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Etty Hillesum fue una joven judía holandesa que mantuvo un diario entre los años 1941 y 1943; en él testimonia su propio fin en Auschwitz el 30.11.1943 a sus 29 años. Reedito el presente pensando en todos aquellos a quienes el sufrimiento somete a la prueba. ¡Y de cuántas formas sufre el ser humano!

No pocas veces, el sufrimiento nos lleva, explicablemente, a una rebeldía, a un cuestionamiento al modo de actuar de Dios y a exigirle que solucione o modifique nuestra situación. ¡Es tan difícil descubrir el sentido del sufrimiento humano! ¿Por qué a mí? ¿Dónde está Dios? ¿De qué sirve la oración? El sufrimiento humano tiene tantas vertientes. ¡Y nosotros no sabemos qué quiere Dios con ello! Job no sabe que el objeto de una apuesta entre Dios y Satán. Y los que no han aceptado el don de la fe, ¿qué esperanza les resta? “Con estos mismos ojos veré a Dios”, dice Job en medio del torbellino. Dios no teme nuestras preguntas y rebeldías. Pero en los momentos de depresión y abatimiento podemos mirar a hombres y mujeres que, en medio de los sufrimientos más atroces e injustos, cuando la muerte se desarrolla a escala industrial y el sufrimiento se aplica con los métodos científicos más sofisticados, han encontrado misteriosamente el “camino” en medio de la noche más oscura de la existencia. Frankl, E. Stein, A. Frank, Etty Hillesum, entre miles y miles que descubrieron la ‘felicidad inadvertida’ en los perores momentos posibles.

Desde 08 1942 hasta 09 1943, Etty se ofreció como voluntaria para trabajar como asistente y enfermera en el campo de concentración de Westerbork, Holanda. Se solidariza con los de su pueblo ante la orden de exterminio y comienza un camino de “interiorización” que expresa con gran profundidad en sus diarios. El sufrimiento es, muchas veces, el camino hacia la vida que nos lleva al fondo de nosotros mismos, momentos difíciles de soledad y abandono, de impotencia. Es reflejo de la soledad de Cristo en la cruz.

Arreciaron la persecución y las deportaciones de judíos; y, en 1943, Etty llegó a la conclusión de que la prisión era inevitable y se negó a aceptar los escondites que se le ofrecieron. Se entregó a las SS el 6 de junio de 1943, junto con sus padres y hermanos. La última parte del diario fue escrita después del primer mes en prisión en el campo de Westerbork.

La confianza que brota de su yo profundo la hace escribir: “Me siento simplemente muy triste, y entonces esta tristeza busca confirmación. No son nunca las circunstancias exteriores, es siempre el sentimiento interior –depresión, inseguridad, etc.– que da a estas circunstancias una apariencia triste o amenazante. En mi caso, funciona siempre del interior al exterior, nunca viceversa. A menudo las disposiciones más amenazadoras –y son muchas actualmente– van a quebrarse contra mi seguridad y confianza interior, y una vez resuelta dentro de mí, pierden mucho de su carga temerosa”.

“Las amenazas y el terror crecen día a día. Me cobijo en torno a la oración como un muro oscuro que ofrece reparo, me refugio en la oración como si fuera la celda de un convento; ni salgo, tan recogida, concentrada y fuerte estoy. Este retirarme en la celda cerrada de la oración, se vuelve para mí una realidad siempre más grande, y también un hecho siempre más objetivo. La concentración interna construye altos muros entre los cuales me reencuentro yo misma y mi totalidad, lejos de todas las distracciones. Y podré imaginarme un tiempo en el cual estaré arrodillada por días y días, hasta no sentir los muros alrededor, lo que me impedirá destruirme, perderme y arruinarme”.

En una de las cartas afirma: Jopie, Klaas, mis queridos amigos: Desde mi litera, que es la tercera en alto, quiero rápidamente desencadenar una verdadera orgía de cartas, dentro de pocos días tendremos un límite a toda nuestra correspondencia, yo me volveré oficialmente “residente en el campo” y podré mandar sólo una carta cada 2 semanas y deberé entregarla abierta. Y hay todavía algunas cosas de las cuales quiero hablar con Uds. ¿Es cierto que he escrito una carta tan desalentadora? Casi no llego a creerlo. Es cierto que hay momentos en que uno cree verdaderamente no poder seguir más adelante. Pero después siempre se va adelante, también esto se aprende con el tiempo; pero el paisaje que tenemos alrededor aparece de improviso mutado, el cielo se vuelve bajo y negro, nuestro modo de sentir la vida sufre grandes mutaciones y nuestro corazón se vuelve completamente gris y milenario. Pero no es siempre así. Un ser humano es una cosa bien singular. La miseria que reina aquí es verdaderamente indescriptible. En las grandes barracas se vive como topos en una cloaca”.

