[ A+ ] /[ A- ]

La vida de Jesús acaba de una manera trágica. La posibilidad de una muerte violenta estuvo siempre en su horizonte. Después de todo, los profetas no mueran en la cama. La muerte de Jesús en cruz no es la ilustración de un drama universal al estilo de la tragedia griega.  El héroe de la tragedia es la víctima de un destino ciego, de un “fatum”, fatalidad que lo arrastra, como a Edipo, presa de un destino impersonal, envuelto, sin culpa, en un sufrimiento indecible. Tampoco como el caso Sócrates que con su muerte defendía su inocencia y su justicia. Jesús no es una víctima de esta naturaleza; Jesús entra en el rodaje de la historia humana y sucumbe víctima de sus opciones, de sus palabras, de sus propuestas, de sus hechos. De su misión y cae víctima de la mediocridad, de la ambición y ceguera de sus enemigos y de la cobardía del poder civil.  

¿Hasta dónde era Jesús consciente de las consecuencias de sus hechos y dichos?, es una pregunta constante de los estudiosos contemporáneos. Todo parece indicar que Jesús contaba eventualmente con un fin violento. La muerte del Bautista fue un augurio lúgubre. Lucas lo hace decir: “Fíjense, subimos a Jerusalén, porque no está bien que un profeta muera fuera de Jerusalén.” (13,33). No era necesaria ninguna ciencia sobrenatural, bastaba una atenta observación de cuanto estaba acaeciendo a su derredor, para darse cuenta de lo que a él eventualmente le podía suceder. Él sabía que estaba en la mira. “Herodes te anda buscando para matarte”, le informan. “Vayan y díganle a ese zorro que expulsaré a los demonios de la gente, la sanaré hoy y mañana, y al tercer día terminaré mi trabajo”. (Lc.13.32), responde Jesús. Aquí se pinta por completo el drama y significado último de su vida y su muerte: liberar a la gente del poder de pecado y culminar su trabajo “al tercer día”. Sabe que un día el choque será inevitable. Pero su libertad es total; todo será en su momento: “Nadie me quita la vida, la doy porque quiero, tengo poder para darla y poder para volver a tomarla”. (Jn.10.18). 

Sabía que sus palabras y actitudes incomodaban y alarmaban sobremanera al establishment. Lo sabía. Había tocado lo que de más sagrado y venerable existía, lo que era retenido como mandato y palabra de Dios: culto, Ley, Templo, Sábado, religión, observancias, prescripciones, y había dicho que la ley es para el hombre, y no el hombre para la ley; había descalificado a los oficiales de la religión, del dinero y de la política revueltos. Todo lo había denunciado como abominable manipulación del pueblo humilde en nombre de Dios. En suma, concitó en su contra los estamentos del poder, de tal manera que el final no podía ser otro. No entenderlo así equivale a decir que Jesús fue un iluso, un ingenuo, un utópico. La pasión aparece de tal manera unida a la vida de Jesús que M. Kähler ha escrito: ‘Los evangelios son la narración de la pasión con una extensa introducción’. 

Pero es necesaria una advertencia fundamental: los relatos de la pasión se escribieron bajo la luz de la resurrección. Entonces, porque esos momentos difíciles, oscuros, marcados por la derrota, no fueron silenciados y se retuvieron solo los momentos del éxito y el impacto positivo que Jesús ejerció durante su vida pública. Y ahora su resurrección. Por lo general, los momentos de derrota se ocultan y se resaltan solo los momentos de éxito.  Esto revela la importancia de los relatos de la pasión como una catequesis fundamental para el cristianismo: Cristo murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación. (Rom.4,25). Tal es la verdad fundamental que ha de ser retenida. San Juan lo dice de forma concluyente: “Por eso existe el amor, no porque nosotros hayamos amado a Dios, sino porque Dios nos amó primero y nos envió a su hijo como expiación por nuestros pecados”. (IJn.3,10). Esto es conclusivo y define la naturaleza teológica de la muerte de Jesús. Murió por nuestros pecados y nos revela, así, el amor con que Dios nos ama. Eso es lo que significa que Dios entregó a su Hijo la muerte, por nosotros.  U. von Balthasar dice que cuando decimos que entregó a su Hijo, debemos tomarlo en serio. Balzac hace decir a uno de sus personajes: “Hasta que fui padre comprendí a Dios”. En la Cruz, Jesús es el hombre para los demás; es el lugar donde entrega su carne y derrama su sangre como comida y bebida y signo de una alianza nueva y eterna que ha de celebrarse siempre..  

