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¿Cómo no relacionar
el sufrimiento y la
política?
J.M. Mardones.

Otros hablan de “vaciamiento”, que es como decir: no tiene ya qué ofrecer. Hay enojo y decepción. Muchos de los males de nuestro tiempo hunden sus raíces en decisiones políticas. Inseguridad y ansiedad en los espíritus. “El agotamiento del debate político ha traído furia y ha traído odio”. (G. Lipovetsky).

La política se preocupa por organizar la vida común de los seres humanos, vida buena presidida por la libertad, la justicia.   Pero, ciertamente, se tiene la sensación de que la política se orienta más hacia un interés de índole personal o de grupo y que los gravísimos desequilibrios mundiales reflejan el deterioro del quehacer político. Las gravísimas injusticias de nuestro mundo desvelan el fracaso de la política, porque su razón de ser es evitar que el pez grande se coma al chico. Tales contrastes revelan la enfermedad global: ambos lados están enfermos. Individualismo y frustración son el resultado. Se genera, así, una sociedad compleja, insolidaria, plural.

Con el triunfo del individualismo se destruyen vínculos sobre los que descansa el yo social:  cuando más necesitamos el fortalecimiento de los vínculos sociales, más constatamos su debilidad; mientras más necesitamos de la unidad del ser familiar, más descubrimos su disfunción  y su ruptura; cuanto más precisamos de una liga contra las injusticias de este mundo, contra la pobreza y la violencia, las pandemias, la enfermedad y la muerte que aplastan a millones, más nos desentendemos de la justicia social. Esta flagrante realidad cuestiona gravemente el quehacer de la política. Y las autojustificaciones resultan ridículas.

¿Qué diferencia hay, en definitiva, fuera de las personales, entre un partido y otro? ¿Cuál es la novedad y la diferencia entre las propuestas de unos y otros? ¿Qué la izquierda o qué la derecha?, solo nombres convencionales. Salvo desplantes personales, ¿cuál es la diferencia entre los últimos presidentes de México? Ya no hay casi nada que subsista al margen del ridículo y el desatino. Por esta vía se llega a la cómica situación de algún político mexicano que se declaró «extremo-centro». Lo mismo, siempre será un error quedar fuera del presupuesto. Las izquierdas latinoamericanas son percibidas por los analistas como un desesperado viaje por el túnel del tiempo. La tentación, en este momento de baja ideológica, – tal es el problema real -, es que la política haga uso de maniobras de distracción y diferenciación prácticamente inexistentes. Se trata de lo que J. C. Guillebaud  ha denominado «nuevo maniqueísmo» y que consiste en resaltar en exceso las pequeñas diferencias cuando ya no hay casi diferencias; poner las diferencias, curiosamente, en un pasado que ya no es el nuestro y apelar a la antítesis irreal y evasiva del  «antes y el ahora», con lo cual no se soluciona nada; centrar las cuestiones en puntos coyunturales que se sobredimensionan y magnifican para que se note el progresismo de unos y la visión equivocada de los otros. Se trata de un simple subterfugio para ocultar el vaciamiento de la política. Entonces la política se esconde tras la materialidad de la obra que, incluso, ni llega a realizarse.  El prometido estado del bienestar es solo un señuelo.

Con la caída del Muro de Berlín cayeron también las grandes visiones e ideologías, las grandes palabras. ¿Acaso el pragmatismo democrático dominante no significa el vaciamiento funcional de la democracia?  Y ese pragmatismo se ve reflejado hasta el ridículo. Por ello, la mirada de los grandes analistas se dirige a la sociedad misma vista en su estado y escala de valores. Vista en su “desnudez espiritual”, (Camus).

He leído una entrevista hecha al pensador y escritor francés Gilles Lipovetsky, (El País. 31.01.20), una entrevista-ensayo, de esas “que han de leerse de pie”, como gustaba decir don JV. Su obra escrita amplísima se ha ocupado especialmente de nuestra sociedad hipermoderna; de Las estrategias de la seducción, la industria del lujo, la moda y lo efímero, el feminismo, el desencanto ante la política y la dictadura de las pantallas, etc. etc. el título de sus obras definen su filosofía, libros/cirugía, sobre la sociedad actual como La era del vacío, La felicidad paradójica, El imperio de lo efímero o La sociedad de la decepción, etc.

