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“A la escuela del

grande dolor”.

Nietzsche.

El bien no nos preocupa; es tan normal, tan obvio, tan ordinario que ni lo tomamos en cuenta. Solo el mal nos turba, llama la atención, induce a la reflexión. Tanto en los relatos bíblicos como en las teogonías griegas aparece ya la sospecha de que el caos, la violencia y la destrucción, la peste y la muerte, no solo son el origen de todas las cosas, sino que permanecen latentes en las sucesivas civilizaciones. Y tal pareciera que mientras más desarrollas más crueles se vuelven las civilizaciones.  ¿por qué existe el mal y dónde tiene su origen? “Investigar los fundamentos del mal tendría el mismo sentido que pretender ver la oscuridad”, decía S. Agustín, (De Civ. Dei. XII, 7).

¿Por qué el Reino de Dios no avanza? ¿Por qué la verdad, la justicia,  la paz y el amor parecen condenados al fracaso? ¿Por qué tantos obstáculos y tanta oposición? ¿por qué el mal progresa tanto? Prefiero la sencilla y clara respuesta de Jesús como la leemos en sus parábolas. ¡Cuántas veces Jesús se haría esa pregunta al ver el sufrimiento de los enfermos y excluidos y la ceguera de los poderosos! Y, sobre todo, sentir el rechazo y la oposición violenta y obstinada a su predicación. ¿Por qué Dios tolera el mal?

En cierta ocasión, Jesús propuso a los suyos una parábola sobre el tema con la parábola del trigo y la cizaña. (Mt. 13,24-30). Y las parábolas puede entenderlas un niño. Esta es la respuesta de Jesús.

El reino se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Dios solo tiene buena semilla. Pero la agricultura es siempre riesgosa, la amenazan muchos peligros que pueden hacerla fracasar. La semilla sembrada es buena. Vio Dios lo que había hecho y vio que era bueno.  Dios no puso ningún veneno mortal en las cosas; todo es bueno y querido por Dios; él sembró buena semilla, buen trigo. ¿Entonces?

Mientras los trabajadores dormían, un enemigo suyo sembró mala hierba en medio del trigo y se marchó. Luego, el reino tiene enemigos que gozan en hacer el mal, que siembran mala hierba donde el dueño ha sembrado buen trigo. Los trabajadores se van por lo fácil y acusan al dueño de no haber seleccionado la semilla. El dueño, no solo no les reprocha el que se hayan quedado dormidos, sino que, con serenidad, demuestra ser consciente del hecho; él sabe quién sembró la mala semilla, para él no hay sorpresa, no es cuestión de la semilla, ésta era buena; él sabe que tiene un enemigo que aparecerá siempre en forma de antidios, de antiproyecto; alguien que buscará siempre frustrar la siembra de Dios. Es algo con lo que el dueño cuenta sencillamente. El mal está ahí; no es obra de Dios. El reino tiene enemigos muy poderosos que aparecerán siempre. El desconcierto de los trabajadores contrasta con la serenidad del dueño.

El diablo es envidioso y asesino desde el principio. Y ante esto hay que estar atentos, pero tranquilos. El hombre puede convertirse en emisario suyo. Pablo dice que por el hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, el mal más grande. S. Basilio Magno, (330-379), escribe: “En esto consiste el pecado, en el uso desviado y contario a la voluntad de Dios de las facultades que él nos ha dado para practicar el bien”. Se trata del esquivo elemento de la libertad, el don más terrible que Dios nos dio, según Dostoievski. No hace falta recurrir al diablo, el mal reside en el drama de la libertad humana.

¿Qué vamos a hacer, entonces? La parábola está emparentada con el enigma. Es un lenguaje cifrado, una clave para entrar en ella. Los trabajadores quieren arrancar inmediatamente la cizaña. No entienden la política del reino.  Quieren meter la hoz revelando su ignorancia; pero el Dueño los calma; y es mejor seguir su política. «La clave es esta: El que Dios deja subsistir la cizaña, siembra de otro, al lado de su Reino, tal es el misterio, dentro de las miras de la comparación».

