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Piensa, hijo mío, tal vez sea verdad” Rabbí Levi Jizchak

André Malraux. célebre político y escritor francés, nacido con el s. XX, afirmó en cierta ocasión: «En el siglo XXI, la humanidad será mística (cristiana) o no será». Me atengo a esta versión reportada por Jean Guitton. La otra versión es “El siglo XXI será el siglo de las religiones o no lo será”. En la versión de Guitton es la humanidad la que está en juego, en la segunda es el siglo; en una es la mística cristiana en la otra la religión. Guitton estaba más cerca de Malraux. En todo caso, Malraux no sentía la necesidad de aclarar los conceptos pues vivía en un clima de cristiandad, aunque él no lo fuera. Esto pareciera contradecir, no solo al ateísmo, al profetizado fin de las religiones o al agnosticismo, sino también a ciertas corrientes que se generaron dentro del catolicismo en los últimos 40 años del s. XX. 

Existe una pequeña obra llamada “La Respuesta de los Teólogos”, (Teologen antwoorden.1970). A seis de los más grandes teólogos del siglo XX se les pidió identificar cinco de grandes retos de la Iglesia en el mundo moderno. Comparto la opinión de dos de ellos: Jean Daniélou y Karl Rahner, ambos jesuitas.

Para Daniélou el tema más importante, y que parece además tener una importancia decisiva, es la crisis de la religión, lo que se conoce como “secularismo”.  Cree que ésta es la cuestión principal, ya que se refiere no sólo a la Iglesia, sino de una manera más general al lugar de la religión en la trama de una civilización técnica, problema que, según él, es innegablemente muy grave. Una cultura en la que ya no hay lugar para Dios, para la iglesia; una especie de transferencia de poderes.  

Según este autor nos enfrentamos con una especie de crisis de la vida religiosa en la sociedad de hoy en su totalidad.  Nos encontramos con el espíritu científico que tiende a sustituir las explicaciones de carácter sobrenatural por otras racionales y, al mismo tiempo con una sociedad urbana que rompe las barreras tradicionales dentro de las cuales la vida religiosa se había expresado tradicionalmente. Algunos pensadores consideran esta situación no como expresión de una crisis pasajera, sino como un movimiento irreversible; en otros términos, que hemos llegado al momento «del fin de la religión»; la muerte de Dios ya estaba decretada; el problema que enfrenta el cristiano es el de saber qué sucederá con el cristianismo en un mundo en el que toda vida religiosa ha dejado de existir. Tal situación es percibida por el teólogo francés como un reto, en concreto, para el cristianismo. Lo dicho no significa que él comparta esa visión; pero se trata de un diagnóstico atinado; cita con gusto a un alcalde de la ciudad de Florencia que solía decir: «la verdadera ciudad es aquella en la que los hombres tienen su casa y Dios tiene su casa», para indicar con ello que la expresión visible de la dimensión de la adoración dentro de la ciudad es constitutivo de una ciudad verdaderamente humana.

De tal manera, que uno de los mayores peligros que afronta el cristianismo y la humanidad, según Daniéleu, y que la Iglesia debe enfrentar, es la disminución de la sensibilidad ante lo sagrado, el lugar de Dios en la experiencia humana. 

No perdamos de vista que son teólogos europeos. Pero hay que oír lo que ha escrito el arzobispo de Manilas- Bruselas, J. de Kasel: “Fe y religión” (2021) en el que avala lo que veía Daniéleu. Bélgica, su país, vive una creciente secularización irreversible; país que era un referente católico, como Francia, ahora está marcado por la multiculturalidad y un pluralismo religioso y convencional que se traduce, a fin de cuentas, en el abandono de la práctica religiosa. En indiferencia.  

K. Rahner va más a fondo, se sitúa mejor ante el problema: “Creo que las cuestiones decisivas para hoy y para el futuro son: primero: el problema de Dios, el Dios vivo, su existencia, frente a un ateísmo que puede ser militante y hasta formalmente institucionalizado como organización, o – cosa más grave aún- frente a un ateísmo que no se cuestiona más a sí mismo, que pasa sin inmutarse por encima del problema de Dios, como algo que naturalmente se sobreentiende.  Este es, creo yo, el primero y más importante problema que debe preocupar hoy a la Iglesia”.  Añadía: “Si Dios es borrado del mundo a grado tal que su imagen sea cancelada de la mente humana, dejaremos de ser humanos y nos convertiríamos en animales muy astutos, muy hábiles; y nuestro destino sería demasiado horrible para contemplarlo”. Para efectos reales ¿no habremos llegado a este punto. ¿No será ese vacío de Dios lo que ha hecho posible, hoy, la pederastia como un fenómeno cultural, un déficit antropológico generalizado y especialmente doloroso en la iglesia? Cuando se oscurece el sentido de Dios, se oscurece el sentido del hombre. El hielo sobre el que caminamos es cada vez más delgado, profetizaba Nietzsche.

