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La parábola del buen samaritano, (=BS.), es una de esas joyas literarias que se han convertido en patrimonio de la humanidad; su vigencia se debe a que encierra enseñanzas decisivas para la configuración de nuestra vida. Su mensaje es capaz de sostener una civilización.  Y es que el contexto de la parábola es una pregunta sobre la vida, sobre cómo heredar la vida; el problema de la vida es el problema central del hombre. 

¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna? Todo inicia con esta pregunta que un “escriba” dirige a Jesús. Los escribas formaban el grupo de los estudiosos e intelectuales del judaísmo. Con todo, la intención de la pregunta era tender una trampa a Jesús. 

Jesús le responde, al más puro estilo judío, con otra pregunta, en dos tiempos: “¿Qué está escrito en la Ley?, ¿cómo lees lo que está escrito en ella?” Dos preguntas: qué lees y cómo lees. El escriba recita la Ley que se resume en el amor a Dios y al prójimo como a uno mismo. La réplica de Jesús es contundente: “Has respondido muy bien; haz eso y vivirás”. El asunto queda zanjado. Pero, sorprendido y en ridículo, el escriba vuelve a la carga. Y hace la pregunta que permitirá a Jesús definir lo que es la esencia de su doctrina. “¿Y quién es mi prójimo?”, pregunta el escriba. El creía conocer a Dios y su Ley, de ello hablaba al pueblo; se creía intérprete acreditado, pero ¡increíble!, no sabía quién era su prójimo! Es fácil hablar de Dios cuando en realidad nuestro corazón está muy lejos de él.   Estos grupos opositores de Jesús han pasado a la historia como los estereotipos de un doloroso falseamiento del hecho religioso; y nunca han desaparecido. 

“Y queriendo justificarse, peguntó a Jesús: ¿y quién es mi prójimo?”  La peor pregunta posible. Y Jesús le propone la parábola del BS. Lucas sitúa la escena, que podría evocar un incidente real, en el camino que va de Jerusalén a Jericó. Es una pendiente prolongada unos 27 kms. que por la configuración del terreno facilitaba los asaltos.  

El héroe de la parábola es un hombre común y corriente; nada nos hace sospechar que se tratara de un hombre religioso. Más bien, podremos imaginarnos un hombre de negocios que hacía ese camino con frecuencia, provisto de vitualla y maleta de primeros auxilios. En algún recoveco del camino, su cabalgadura se espanta al encontrarse con un cuerpo tirado a la vera del camino. En este hombre religiosamente despreocupado existía, sin embargo, un hombre de buen corazón, un hombre que era capaz de sentir “compasión”. Ahí en el suelo, está tendido un hombre con el rostro ensangrentado, asesinado, tal vez,…. Respira todavía con el estertor de la agonía.  El viajero se acerca.  Se da cuenta entonces, de la maniobra de los dos viajeros que han pasado antes que él; son de la casta sacerdotal: un sacerdote y un levita. Aquí está toda la carga crítica de Jesús.  Una religión que no da más que para leyes, no sirve para nada. Aquellos dos personajes no encontraron en su religión ningún motivo para la compasión; su religión, por el contrario, les advertía que no debían tocar sangre ni tocar un cadáver so pena de quedar impuros. Tranquilamente, sosegada la conciencia mediante el paliativo de la religión, se consideraban exentos de la caridad, del amor, de la compasión.  ¡Triste religión! No les daba para más. 

El otro hombre, por el contrario, detiene su camino, descabalga y se acerca al herido. Para mayores datos era un samaritano, gente despreciada, contaminada de paganismo y en franca oposición a la centralización político-religiosa de Israel.  Con la fuerza del contraste, Lucas pinta la escena y deja el mensaje. Lucas, para su crítica, utiliza a personajes oficialmente marginados, mal vistos.

El samaritano no tiene esos escrúpulos. Pero tiene compasión y acercándose, le venda las heridas; echa en ellas aceite y vino, receta del viejo Hipócrates. Le hace montar sobre su cabalgadura y él hace el resto del camino a pie cabestrando su mula y sosteniendo fraternalmente al herido. Lo lleva al mesón y lo cuida aquella noche. Al despedirse, al día siguiente, – hay que seguir el camino, hay que trabajar – saca dos denarios, se los da al mesonero y le dice: «cuida a este hombre, y lo que gastes de más, yo te lo pagaré a mi regreso».  El mensaje esencial de la parábola, que hará girar la concepción religiosa e inaugurar una forma nueva y definitiva de servir a Dios, consiste en que la caridad, la compasión, el hacerse cercano, próximo, prójimo del pobre, del desvalido, del necesitado, es un acto religioso que en lo sucesivo estará colocado a la base de la santidad, o si prefiere, a la base de toda expresión auténticamente religiosa.

