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La neurosis del optimismo convierte a los pesimistas en traidores, afirma la escritora brasileira Eliane Brum en un ensayo estupendo sobre el desastre ecológico y el más grave, aun: la inconciencia nuestra. Lo que dice al respecto es aplicable a nuestra encrucijada electoral.

Todavía hay otra barrera que impide que las personas despierten, afirma. Y esta puede ser la más difícil de vencer. Ahora que el cambio climático se convierte en el mayor desafío, encontramos un tipo de humano que ha sido moldeado por la industria del entretenimiento. Hombres y mujeres se han convertido en adultos infantilizados esperando que les digan qué sucede, qué pensar y cómo reaccionar, y qué tienen que consumir cada vez, desde productos materiales a conceptos. En esta clave entra la actual neurosis del “optimismo”, que hace que los “pesimistas” se conviertan en una especie de traidores que no quieren que el mundo mejore. Un pensador norteamericano decía: cada día consultan a 1000 gentes para decir qué debemos desayunar los restantes millones de americanos.

Los adultos de esta época traen una mentalidad del siglo XX y están criando a sus hijos con una mentalidad del siglo XX. Y ello nos impide enfrentar con lucidez el momento actual. Todavía con la convicción de que bastan obras y tecnología para que todo se resuelva, con una creencia absoluta en la potencia humana. No se dan cuenta de que ese “todo se puede” ha alterado la Tierra. Tanto, que científicos respetados definen que esta era geológica ha de llamarse Antropoceno, o período en que la especie humana se convirtió en una fuerza capaz de deformar el paisaje global. La distinguida escritora no negará que detrás del desastre ecológico también está la política. Pregúntele a Trump. B. XVI denunció en pocas palabras esta actitud depredadora: “la norma parece ser: se puede, lo hacemos”. Las consecuencias de todo tipo salen sobrando. Se puede perforar en los casquetes polares para extraer petróleo, lo hacemos y punto. El desastre es irreversible.

Se inclina uno, pues, a pensar que los tiempos que vivimos reflejan una crisis profunda que en el fondo es una crisis de sabiduría en el estricto sentido bíblico: el arte del discernimiento. La súplica que el joven rey Salomón hace a Dios la noche previa a su entronización es valedera para siempre: «concédeme la sabiduría para saber distinguir el bien del mal»; si no se sabe distinguir el bien del mal, sencillamente, se está perdido.  No lo que me conviene o no, si me da más o menos, sino si es bueno o malo, verdad o mentira, si favorece la vida o lleva a la muerte. Tal es la disyuntiva radical del hombre.

Tal actitud de discernimiento es, en este momento, para nosotros, tarea perentoria. Luego del vodevil llamado 2º debate donde no vi claro si la moderadora era también candidata, el pesimismo puede hacer presa del ánimo nacional.  El optimismo es reserva de los dioses, a los mortales les han sido asignadas más horas, y días y sexenios de dolor, miseria e incertidumbre.  Bordeamos las fronteras del pesimismo.

Si la instancia correspondiente me hubiese permitido participar en el vodevil, hubiera propuesto a los pretendientes esta consideración: ‘América Latina está bajo amenaza. El motivo es que la economía internacional asiste a un acelerado cambio de clima que afecta, sobre todo, a los mercados emergentes. El reflujo financiero …está castigando a todas las monedas de la región, podría indicar el fin de un ciclo. Afloran, entonces, fragilidades que estaban disimuladas. Cuando está alta la marea, todos nadan a gusto, también los que no traen calzones (de baño); pero como dice mi amigo Warren Buffet: cuando baja la marea se advierte quiénes eran los que nadaban desnudos. O sea, cuáles economías eran sólidas y cuáles nadaban sin clazones (de baño), de muertito, pues.

El principal factor de esta mutación fue el fortalecimiento del dólar por la expectativa de una subida en la tasa de interés que fija la Reserva Federal. Ahora se agregó otro motivo: el debilitamiento del euro. La instalación de un gobierno antieuropeo en Roma se ha convertido en otra fuente de incertidumbre. Agregue que Trump añade un arancel duro a la contaminante industria del automóvil.’ ¿Qué proponen ustedes ante esta situación?

