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En el filme La Ley de Herodes, hay una escena que constituye la condición de significado. Muestra el alcance de la perversión a la que puede llegar el hecho político desvinculado de la ética. Si bien, el filme refleja nuestro contexto, el hecho es universal. La prevaricación es global y atávica, es decir, está donde quiera que el lenguaje humano deje de tener significado, ahí donde “los hechos no existen”, ahí donde política y mentira se identifiquen simplemente. O, digámoslo rápido, ahí, y donde quiera, que la política se desvincule de la ética. ¡Y existen tantas formas de desvinculación!

En la escena referida el gobernador otorga a su delegado municipal dos armas poderosas y contundentes para lograr su propósito, que no es más que obtener dinero: una pistola y el texto de la Constitución. El hecho es inquietante en sí mismo; son dos instrumentos mediante los cuales va a ser posible que el delegado pueda, o con Constitución o pistola en mano, hacer lo que quiera, exprimir al pueblo o asesinarlo. El gobernador le dice textual al momento de entregarle “los instrumentos de poder”: “Con esto te los ch…. a todos”. Donde estorbe se arráncale la página y ya. La escena es hiriente. Con tales instrumentos de poder, el funcionario se hace dueño absoluto de la situación y acaba explotando, oprimiendo, mediante la facultad que tiene para decretar impuestos, a los más miserables, a los indios, a los que no entienden ni siquiera el lenguaje.

Y en el filme no entender el lenguaje simboliza a quienes no comprendemos el complicado discurso, por ejemplo, de las actuales reformas que habrán de traernos la felicidad. La felicidad, el bienestar, la seguridad, la paz, todo, todo está al alcance de la mano porque yo lo digo; solo hay que esperar un poco; el discurso se vuelve repetitivo, cacofónico, recurrente. Una logomaquia indescifrable cuyos puntos de apoyo para el receptor son palabras con mucha carga y conocidas desde hace mucho. El leit motiv: la corrupción; pero ¡hay tantas formas de corrupción! La peor es robar la esperanza, defraudar, no solo en las arcas, sino en el alma de pueblo. 60 millones, o más, de pobres no admiten juegos verbales ni más experimentos.

El filme retrata una situación de suprema injusticia que deja un amargo sabor, el sabor de la arbitrariedad, la impunidad y la impotencia. La fila de indios miserables obligados a pagar sin saber por qué ni para qué, es admonitoria. No hay castigo, al contrario, puede haber premio para quien obra de esa manera; de hecho, el delegado es premiado con una diputación. Igual, se le pueden devolver legalmente los bienes o traerlo del destierro. Pero el centro de gravedad está en los instrumentos de poder: la pistola y la Constitución. La Constitución es de plastilina.

Esta situación acaba por tornarse insoportable. En el filme termina con la rebelión de los indios que amenazan de muerte al político, después de todo, cobarde. Y es que la injusticia, la pobreza, la impunidad, la corrupción, la insensibilidad, desembocan en la anarquía. La política deja de ser entonces aquello que decía tan poéticamente H. Arendt: «el cuidado de la existencia»; una actitud que mira al bien común. Cuidar la existencia es una frase poliédrica de Arendt. Si quien lleva el timón, quien gobierna, no cuida la existencia, es decir, el bien, la seguridad, la paz, la concreción de la buena gobernanza, ese no es digno de estar ahí; cuando, por el contrario, se radicalizan discursos y posiciones, cuando la fraseología se vuelve burlona y ofensiva, cínica y desconectada, comenzamos a navegar a la deriva. Esa es la peor corrupción. Ya no se cuida la existencia.

Ya Aristóteles supo ver la afinidad entre ética y política. Para él, la organización de la vida colectiva tenía que ver con la «vida buena», (moralmente buena), o simplemente, con la ética. Sin ética no hay política. En el estupendo filme de la vida de S. Agustín, hay una escena ilustrativa. El Obispo, viendo sitiada su ciudad, va hasta el campamento del general bárbaro para enfrentarlo e impedir la destrucción de Hipona. Le grita el rey, instalado en su soberbia: «Yo soy el rey y hago lo que quiero». Le contesta Agustín: «Tú no eres rey; los reyes construyen reinos, crean civilizaciones, defienden al pueblo y tú, sólo destruyes y asesinas. Tú no construyes nada. Tú no eres rey». Este pensamiento atraviesa la magna obra de filosofía política de Agustín.