¿Está en peligro la democracia?, le preguntan. (De entrada, diré que el entrevistado es europeo; no es lo mismo ser socialista en los países nórdicos que en Venezuela, (9,500% de inflación), de ahí que sus repuestas deban ser ajustadas). Y contesta: “No, no lo creo. Los partidos populistas no tienen el mismo ethos que los partidos comunistas, fascistas o nazis. En aquella época, esos partidos contaban con verdaderos batallones formados directamente para el asalto al poder. (Ahora, esos batallones son tuiteros y paleros del sistema, esto lo digo yo). En cambio, los populistas reivindican la democracia. (Lo dicho, en Europa). Les encantan los referendos de iniciativa popular, están a favor de que el pueblo se exprese contra las élites corruptas, etcétera. Podrás discutirles sus formas de actuación, pero no son antidemocráticos”.

¿Cuáles son, a su juicio, las razones que impulsan esa carga de odio en el discurso político de la que hablaba? “Viene de dos factores de fondo. Primero, una situación nueva de inseguridad generalizada frente a la cual no hay soluciones claras. Segundo, la gente ya no confía en los partidos tradicionales porque está descontenta desde hace tiempo por muchas cosas. La política ya no le ofrece esperanzas. El agotamiento del debate político ha traído furia y ha traído odio. Cuando fracasan las organizaciones de intermediación, (Aquí, la guerra soterrada a los organismos independientes), lo que queda es el individuo. Y sus reacciones inmediatas”.

Usted ya trató estas cuestiones en La era del vacío, un libro suyo de 1983. Eso es ser premonitorio… “Pero ahora me doy cuenta de que, más que vacío, se trata de inseguridad. La gente se siente insegura por todo. Globalización. Inseguridad urbana. Bolsonaro fue elegido en gran medida porque prometió que iba a acabar con la violencia en las calles de Brasil. Inseguridad identitaria. Inseguridad ante la inmigración. Inseguridad medioambiental. Inseguridad sanitaria y alimentaria. Vivimos en una cultura de la ansiedad”. Esa sociedad ansiolítica forma el electorado.

¿Qué soluciones propone? “Es que frente a esa ansiedad ya no tenemos ni ideologías ni soluciones políticas que ofrezcan alternativas reales. Y esto resulta explosivo. El Estado-providencia retrocede, los sistemas de protección social también, lo mismo las pensiones, crece el paro…, y no hay que exagerar, no vivimos peor que antes, al contrario, vivimos mejor, pero antes la política ofrecía una especie de sueño, de promesa, y hoy ya no hay promesas que valgan. Y claro, luego está el problema de las aspiraciones”. Entrar al tema de las aspiraciones, es entrar al mundo de la frustración. ¿No nos sentimos una sociedad frustrada?

Cuando se centra en la educación, dice: “La escuela pública no es un gasto, es una inversión de futuro. Hay que pagar bien a los profesores, y enseñar al alumno a respetarlos. Esto no lo digo yo, ¿eh?, ya lo dijo Platón. Si creemos que los ordenadores y las tabletas van a arreglar todos los problemas, estamos en un grave error. El profesor es imprescindible. Y hay que formar a los jóvenes de manera que sean más adaptables, con menos miedo a los cambios. Así habrá menos frustración. Y muy importante: hay que otorgar mucha más importancia al arte y a la cultura. ¡Si no, solo nos quedará el centro comercial! Reinan sin rival los mal llamados “saberes útiles”… Sin duda.

“Por ello urge poner mucha atención al tema de la cultura. Una sociedad cuyos ejes exclusivos son las pantallas, el trabajo y la protección social es una sociedad deprimente. Hay que invertir en educación. Y las posibilidades de inversión en temas educativos y culturales son infinitas”. Solo que, entre nosotros, el quehacer político se reduce a una lucha innoble por el poder y si para ello es necesario mantener la pobreza y la ignorancia, almacén de votos, bueno, pues adelante. Entonces, la política se vacía, se agota en felices ocurrencias. Moriremos en un individualismo egoísta y reductivo. A esta llaman los sociólogos el vaciamiento de la política. Se trata del resultado final del individualismo y de la mediatización de lo político.