En aquel entonces la situación política era tal, que un hombre como Jesús bien podía aparecer, tanto al poder religioso como al civil, como una amenaza a la seguridad pública. Así se comprende que se le haya implicado en un delito político; en el fondo, el verdadero delito de Jesús era religioso solo que para poder matarlo necesitaban la anuencia del poder político. Se le acusa de proclamarse “rey de los judíos”. Se le implicó en el juego político y murió por “razón de estado”. Caifás, hombre tenebroso y astuto, buen político, detentador del poder político y religioso, afirma ante los sacerdotes, fariseos y el consejo de gobierno en pleno, reunidos de noche para decidir la suerte de Jesús: «Ustedes no saben nada. No comprenden que conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que toda la nación perezca. Si lo dejamos vivo, vendrán los romanos y van a destruir el Templo y la nación». Y, desde entonces –añade Juan-, «decidieron asesinar a Jesús». Caifás dijo con los hechos: y no me vengan con ese cuento de que la ley es la ley. Pero el derecho de la pena de muerte estaba reservado al estado. Por ello, con suma habilidad se inventa un delito civil. Hay que saber usar el Derecho.

El proceso romano no tiene mayor importancia porque Jesús nunca conspiró contra el César, no tenía aspiraciones políticas, razón por la cual Pilato lo ve con sumo desprecio y busca por todos lo medios salvarlo; Lucas destaca mucho este punto. Además, tampoco él podía comprender las causales por las que exigían la muerte de Jesús. “¡Pues llévenselo ustedes, y júzguenlo según sus leyes!”, dice Pilato. “No nos está permitido dar muerte a nadie”, responden los judíos. Entonces, estos quieren matarlo e inventan un delito de estado. Ironía del evangelista. 

La razón última de su muerte la pone Juan en labios de los judíos enardecidos: “No te queremos matar por las obras que has hecho, sino porque tú, que no eres más que un hombre, te haces igual que Dios.” La turba grita ante el Procurador: “Nosotros tenemos una ley, y según esta ley debe morir, porque se ha proclamado hijo de Dios.” Jesús mismo proclama durante el juicio: “Verán a este hombre sentado a la derecha del Todopoderoso, y venir entre las nubes del cielo.” De esta manera, Jesús proclamaba su divinidad y pronunciaba su sentencia de muerte. Ya no había retorno. Ante el poder judío, la causa de la muerte fue la blasfemia; ante el tribunal romano, presidido por el acobardado Pilato, la causal fue: “Hemos comprobado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se pague tributo al César, y diciendo que él es el Mesías rey.” Todo era mentira. Los relatos de la Pasión son una catequesis sobre la divinidad de Jesús y el cumplimiento de la voluntad del Padre, una relectura del dato histórico. Sobre esto se ha escrito mucho.

Desde la no fe, la Pasión de Cristo también tiene un significado: “Este mensajero de la Buena Nueva murió como había vivido, según había «enseñado», no para rescatar a los hombres, sino para mostrar cómo hay que vivir. Es la «práctica» lo que deja en herencia a la humanidad: su comportamiento ante los jueces, ante los esbirros, ante los acusadores y ante todo tipo de calumnias y escarnios, y su comportamiento en la «cruz». No se resiste, no defiende su derecho, no da paso alguno para rechazar el mal gravísimo que le amenaza; más aún, lo «provoca»… Y suplica, y sufre, y ama por quienes le hacen mal. Las palabras al ladrón en la cruz compendian todo el evangelio. ¡Este ha sido realmente un hombre divino, un hijo de Dios!, dice el ladrón. Y el Redentor le responde: Si así lo sientes, «estás ya en el paraíso»; eres tú también un hijo de Dios. No defenderse, no irritarse, no buscar responsables… Y ni siquiera resistir al malvado, sino amarle…”. Estas palabras, por increíble que parezca, pertenecen a F. Nietzsche, y se encuentran en ¡El Anticristo! Sin embargo, estas palabras por sí solas son un vaciamiento de hecho; Jesús, si bien lo es, es mucho más que un ejemplo. Sócrates es un ejemplo. Pero el hombre no solo necesita ejemplos, necesita ser salvado. Es lo que Jesús hace con su muerte y su resurrección.

Este domingo en el que celebramos la entrada de Jesús en la Ciudad iniciamos La Semana Santa. Hoy domingo leeremos la pasión según San Lucas y el Viernes Santo la pasión según S. Juan. momentos preciosos para meditar y considerar el precio con el que fuimos rescatados. La Pasión da para mucho más que para oratoria barroca, para dolorismos, pietismos o “representaciones”. Más bien exige silencio interior, reflexión y escucha. Aún en los sitios vacacionales abramos un espacio para el silencio y la escucha. No dejan de ser días Santos.