Se es verdaderamente gobernante cuando se construye, cuando se edifica, cuando se cuida la existencia de todos, en especial de los más vulnerables. No puede haber un cuidado del interés general (de la existencia) que no conlleve una dimensión de responsabilidad por la situación de vulnerabilidad y desvalimiento del ser humano. El cansancio, el hastío, las injusticias y la pobreza prolongada desembocan en la hecatombe social. Ética y política son inseparables. La ética no soluciona los problemas, pero le dice a la política cómo solucionarlos. Y la ética también se enriquece con la política, la cual le ofrece un panorama de preocupaciones y un ejercicio de visualización de necesidades y problemas. De lo contrario, resta sólo la anarquía. Se pasa, entonces, a “negar los hechos”. No queda otra.

La famosa frase de Nietzsche “No hay hechos, solo interpretaciones”, muy citada, profunda y muy mal interpretada, ha degenerado, en el quehacer político actual, en un simple “los hechos no existen”, o sea, en vulgar superficialidad. De esta manera, se ha intentado a partir de ella explicar cómo cualquier enunciación de un intérprete tiene validez, convirtiendo de esta manera la interpretación en un procedimiento totalmente trivial, concebido como ejercicio para legitimar principalmente la consolidación de quien realiza la interpretación, es decir, el fortalecimiento del sujeto-intérprete, o sea, una forma de negar los hechos. Estamos frente al subjetivismo a ultranza; puede que ahí estén los hechos, pero lo que vale es mi interpretación. Frente a esta postura subjetiva está lo que decían los viejos escolásticos: “contra facta non sunt argumenta”, contra los hechos no hay argumentos; si ahorita mismo está brillando el sol, es de día y el que diga lo contrario hay que llevarlo al manicomio. Es el realismo objetivo; los hechos existen y exigen, por ello, una estricta interpretación. Neguemos los hechos y queda solo lo que el interesado dice que existe: Fake News o prensa fifí, y punto. Faltan solo dos adjetivos: oscurantistas y retrógrados, para situarnos en pleno s. XIX:

+México abre las puertas a la caravana migrante. En un gesto histórico, el Gobierno de López Obrador ha ofrecido permisos de residencia por razones humanitarias a todos los migrantes centroamericanos este jueves en la frontera. Entre gritos de “¡viva México!” e improvisadas estrofas del himno nacional, México vivió la tarde del jueves un día histórico en sus fronteras y en la relación con Centroamérica. (18.01.19)

+AMLO: “El planteamiento de fondo que estamos haciendo al Gobierno de Estados Unidos es que con urgencia se apoye el desarrollo en los países hermanos de Centroamérica”. (¿Pero, quien te mete en esto?, decía mi abuela).

+México defiende su política migratoria tras detener a casi 400 centroamericanos de camino a EE UU. AMLO. justifica la necesidad de “ordenar” la movilidad de los migrantes: “No queremos que tengan libre paso, por cuestiones de seguridad”. (24.04.19)

+ Trump afirma que está enviando soldados armados a la frontera con México. El mandatario vuelve a amenazar con el cierre fronterizo y acusa a los militares mexicanos de haber sacado sus armas frente a miembros de la guardia estadounidense. (Remember Tampico. 4 de Abril.1914). Así comenzaron, también, las guerras del Pacífico y la de Viet Nam. No digo que estemos en esa tesitura.

+En riesgo por crisis 100 mil empleos. Prevé Index recortes de continuar los retrasos en los puentes: reportan pérdidas de 170 mdd.

Son algunos hechos. Y exigen una puntual interpretación. De lo contrario, se “descuida la existencia”. La otra vía es negarlos, negarlos de cualquier forma, con solo interpretarlos “yo”.

¡Cuidemos la existencia!

*Lectura recomendada al Gran Staff: “Nosotros y los Otros”. T. Todorov.