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Los padres siempre inciden en el desarrollo moral de sus hijos, para bien o para mal. Por consiguiente, lo más adecuado es que acepten esta función inevitable y la realicen de un modo consciente, entusiasta, razonable y apropiado.

¿Dónde están los hijos? La familia no puede renunciar a ser lugar de sostén, de acompañamiento, de guía, aunque deba reinventar sus métodos y encontrar nuevos caminos. Necesita plantearse a qué quiere exponer a sus hijos. Para ello, no debe dejar de preguntarse quiénes se ocupan de darles diversión y entretenimiento, quiénes entran en sus habitaciones a través de las pantallas, a quiénes los entregan para que los guíen en su tiempo libre. Sólo los momentos que pasamos con ellos, hablando con sencillez y cariño de las cosas importantes, y las posibilidades sanas que creamos para que ellos ocupen su tiempo, permitirán evitar una nociva invasión. Siempre hace falta una vigilancia. El abandono nunca es sano. Los padres deben orientar y prevenir a los niños y adolescentes para que sepan enfrentar situaciones donde pueda haber riesgos, por ejemplo, de agresiones, de abuso o de drogadicción. (Papa Francisco). Y, ¿quién lo va a negar?

 

Solo que existe una pregunta previa: Y, ¿Cuando no hay familia? ¿Cuando no hay familia, y la vida sigue multiplicándose como simple fatalidad biológica? ‘Existen unos 10 mil niños inmersos en las peleas ‘legales’ de los padres’, según nota de El Diario. ‘Su condición, (del niño), emocional depende de la madurez con que los padres manejen sus sentimientos ante la separación’, añade. Solo que desde que se entra en ese pleito, todos los sistemas de control emocional explotan. (‘Una mujer en aparente estado de ebriedad, con su hijo de dos años a bordo, estrelló su camioneta contra la casa de su exesposo…’). El efecto en los niños: depresión, ansiedad, pesadillas, retraimiento, agresividad, se orinan en la cama, defecan en la ropa; el trastorno social es igualmente devastador. A estos ‘10 mil’ agregue los simplemente abandonados, los que quedan a cargo de la madre, solos y expuestos, todos aquellos que no están en litigio, simplemente al ‘ay se va’. Usados, incluso, como chantaje y venganza, como moneda de cambio ¡Qué triste un hijo en litigio! No se ha hecho el acertado diagnóstico del problema de la violencia, es decir, su relación con el desastre familiar.

La primera función de la familia, la que se desprende más inmediatamente de su mismo ser, es más, se confunde con él, es la función educadora. La familia se transmite a sí misma. Urge una metafísica de la familia, no para qué sirve, sino qué es. Esta misión ha sido valorada particularmente por Hegel: “El matrimonio, y especialmente la monogamia, es uno de los principios absolutos en lo que se basa la moralidad de una colectividad. Esta es la razón por la que la institución del matrimonio aparece como uno de los episodios de la fundación de los Estados por los héroes o los dioses”. (Principios de Filosofía del Derecho). Y en “Lecciones de la filosofía de la historia”, escribe: “El Estado debe tener el mayor respeto por la piedad filial; gracias a ella cuenta entre los suyos con unos individuos morales en sí mismos y que aportan al Estado una base sólida, sabiendo sentirse unos en el conjunto”. Es gente la que está matando y muriendo.

Lo sucedido en el K. 33 es perturbación y presagio. ‘Termina convivio en masacre’. Se eleva a 4 el número de víctimas y ‘quedan once niños en la orfandad’. Esto es estremecedor y terrible y hace palidecer el discurso político y cuestiona la eficiencia del mensaje religioso. El discurso político parece residir es sus programadas opciones de interés, no sabe mirar pa’bajo, donde residen la pobreza, la ansiedad, la impotencia y la rabia que se acumula. ‘Consterna asesinato con saña de adultos mayores’. ‘Ejecutan a exfuncionario municipal’, a balazos; queda viuda y huérfanos.

Ello debería volvernos a la realidad. Juárez ofrece sucesos dignos de las páginas más negras del crimen. Y es que ‘la familia no puede renunciar a ser lugar de sostén, de acompañamiento, de guía, aunque deba reinventar sus métodos y encontrar nuevos caminos. La familia es el santuario de la vida. Sin familia no hay sociedad. Pero, ¿a qué llamamos, hoy, espos@? ¿A qué llamamos familia? Es obvio que la familia está bajo un fuego concentrado. Y por ello, la iglesia católica.