Se trata de una situación paradójica. Dios ha sembrado buen trigo. Y permite que urdan la intriga: han entrado en juego unas fuerzas que hacen peligrar la cosecha. Y esto origina un conflicto, – que está en el centro de la parábola -, representado por la actitud del dueño y la actitud de los trabajadores. ¡Cuántas cosas nos dice esta parábola! A nivel personal, y en nuestro trabajo, ¿no seremos como esos trabajadores, precipitados, ansiosos? ¿No habremos perdido la confianza en Dios intentando ser nosotros los que hagamos el discernimiento, el juicio, reservado solo a Dios? ¿No habremos perdido la confianza en la virtud de la semilla sembrada que a la postre es la Palabra de Dios? Esta denuncia es más actual que las noticias de mañana. El mal, en todas sus formas, subsiste, está ahí, dolorosamente presente. Peor aún, está dentro de nosotros, ahí anida y se conserva tibio en forma de rencor, de odio, de celos, de envidia, de avaricia. Sí, la cizaña también está dentro, muy dentro de nosotros. ¿Cómo es que queremos arrancarla?

Pero nos queda una pregunta: ¿qué tenemos que hacer con el mal?, ¿cómo debemos entenderlo y enfrentarlo, el que está dentro de nosotros y a nuestro derredor? Es necesario comprender el pensamiento de Dios y no querer imponer el nuestro. Será preciso que armonicemos dos actitudes que a primera vista parecen contradictorias: una «intransigencia radical» frente a una obra que no es la de Dios; y una «paciencia inquebrantable» para conservar nuestro optimismo. Clemente de Roma, el tercer papa, s. I., escribe: «No tengamos, pues, ninguna debilidad, ninguna complicidad con el mal: Si queremos servir a Dios y al mundo, será con perjuicio nuestro. ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? El mundo presente y el mundo futuro, el nuestro, son enemigos entre sí. El mundo presente recomienda el adulterio, la corrupción, la avaricia, el fraude, mientras que el mundo futuro renuncia a estos crímenes. No podemos, por tanto, ser amigos de los dos. Es preciso renunciar al primero y vivir del segundo. Creemos que es preferible odiar las cosas de este mundo, porque tienen muy poca importancia, son efímeras y caducas; y amar las otras cosas, las que no fenecen».

Segundo, hay que dejar siempre un lugar para la paciencia. Y hemos de estar sobre aviso para no acabar de hundir al hermano: porque puede suceder que el que hoy está corrompido mañana se arrepienta y se ponga a defender la verdad. San Pedro Crisólogo nos deja estas hermosas palabras: La cizaña de hoy puede cambiarse mañana en trigo; de esa manera el hereje de hoy será mañana uno de los fieles; el que hasta ahora se ha mostrado pecador, en adelante irá unido a los justos. Si no viniera la paciencia de Dios en ayuda de la cizaña, la Iglesia no tendría ni al evangelista Mateo – a quien hubo necesidad de coger entre los publicanos ni al apóstol Pablo al que fue preciso coger de entre los perseguidores”. Justino, Agustín, Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Claudel, Frossard o Ch. de Foucauld, todos ellos parecían cizaña y resultaron ser trigo estupendo. La parábola nos enseña a ver el mal desde Dios. De lo contrario, nos deprimimos.

Jesús mismo desmonta la parábola y la convierte en alegoría cuando la explica. Aunque la explicación venga de las comunidades más primitivas conserva su valor insuperable: “El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo, el mundo, la buena semilla son los ciudadanos del reino, la cizaña, los partidarios del maligno. El enemigo que la siembra es el diablo y los piscadores, los ángeles”.  Dios es incompatible con el mal. En su momento, habrá de aniquilarlo. Al pecador, le da tiempo. “Y así como recoge la cizaña y la queman al fuego, así sucederá al fin del mundo”.  La crisis-separación del bien y el mal, tendrán lugar solo al final de los tiempos. Dios es el único que puede hacer tal separación.

Así pues, el tiempo actual es el de la paciencia de Dios y el de nuestro arrepentimiento. Conservemos la cabeza lúcida en medio de los torbellinos pasajeros que debilitan la tierra, en medio de la alharaca de los noticieros, que se multiplican por millones, y que nos aturden y nos desorientan, en medio de tanta incertidumbre, en medio de la pandemia, del desempleo y la crisis económica.

Después de todo, si Dios nos llamara a cuentas esta noche, ¿quién estaría preparado?