Escribe Ch. Peguy: “La caridad, es por desgracia, algo natural. Para amar al prójimo no hay más que dejarse llevar, ver un poco de miseria. Para no amar al prójimo, habría que violentarse, torturarse, atormentarse, contrariarse.  Habría que ir en contra de uno mismo, hacerse otro, en vez de hacerse cercano, prójimo, próximo”.  El escriba no había entendido nunca el principio religioso profundo que une el amor a Dios y el amor al prójimo. El hombre pobre, necesitado, desvalido, el ser humano en necesidad, es el lugar privilegiado de la revelación de Dios. 

Al terminar su parábola, Jesús le pregunta al escriba: «¿Quién de los tres, el levita, el sacerdote, el samaritano, se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos? Contestó: el que lo trató con misericordia.  Y Jesús le dijo: ve y haz tú lo mismo».  El samaritano se hizo cercano, se hizo próximo, prójimo de aquél infeliz.  Y éste es un gesto auténticamente religioso; es más, desde el punto de vista cristiano, no existe otro camino para «heredar la vida». Tal fue la pregunta inicial. 

Y ¿qué relación guarda esta parábola con la política? Si somos capaces de rescatar el significado de la política de su devaluación actual, la relación es profunda y vital. A cualquiera que le interese el Reino de Dios ha de interesarle también la política, porque ésta es «cuidadora de la existencia», según frase afortunada de la Arendt. (No sé qué diga el Bronco). La fe cristiana se sitúa en la línea profética que descubre la estrecha vinculación entre el cuidado del ser humano, especialmente en necesidad, con la voluntad de Dios. Lo primero que Dios pide es que cuidemos del otro, del pobre, del huérfano, de la viuda, del extranjero, lista que, en la tradición bíblica, sintetiza al ser humano desvalido, sin protección, a merced del abuso. Por esta razón, el verdadero culto a Dios se realiza en la misericordia con el hermano indigente. Estas indicaciones están llenas de consecuencias que pueden demostrarnos su dimensión política; la política ha de preocuparse en última instancia por el hombre mismo. 

No solamente debemos preocuparnos por la caridad interpersonal, por la bondad, el respeto, la abnegación, la ayuda concreta, las despensas, sino que también debemos preocuparnos por una macro-caridad o caridad política. La caridad interpersonal es fundamental para unas relaciones humanas dignas de tal nombre. La caridad política o macro caridad, se empeña en cambiar las estructuras sociales, las leyes que rigen la convivencia y de las que depende la organización de la economía, de las condiciones de trabajo, del salario, del transporte, de la vivienda. 

No nos debe extrañar que se sitúe el quehacer político dentro del ámbito de la caridad. Es una caridad cristiana ampliada, que se dirige no solamente al prójimo como persona individual, sino como persona social, situada en unas determinadas condiciones sociales que le posibilitan o impiden vivir dignamente. De ahí la importancia de esta caridad o amor al prójimo que tiene que pasar por las estructuras. Una cierta caridad asistencialista corre el riesgo de dejar intactas las estructuras de injusticia que generan la inequidad y la pobreza como pecado estructural.  El Dios bíblico es un Dios que se manifiesta en el clamor del pobre y del oprimido. Desea que los hombres, sus hijos, sean seres enteros y libres. En el mundo bíblico, el rey tenía la función de defender al pobre, al indefenso, al desvalido, y en este sentido era representante de Dios. 

“El amor – caridad – siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea que haga superfluo el servicio del amor.   Quien intenta desentenderse del amor, se dispone a desentenderse del hombre en cuanto a hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo.  El Estado que quiera proveer a todo, que absorbe todo en sí mismo, se convierte en definitiva en una instancia burocrática que no puede asegurar lo más esencial que el hombre afligido – cualquier ser humano – necesita: una entrañable atención personal”. (B.XVI). “La política solo se ocupa del bienestar del hombre, no del hombre”, (Nietzsche), y se esconde tras la materialidad de la obra.