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A fin de cuentas, acaba por resultar agobiante el tema periodístico y noticioso de nuestros días: el crimen, in crescendo, y todo lo relacionado con él, la algarabía del mundo político, la amenaza de derrumbe económico y las propuestas del economista Monreal; y el revoltijo de las vacunas y las elecciones. El perdón a los tabasqueños de la deuda con CFE auspiciada por AMLO; y faltan lo de  51 pozos petróleos. Todo en México y todo como anillo al dedo; se asemeja a una dura película que tenemos que ver a diario a falta de algo mejor. Tamaulipas y Bolsonaro, de terror

En tales circunstancias, a la manera del prisionero, hay que dejar volar el pensamiento. Y envidio a Jorge Edwards (1931 -), que cosecha de su larga experiencia y ofrece literatura que es una delicia. Y uno lee, reposa, se cultiva y escapa del terrorismo mediático. Cuando encuentro algo suyo, no me lo pierdo. El País guarda en su hemeroteca esa riqueza. Hombre interesante, hecho en el servicio diplomático desde muy joven, sabe condensar en el género periodístico su larga y fructífera vida. Y se ganan, estos hombres, el derecho al ocio en el más puro sentido griego. Igual que Ibsen Martínez que, en su destierro, sostiene su erudita rebeldía contra la estulticia venezolana; este martes nos regala una joya Nina Berberova; ella formó parte del destierro intelectual debido a la persecución leninista y en su obra cuenta las peripecias del exilio intelectual ruso. Un artículo con sabor de divertimento chopiniano. A Ibsen lo desterró Chávez y le confiscó su biblioteca, ahora está asilado en Colombia.   

En la prensa del primer mundo, la posición más destacada, y también la mejor pagada, es la del columnista. Es de notar que profesores de universidades americanas o europeas, de talla mundial, aparezcan de forma periódica con una columna fantástica: filósofos, historiadores, economistas, psicólogos, sociólogos, lingüistas, políticos etc., que, sin atenerse al ensayo estricto, nos dan visiones sobre nuestro hoy, de admirable claridad. Ensayo breve. Es sabido que la capacidad de lectura es mínima, los libros son caros y pesados y la lectura disminuye más; entonces el artículo breve, si es bueno, capta el momento y lo inserta en el devenir, cumple una función muy importante e, igual que la entrevista, cuando se sabe entrevistar, es decir, cuando se conoce el tema y el personaje, el artículo periodístico merece el grado de género mayor. Y es que el columnista puede hacerla de reportero o de pensador instalado en su sitio y seguro de su sueldo. Es curioso que los grandes escritores hayan ensayado el género periodístico, desde Dostoievski hasta el Gabo o Vargas Llosa que nos deleita con frecuencia.

Ahí, y con creces, se instala Edwards. Educado por los jesuitas en el Colegio San Ignacio, donde fue alumno del padre Hurtado, santo chileno canonizado en 2005. En la revista de dicho colegio publicó sus primeros escritos y por entonces aventuró en la poesía. Estudió Derecho en la Universidad de Chile e hizo su posgrado en Princeton. En 1962 fue nombrado secretario de la Embajada de Chile en París, al regresar a su país en 1967, ostentó el cargo de Jefe del Departamento de Europa Oriental en el Ministerio de Asuntos Exteriores.

Durante este período publicó su libro de cuentos “El Patio”, “Gente de la Ciudad” y “Las Máscaras” y la novela “El Peso de la Noche”. Durante su primera misión diplomática en París trabó amistad con Vargas Llosa, el Gabo y Julio Cortázar, entre otros. Su nombre está asociado, por lo tanto, con el llamado boom latinoamericano. Su consagración vendría sin embargo más tarde. Todos esos desterrados toman contacto con la realidad que los envuelve y ven desde su apretado destierro despreocupado su América Latina. Pulsan el momento político de la Francia de de Gaulle y leen lo mejor del momento. Buscan la noticia que anuncie la caída de los militarismos que desangraron América Latina y la deshonraron. Y en su obsesión, a veces se les escapa el momento con su riqueza y su mensaje. Dulces recuerdos a los que tienen derecho los que hicieron época. Y nos ilustran.