Bueno, las respuestas ya las adivinó usted: vamos a cortar manos; arriesgándonos a que México se convirtiera en el país de los mancos; todo se debe a la mafia del poder, hay que acabar con la corrupción; tal vez otro diría que hay que crear un tratado comercial en la costa “Este” con Canadá, EE.UU,  México y China. (Sería más fácil por la costa “Oeste”. Conocimientos de geografía no necesarios para ser presidente).  Estamos en las fronteras del pesimismo.

Entonces la sabiduría misma puede entrar en crisis. En la Escritura hay un libro de especial intensidad que refleja el drama existencial más profundo del hombre: un pesimismo amargo, casi derrotismo: Qohelet (Eclesiastés) En la mente tormentosa de este autor, rebelde sin violencia, contestatario sin arrogancia, la sabiduría entra en conflicto consigo mismo y de un modo entrañable, apasionado, si pudiéramos hablar de pasión fría.

Qohelet quiere comprender el sentido de la vida, da vueltas en torno a ella, “El viento camina al sur, gira al norte, gira y gira, va dando vueltas y vuelve a girar”. (1,6), y se estrella siempre en el muro de la muerte que le lleva a acuñar la frase que le ha hecho inmortal y con la que comienza sus reflexiones: ¡«Vanidad de vanidades!; vanidad de vanidades y todo  vanidad». (1,2).  Vanidad es lo que carece de consistencia, aquello que es vano, a la manera de una nuez que partimos y no encontramos corazón sino podredumbre y polvo.

En algunos momentos le parece que la muerte aniquila por adelantado todos los valores de la vida y comenta con ironía amarga, desoladamente: «los vivos saben que han de morir, los muertos no saben nada»; otras veces, con más lucidez, comprende que la muerte relativiza simplemente los valores de la vida. Pero al mismo tiempo, la muerte exige, impone, el aprovechamiento de la vida no para realizar obras inmortales que, si sobreviven al autor de nada aprovechan al muerto, sino para acertar con el ritmo menudo y humilde de la tarea y disfrute cotidiano. He aquí un fragmento (cap.2):

«Me dije: “vamos a ensayar con la alegría y a gozar de placeres”; y también resultó vanidad. A la risa dije “locura”, y a la alegría, “¿qué consigues?” Exploré atentamente, guiado por mi mente con destreza: traté mi cuerpo con vino, me di a la frivolidad, para averiguar cómo el hombre bajo el cielo podrá disfrutar los días contados de su vida.

¿Qué hará el hombre que suceda al rey sino lo que otros han hecho?.

Me puse a examinar la sabiduría, la locura y necedad, y observé que la sabiduría es más provechosa que la necedad, como la luz aprovecha más que las tinieblas. El sabio lleva los ojos en la cara, el necio camina en tinieblas. Pero comprendí que una suerte común les toca a todos, y me dije: “La suerte del necio será mi suerte, ¿para qué fui sabio?, ¿qué saqué en limpio?”; y pensé para mí: «También esto es vanidad.» Pues nadie se acordará jamás del necio ni tampoco del sabio, ya que en los años venideros todo se olvidará. ¡Ay, que ha de morir el sabio como el necio!

Y así, aborrecí la vida, pues encontré malo todo lo que se hace bajo el sol; que todo es vanidad y caza de viento. Y aborrecí lo que hice con tanta fatiga bajo el sol, pues se lo tengo que dejar a un sucesor, ¿y quién sabe si será sabio o necio? Él heredará lo que me costó tanto esfuerzo y habilidad bajo el sol. También esto es vanidad.

Y concluí por desengañarme de todo el trabajo que me fatigó bajo el sol. Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave desgracia. Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente y lo asaltan los temores. También esto es vanidad.

El único bien del hombre es comer y beber y disfrutar del producto de su trabajo; y aun esto he visto que es don de Dios. Pues ¿quién come y goza sin su permiso? Al hombre que le agrada le da sabiduría y ciencia y alegría; al pecador le da como tarea juntar y acumular, para dárselo a quien agrada a Dios. También esto es vanidad y caza de viento.

Anda, come con alegría tu pan y bebe de buen grado tu vino que Dios está ya contento con tus obras.  Vive tu vida con la mujer que amas todo el espacio de tu vana existencia que se te ha dado bajo el sol». (9,7-9). O, bien:

Traten otros del gobierno

del mundo y sus monarquías,

mientras gobiernan mis días

mantequillas y pan tierno;

y las mañanas de invierno

naranjada y aguardiente,

y ríase la gente. (Góngora)