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Tal fue el grito que AMLO recibió de las familias de las víctimas. ‘Familias de las víctimas rechazan la petición del presidente’, reza la nota de El Diario. “No se puede perdonar a quienes las asesinaron”. A ellas y a ellos. Y es que, igual, hay un cúmulo enorme de dolor, resentimiento, de frustración; por mucho tiempo la impunidad, las puertas giratorias, la ineficiencia y un largo etc., han provocado coraje, ira, desconfianza, incredulidad. Y Durazo, buen nadador en aguas turbulentas, ha de saber que no basta una dudosa diplomacia ni gestos efectistas.

Cierto, la neurosis del optimismo convierte a los pesimistas en traidores. ¿Qué hacer para que las personas despierten? Y esta puede ser la más difícil de vencer. No somos resilientes. En efecto, somos seres vivos, con alma, memoria y capaces pensar de reír, sufrir y llorar. Y morir. Y rebelarnos. Esta última masacre es simplemente diabólica. Si la posesión diabólica es algo, es eso, el hombre abandonado a todo su poder de destrucción y autodestrucción.

Este momento de la historia, en que la violencia se convierte en el mayor desafío, encuentra un tipo de humano que ha sido moldeado por la industria del entretenimiento. Hombres y mujeres se han convertido en adultos infantilizados esperando que les digan qué sucede, qué pensar y cómo reaccionar, y qué tienen que consumir cada vez, desde productos materiales a conceptos. En esta clave entra la actual neurosis del “optimismo”, que hace que los “pesimistas” se conviertan en una especie de traidores que no quieren que el mundo mejore. “El mundo necesita adultos responsables, no optimistas infantilizados”. (Eliane Brum). O peor aún, interesados.

El mismo martes, desde esta Ciudad, A. Durazo, concedía una entrevista a El País; entre otras cosas dice: “Con los niveles actuales de violencia sería ingenuo pensar en el retiro inmediato del Ejército de las calles. No hay fecha para sacarlos y sería inconsciente hacerlo”. Añade: “El objetivo es ir formando policías y reemplazarlos por los soldados. Dentro de tres años estimo que habrá un retiro significativo”. Dejá vu.

Luego añade: “Mientras no atendamos las causas económicas, políticas y sociales que generan la inseguridad, no mejorará la situación, aunque se ponga un policía en cada esquina”. Y promete 3 objetivos: “El primero, dentro de seis meses. “A los 180 días se hará un corte de caja que servirá para ajustar la eficacia de la estrategia”. El segundo, dentro de tres años, en el que estima que los niveles de violencia serán los de un país de la OCDE, donde hay menos de cuatro homicidios por 100.000 habitantes. Hoy México tiene 25. El tercer objetivo, al final de su mandato en 2024, será entregar un país en paz”. Bueno que entreguen el país y mejor aún, en paz.

Campos semánticos diversos. Los conceptos de perdón, reconciliación, etc., son conceptos cristianos y tiene sentido solo en el campo de significación cristiano; en esas gentes suenan muy confusos. El cristiano sabe que, sin Cristo, sin su gracia, el perdón de las ofensas es imposible. El amor a los enemigos, ni pensarlo. Nos enseñó a pedir perdón y a saber perdonar. El mandato del perdón es central en el evangelio. El evangelio de Lucas da en una doble forma – las cuatro bienaventuranzas y las cuatro maldiciones como una exhortación a decidirse – (Lc. 6,20-26), el breve resumen del camino de la salvación: «Pero yo os digo a vosotros, los que me estáis escuchando: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian… El que te pegue en una mejilla, presentarle también la otra; y a quien intenta quitarte el manto, no le impidas llevarse también la túnica» (Lc. 6,27-29). Y sigue luego la afirmación explícita de que el amor a los enemigos es la característica de los verdaderos creyentes, de los genuinos discípulos de Jesús. «Y si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a quienes los aman» (Lc. 6,32). En los versículos siguientes se declara insistentemente ese tema de la decisión y de la diferencia con los no creyentes. Todo, incluida la referencia a la magnanimidad y generosidad de Dios en su gobierno del mundo, acaba desembocando en la enseñanza que todo lo resume: «Sed misericordiosos, como es vuestro Padre del cielo misericordioso» (Lc. 6,36). ¿Si recordáramos el espíritu del Año de la Misericordia decretado por papa Francisco? ¿O su mensaje a los presos en Juárez? «La misericordia divina nos recuerda que las cárceles son un síntoma de cómo estamos como sociedad, son un síntoma en muchos casos de silencios y omisiones que han provocado una cultura de descarte. Son un síntoma de una cultura que ha dejado de apostar por la vida; de una sociedad que ha ido abandonando a sus hijos». ¿Pa´ qué el bullen?