Pertenece a la inquieta generación de latinoamericanos de los 60s; él, diplomático, los demás deambulan por el barrio latino de Paris. ¿Qué tenía o tiene ese famoso barrio donde se refugiaron los desterrados latinoamericanos? Muchos años antes, Vasconcelos editaba ahí su «Antorcha» y, junto con él, otros muchos intelectuales latinoamericanos de aquel entonces vivían sus ilusiones libertarias. ¿Por qué en Paris? Cierto, los amigos de Edwards no eran ni vagos ni hippies. Leen. Sobre todo, leen; devoran literatura, aprenden en el duro día a día y ensayan en el periodismo.

En 1971, el gobierno de Salvador Allende le envió como embajador a la Cuba de Fidel, puesto en el que estuvo apenas tres meses, debido a sus discrepancias con el gobierno revolucionario y sus críticas a las facetas dictatoriales de ese gobierno. Fruto de sus experiencias en Cuba, (Edwards fue declarado persona non grata y exigida su salida de Cuba la bella), sería su obra Persona non grata (1973), por la que ganó notoriedad, y en la que realiza una crítica sobria y a la vez corrosiva contra el estalinismo y el régimen socialista cubano. La obra, que conseguiría el raro mérito de estar prohibida simultáneamente por el gobierno de Allende y el gobierno de Fidel, le granjeó la enemistad de las fuerzas políticas de izquierda y creó una gran polémica entre los escritores latinoamericanos.

A su regreso de Cuba, Edwards fue enviado de nuevo como secretario de la embajada a París, donde estaría a las órdenes de Pablo Neruda. Tras el golpe de estado con Pinochet a la cabeza, Edwards se vio forzado a abandonar la carrera diplomática, exiliándose en Barcelona, dedicado a la lectura, a la literatura y al periodismo. ¡Qué envidia! En sus entregas a periódicos de diferentes países y lenguas, vierte su experiencia con fino arte de literato. “Viviendo a costa de los diarios del América Latina”, decía J.V.

A writer is someone who pays attention to the World, escribe Susan Sontag (1933-2004). “Un escritor es, ante todo, alguien que observa con atención lo que sucede en el mundo.  Y añade: Un escritor es ante todo alguien que lee. Es de la lectura de donde saco los parámetros con los cuales mido mi propio trabajo y de acuerdo con los cuales sé que me quedo lamentablemente corta. Es mediante la lectura, antes que de la escritura que yo llego a formar parte de la comunidad, – de la comunidad de los escritores -, que incluye más escritores muertos que vivos”. (At the Same Time. 2009). Es la actitud y convicción de los buenos escritores; atentos observadores e insaciables lectores. Edwards es de ellos.

Con naturalidad, Edwards puede escribir: François Mauriac, (escritor francés que abordó en sus obras, de raigambre católica, el tema del hombre sin Dios), alcanzó una vigencia tardía a través de los famosos Bloc-Notes que publicaba en Le Fígaro y después, durante muchos años, en la revista L’Express. Se convirtió en el cronista semanal de los finales de la IV República, del ascenso del general de Gaulle, de la liquidación de la guerra de Argelia, de los procesos de descolonización de Marruecos y de Túnez. En épocas en que Sartre hablaba de escritura comprometida, Mauriac, que era uno de sus más connotados adversarios, se había convertido en un seguidor apasionado de los sucesos, en un columnista incisivo, en un aliado indispensable de la política gaullista. A su modo, un escritor comprometido.

Los latinoamericanos que nos reuníamos en el París, escribe Edwards, de esa década seguíamos las críticas despiadadas de Sartre, aceradas, burlonas, al adalid católico de la política del Gobierno, Mauriac, y pasábamos con notable soltura de cuerpo a otros temas. Que el viejo André Malraux, (el próximo siglo será religioso o no lo será), uno de nuestros ídolos literarios juveniles, fuera ministro de Cultura del Gobierno del general nos tenía más bien sin cuidado. Nosotros leíamos a Faulkner, a Kafka, a James Joyce, al todavía joven Julio Cortázar, y lanzábamos una mirada distraída sobre los Bloc-Notes (1952-1957) de Mauriac en las peluquerías o en las antesalas de los dentistas. Esos jóvenes no apartaban su atención de estos gigantes: Guid, Breton, L. Aragon, Mauriac, Malraux, etc. Y sus pininos literarios tienen el encanto del asombro.

Ya más fogueado podía escribir: Desde su entrada a La Habana en los primeros días de 1959, Fidel Castro, para bien o para mal, marcó la historia contemporánea. Su llegada al poder, previsible, pero a la vez sorprendente, dio comienzo a un proceso universal de toma de conciencia de lo latinoamericano”. El ‘para bien o para mal’ hay que preguntárselo a los migrantes cubanos que están aquí.