Tal vez lo del K. 33 nos parezca lejano e irreal a quienes tenemos la fortuna de acceder, tranquilos, a una página editorial; como si dijéramos: eso no me toca a mí. Cierto, estamos bajo la lógica de esto no sucede mientras no me suceda a mí. Y. Sierra, en su columna, afirma lo que ya sabemos: ‘México sigue rompiendo records… 2016 fue, con 23,953 asesinatos, el año más violento en lo que va del sexenio’, cifra que con dificultad igualan los países en guerra.

  1. Navalón, en su editorial, (el País), define a México como un estado fallido; “Cuando un estado lleva a sus ciudadanos a una tesitura de matar o morir, es un estado fallido. Hemos batido en los últimos meses el record de violencia de hace 20 años. La violencia se ha desbordado…” Ya no es cuestión de cárteles, matar se ha hecho algo fácil; el estado mueve sus policías y al ejército de Estado en Estado y sigue corriendo la sangre. Nadie nos sentimos seguros, y un estado que no brinda seguridad a sus ciudadanos, es un estado fallido. Y con la nueva reforma legal miles de peligrosos delincuentes pueden quedar libres.

La violencia toma formas de especial gravedad cuando incide en el campo familiar. Decía un sociólogo español: imaginémonos que, por arte de magia solucionáramos el problema familiar; solucionaríamos, entonces, tal vez, el 80% de los problemas sociales. En la masacre de K.33, añade el Diario, ‘Todo pasó frente a los niños’. Y añade ‘Alcohol, primer detonante del problema’. “Los vicios de una y otra parte, hombre o mujer, son los detonantes de la violencia”. (Secretario de SPM).

Vivimos momentos de ‘opacidad cultural’; una especie de hora cero, cuando la realidad se desperfila. ¡Y tan lejos de Dios! En definitiva, ni los padres saben cuál debe ser su cargo ni tampoco las madres su cargo y su carga. Unos y otros, hijos incluidos, improvisan esfuerzos y silencios, ensayan uniones y desuniones en un medio donde ni la sangre que corre por las venas ni el apellido que marca el linaje son elementos clave. No es pues que la familia se encuentre en crisis, se trata más bien de no encontrarse al margen de la funcionalidad de comer y dormir y fornicar. Lo que está en crisis, realmente, es el hombre, la naturaleza natural del hombre; la revolución de hoy es la del hombre contra su sí mismo, contra su naturaleza.

¿El amor? Nunca como ahora los chicos han encontrado más abrigo en lo horizontal, a ras de tierra, con sus pandillas, sus amigos, sus twitters. Y por algo será. El apego familiar no es desdeñable, pero tampoco ha de tomarse como el aglutinante crucial. Así como los alumnos menosprecian a los profesores que enseñan, en forma y contenido, materias ajenas a su curiosidad, los hijos ven desacreditarse a los padres despistados, descolocados o en trabajos sin demasiado interés.

Cierto autor ha escrito: “La familia claro está, hace tiempo que es polvo de biblioteca, pero la otra gran familia santa, la sagrada familia de la Iglesia católica, esa que desvela todavía al Papa y se halla permanentemente amenazada, también se ha ido deshaciendo a pesar de los rezos. Y ha ido desintegrándose (desacralizándose) porque los padres y las madres se reúnen como fragmentos amorosos tras roturas o divorcios de otra relación, restos de naufragios afectivos a la deriva. La pérdida del viejo «pegamento sagrado» sería de por sí la causa de una libertad que aun manteniendo unido con su pegamento al grupo nunca lo cicatrizaría de verdad”.   Aquí hay algo de dolorosa realidad.

Viviendo, pues, en un mundo así, bajo las presiones derivadas sobre todo de los medios, los creyentes no siempre han sabido ni saben mantenerse inmunes ante el oscurecimiento de los valores fundamentales, y colocarse como conciencia crítica de esa cultura familiar y como sujetos activos de la construcción de un auténtico humanismo familiar. En este caso, las corrientes de pensamiento que se amoldan a nuestro capricho, unidas a nuestra mediocridad, prenden con suma facilidad; luego viene un forzado razonamiento lógico de justificación. En el fondo se trata de una debilidad.

Lo que queda es lo que vemos en nuestro ambiente: ««La ‘sagrada familia’ ha ido desacralizándose: el amor es democrático, el sexo es divertido, la boda es un juguete, capricho y vacilada; los hijos, una fórmula; los padres, un mecano. ¿Y la comunicación familiar?».

«El futuro de la civilización pasa por la familia» (JPII)