraciones recientes, Carlos Altamirano, jefe y hasta símbolo del socialismo de izquierda de los tiempos de Allende, declaró que el gobierno de Ricardo Lagos había sido el mejor gobierno de centro-derecha de los últimos cien años en Chile. Esto no me convence. ¿Por qué tenemos que regalar a la derecha el éxito de una coalición formada por democratacristianos, socialdemócratas y socialistas? El éxito del gobierno de Lagos, por el contrario, fue el de la reflexión sobre los problemas de la izquierda del pasado, el de la aceptación del cambio, de la renovación. Carlos Altamirano había declarado en la época de Allende que había que avanzar sin transar. Raúl Ampuero, (+ 11.07.96), conocido dirigente de su mismo partido, me dijo en la embajada chilena en Francia, por aquellos días, que se había confundido el lema de avanzar sin transar por el “avanzar sin pensar”, refiriéndose a Allende, cuenta Edwards.

Es opinión general que los graves problemas que atraviesa nuestra época no admiten ya una solución meramente política; más bien, lo que se requiere es un cambio profundo de las conciencias, un cambio de mentalidad al que ya aludía Jaspers cuando a mediados del siglo pasado hablaba del futuro del hombre bajo el signo del fuego atómico. En lenguaje religioso tal inquietud tiene pleno significado; una renovación de la mente y de la interioridad que nos lleve a sobreponernos a nuestro egoísmo, sea personal, sea de grupo, sea de partido, sea de nación.

El cambio que queremos, la sociedad mejor que anhelamos, no puede ser el resultado de resultado de discursos que crispan y radicalizan a la sociedad, de líderes obsesionados con su capricho, deberá ser el resultado de la decisión de cada uno de nosotros de ser verdaderos centinelas de la paz, de la justicia, de la verdad. Lo demás vendrá por añadidura.

Esto podría llevarnos a otra conclusión: que la moral también tiene una relación directa con ciertas realidades, con la lucidez frente a las fuerzas elementales de la economía, con el enfoque serio de los complejos problemas de la ingeniería social. Incluso, con el caos emocional de la persona pública. En efecto, nuestra época está influenciada lamentablemente, por una mentalidad particularmente sensible a las tentaciones del egoísmo, siempre dispuesto a resurgir en el ánimo humano. Se trata del “hombre enfermo de sí mismo”, que decía Nietzsche. Esta actitud está en el fondo de la desestabilidad global y de las polarizaciones sociales que marcan el inicio de las catástrofes sociales.

Jorge Edwards concluye así: “Llevamos, en Chile, décadas de crecimiento sostenido. Pues bien, ya llegó, y llegó hace rato, el momento de compartirlo, de hacerlo un poco más justo”. Si no se piensa y se actúa así, el futuro no es seguro. Nada sólido se construye sobre la injusticia”. Cierto, para distribuir y administrar la riqueza, primero hay que generarla. Lo contrario, los populismos, son necesariamente fatales. Su discurso acaba tragándoselos como es el caso patético del dictadorzuelo Maduro.

Por ello me gustó mucho la frase de López O., en Cd. Juárez: «Soy un convencido del Sufragio efectivo, no reelección»