Las preguntas decisivas, ¿nos las planteamos todavía? ¿Hay en mi existencia única, concreta un Dios misericordioso; la oración, el culto, el sacramento, la esperanza de la vida eterna para mí? Todo esto sigue siendo hoy un problema central. La situación actual lo ha vuelto a poner sobre el tapete. Las cuestiones que siempre tuvo que enfrentar la Iglesia, se le plantean hoy en una nueva situación, concluye Rahner. B.XVI dice que hemos aprendido a vivir si ilusión, sin esperanza, sin Dios. Tal es problema que vivimos.

El teólogo luterano, Heinz Zahrnt, ha escrito con acierto que “no se trata de la Iglesia, se trata de algo más: Dios está en juego. Nos encontramos hoy en una crisis teológica de valor de insospechadas dimensiones. Todas las grandes palabras, imágenes y conceptos de la Biblia que, la iglesia, sigue manejando con la mayor naturalidad, hoy como ayer, han llegado a ser papel moneda, que para la mayor parte de los contemporáneos no está cubierto por la correspondiente experiencia. Y muchos cristianos y teólogos, tanto párrocos como profesores, se sientan sobre un gran montón de semejante papel moneda, y se resisten a conceder la más mínima pérdida de valor.

Cita a T. de Chardin, sj.: “sin duda, por algún motivo oscuro en nuestro tiempo algo hay que ya no marcha entre el hombre y Dios, tal como se le presenta Dios al hombre actual … de ahí que se dé en todas partes en nuestro derredor esa impresión atormentadora, espantable de un ateísmo irresistiblemente creciente”.

Así ha terminado el buen tiempo para la Iglesia y el viento la azota nuevamente de frente. Desde hace algún tiempo se da en un frente amplio una creciente animosidad contra la Iglesia como si de repente estallara un embalse retenido de agresiones reprimidas, concluye Zahrnt. Y se trata de un teólogo luterano. El más grande enemigo del cristianismo no es el ateísmo. Este se ve, se toca. El enemigo invisible es la indiferencia.

Sin embargo, el hombre no puede prescindir de la dimensión religiosa en su vida. Esto no es fácil explicarlo. Lo que en todo caso me parece imposible es imaginar cómo podría funcionar el espíritu humano sin la convicción de que existe algo irreductiblemente real en el mundo. Es imposible imaginar cómo podría aparecer la conciencia sin conferir una significación a los impulsos y a las experiencias del hombre.  Mediante la experiencia de lo sagrado, el espíritu ha captado la diferencia entre lo que se revela como real, potente y significativo y lo que carece de estas cualidades, es decir, el flujo caótico y peligroso de las cosas, sus apariciones y desapariciones fortuitas y carentes de sentido.  La experiencia de lo religioso, lo sagrado es inherente al modo de ser del hombre en el mundo. 

De aquí nace la necesidad de una purificación siempre renovada de la religión, y a esto ayuda no poco la reflexión del ateo y de los ateos que creen que no creen. Pero es ceguera rechazar a Dios a causa de las deformaciones humanas o a la religión por el abuso que de ella hacen los hombres.  Hay que distinguir muy bien entre fe y religión. 

«La Iglesia atraviesa una crisis terrible. Pero la crisis es su condición existencial. Dios lo quiere así. La Iglesia estaba en crisis ya cuando Juan escribía el Apocalipsis. Pero aun cuando en el mundo quedase un solo cristiano, la Iglesia viviría con él. La nuestra es la edad de la degradación. Nosotros hoy estamos, a la manera del arco que se tensa para disparar, tensados hacia atrás. Pero estamos en la vigilia de grandes cambios. El próximo siglo será la era de la nueva evangelización, y la luz volverá a iluminar la Iglesia. Pero mis ojos no tendrán tiempo de verlo.

En el siglo XXI, la humanidad será mística (cristiana) o no será. Al parecer tenía razón y hay dos alternativas: hundirnos completamente o comenzar de nuevo cuando topemos el fondo del abismo. Estamos en un período realmente dramático de la historia de la humanidad. Así pienso». (Jean Guitton).