Este intercambio terminó con una tarjeta postal con fecha del 7 de septiembre de 1943, arrojada desde un camión para ganado, que describe la repentina inclusión de ella y su familia en ese transporte hacia Auschwitz, que salió con 987 reclusos, incluidos 170 niños. La postal se despide con estas palabras: «Me esperaréis, ¿verdad?». Así terminó esta joven mujer su vida, como Edith Stein, como millones de seres humanos sacrificados en aras de las ideologías, antes como ahora.

  1. XVI (13.0213), dijo de ella: “Pienso también en la figura de Etty Hillesum, una joven holandesa de origen judío que morirá en Auschwitz. Inicialmente lejos de Dios, le descubre mirando profundamente dentro de ella misma y escribe: «Un pozo muy profundo hay dentro de mí. Y Dios está en ese pozo. A veces me sucede alcanzarle; pero a menudo, piedra y arena le cubren: entonces Dios está sepultado. Es necesario que lo vuelva a desenterrar» (Diario, 97). En su vida dispersa e inquieta, encuentra a Dios precisamente en medio de la gran tragedia del siglo XX, la Shoah. Esta joven frágil e insatisfecha, transfigurada por la fe, se convierte en una mujer llena de amor y de paz interior, capaz de afirmar: «Vivo constantemente en intimidad con Dios».”

Tal testimonio de amor logra y dice más que todas las protestas muertas, que todo el activismo, contaminado con la violencia, que padecemos.

Pero ella descubrió que Dios necesita nuestra ayuda. “Corren malos tiempos, Dios mío. Esta noche me ocurrió algo por primera vez: estaba desvelada, con los ojos ardientes en la oscuridad, y veía imágenes del sufrimiento humano. Dios, te prometo una cosa: no haré que mis preocupaciones por el futuro pesen como un lastre en el día de hoy, aunque para eso se necesite cierta práctica… Te ayudaré, Dios mío, para que no me abandones, pero no puedo asegurarte nada por anticipado. Sólo una cosa es para mí cada vez más evidente: que tú no puedes ayudarnos, que debemos ayudarte a ti, y así nos ayudaremos a nosotros mismos. Es lo único que tiene importancia en estos tiempos, Dios: salvar un fragmento de ti en nosotros. Tal vez así podamos hacer algo por resucitarte en los corazones desolados de la gente. Sí, mi Señor, parece ser que tú tampoco puedes cambiar mucho las circunstancias; al fin y al cabo, pertenecen a esta vida…Y con cada latido del corazón tengo más claro que tú no nos puedes ayudar, sino que debemos ayudarte nosotros a ti y que tenemos que defender hasta el final el lugar que ocupas en nuestro interior…Mantendré en un futuro próximo muchísimas más conversaciones contigo y de esta manera impediré que huyas de mí. Tú también vivirás pobres tiempos en mí, Señor, en los que no estarás alimentado por mi confianza. Pero, créeme, seguiré trabajando por ti y te seré fiel y no te echaré de mi interior” (12.07.1942).

Próxima su muerte, sin ella saberlo, escribía: ““Esta tarde estaba descansando en mi camastro y he tenido el impulso repentino de escribir en mi diario el fragmento que te incluyo: “Tú que me diste tanto, Dios mío, permíteme también dar a manos llenas. Mi vida se ha convertido en un diálogo ininterrumpido contigo, en una larga conversación. Cuando estoy en algún rincón del campamento, con los pies en la tierra y los ojos apuntando al cielo, siento el rostro anegado en lágrimas, única salida de la intensa emoción y de la gratitud. A veces, por la noche, tendida en el lecho y en paz contigo, también me embargan las lágrimas de gratitud, que constituyen mi plegaria”. (18.08. 1943).

El milagro está en ser bendecido con la virtud de la esperanza; la confianza en ese Dios que en su Hijo querido ha superado el mal y la muerte. Somos seres de esperanza. Un ser desesperado es el que ha descendido a lo mas bajo en la escala del sufrimiento, el que no tiene futuro y no quiere seguir viviendo. El hoy es intolerable cuando no se puede esperar nada del mañana. Un hombre desesperado es un ser que no tiene ya con qué orientar su existencia.

“Cristo ha abierto las puertas del futuro”. (B. XVI).