El amor no violento de Jesús actúa lleno de misericordia con nosotros, aunque como pecadores éramos enemigos de Dios. Esa actuación de Dios sobre nosotros, que mediante la fe y la gracia hemos sido incorporados a esa corriente de vida, se convierte por necesidad interna en una ley básica de los redimidos. La no violencia es don y fruto del Espíritu Santo. Y por eso se trueca también en un signo patente y diferenciador de lo cristiano (cf. Gal. 5, 13-22). Todas las actitudes, que Pablo presenta ahí como «fruto del Espíritu», adquieren su valor específico en la no violencia: «amor, alegría, paz, comprensión, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza» (Gal. 5,22).

El comentarista Rudolf Pesch advierte que la irresolución frente a la no violencia nos obliga a preguntarnos si nuestra decisión de fe es auténtica. «¿Tenemos miedo de que la solución de Dios, el camino de Jesús pudiera no ser verdadero? Confiamos en Dios ¿y no confiamos en Jesús? ¿Creemos?». Desde una perspectiva positiva Norbert Lohfink ve «en las comunidades cristianas que se tratan sin violencia» unas alternativas convincentes frente a la sociedad que en todas partes se caracterizaba por la violencia». Esto no lo sabe el manejo laico de tales conceptos, por ello es manejo es superficial. Evangelizar es como cambiar el programa de violencia en nuestro ordenador y poner el programa de la paz.

Martin Luther King, el máximo practicante y heraldo – junto con Gandhi – del amor no violento a los enemigos, no se cansó de presentar a sus seguidores, aunque también a sus enemigos, ese amor proselitista, curativo y reconciliador, como marca distintiva para el discernimiento de los espíritus. «¡Combatid siempre a la manera cristiana y con armas cristianas, de modo que los medios que aplicáis sean tan puros como los objetivos que perseguís!» La fundamentación religiosa aflora por doquier: «Nosotros podemos ser hijos de Dios. El amor es el medio para ello. Debemos amar a nuestros enemigos, pues solo así podemos conocer a Dios y experimentar la alegría de su gloria». Sobre la base de ese amor a los enemigos piensa también siempre en la recta predicación e interpretación para los enemigos y adversarios. «A nuestros enemigos les decimos: Nuestra pasión es tan grande como vuestro poder para infligirnos sufrimientos.  A vuestra fuerza física responderemos con una fuerza anímica. Haced con nosotros lo que queráis, nosotros os amaremos. No podemos obedecer con vuestra conciencia vuestras leyes injustas pues que no solo estamos obligados a hacer el bien, sino también a evitar la colaboración con el mal. Metednos en prisión, a pesar de todo os amaremos… Un día obtendremos la libertad; pero no la conseguiremos solo para nosotros. Apelaremos a vuestro corazón y a vuestra alma hasta que os hayamos ganado también a vosotros. Y entonces nuestra victoria será una victoria doble». Pese a todos los desengaños y reveses, pudo L. King mantener el mensaje: el amor sin armas es con mucho la fuera más poderosa del mundo entero, pues en él se revela el amor poderoso del mismo Dios.

La acción no violenta como genuino amor a los enemigos es una nota distintiva y produce el discernimiento de los espíritus en la medida en que evita hasta la huella más somera de manipulación o falsedad camuflada, a la vez que se distingue con toda nitidez de un pacifismo que huye del mundo y que se inhibe de cualquier responsabilidad. El equipo y armamento del evangelio de la paz no puede confundirse ni con el fanatismo y la crueldad de las denominadas «guerras santas» ni tampoco con la pereza espiritual. El amor a los enemigos demuestra su origen divino. Tal es el campo propio del perdón cristiano.

De ahí ‘bienaventurados los misericordiosos por que alcanzarán misericordia’, igual que los que trabajan por la paz por que serán llamados «hijos de Dios». Si convertimos el mensaje cristiano en ideología política simplemente lo vaciamos de todo contenido.