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 El malestar de la cultura….

 

Todas las fallas humanas/

las expía la humanidad.

(Goethe).

                  

“Vivimos tiempos de opacidad cultural”, ha escrito el eminente sociólogo español J. M. Mardones (q.p.d.). En esto están de acuerdo los grandes pensadores y profetas de nuestro tiempo, cuyos nombres no quiero citar. El hecho lo intuye, también, el hombre de la calle, el “atleta de la sobrevivencia”; “crisis cultural”, percibida como incertidumbre, hora cero. “El hielo sobre el que caminamos es cada vez más delgado”. (FN). ¿En qué momento se quebrará? Y en la medida en que el discurso político se afirma en negarlo, el peligro aumenta. Hambre, violencia, devaluación, estancamiento, carestía.

 

Pero los problemas no dejan de serlo por el hecho de que se generalicen; mal de muchos consuelo de tontos. Por eso conviene preguntar: ¿en qué consiste la crisis cultural? ¿En qué consiste esta opacidad, que no nos permite comprender lo que nos sucede ni caminar hacia una solución?, se pregunta Mardones. El señalamiento es sutil y escapa casi a todos: señalamos este o aquel problema, sentimos que las cosas no andan bien, notamos la diferencia respecto al antes; antes las cosas eran y se hacían así y la verdad es que ahora no sabemos a ciencia cierta cómo deben ser. Experimentamos esa vaga sensación de inseguridad, de perplejidad. Nadie nos ha dicho que lo que sucede es que estamos viviendo un “cambio cultural” y por ello mismo una “crisis cultural”; y las crisis no son cómodas. Recordemos nuestra adolescencia, edad de un malestar generalizado, cuando se vive el “no soy de aquí ni soy de allá”.

 

Manifestación. ¿Cómo se manifiesta un momento de malestar cultural? Como en el individuo, cuando algo anda mal en su organismo, un riñón, por ejemplo, que ha comenzado a funcionar mal, se extiende por todo el organismo una sensación de malestar generalizado, algo indefinido que no llega a la parálisis total del organismo, pero se trabaja con la sensación de que algo no está como debería y que avanza hacia una crisis, cuando el dolor se ahínca. La percepción del malestar cultural – nótese que no se habla del malestar social – es general y abarca al joven y al viejo, al hombre y a la mujer, a los padres y a los hijos, al político y al educador. Y a los curas.

 

Familia. Para algunos padres se manifiesta en una desorientación ante las actitudes de que hacen gala los jóvenes: no está tan claro qué tan correcto sea el uso de drogas y alcohol, relaciones sexuales a los trece años, niñas teniendo niños, uso del tiempo libre, las diversiones. El consumo masivo de pornografía. Al mismo tiempo, las actitudes rigoristas – como antes – no son la solución. Además, ¿Quién no conoce un matrimonio en crisis, o una jovencita embarazada que ha trastocado el proyecto personal y alterado el proyecto original de la familia?

 

Política. La política, la economía y el comportamiento cívico resienten, igual, el malestar de la cultura. Se produce, escribe Mardones, una sensación de mentira generalizada, corrupción, abuso de cargo, uso de privilegios para medro personal, desfalcos financieros, pérdida de crédito de los sindicatos y partidos. El triunfo en política, la obtención del poder, depende del dinero con que se cuente para dorar, decorar, disfrazar o camuflar, – que de todas esas formas puede decirse -, la verdad, trámite la mercadotecnia. Y de iglesias no corren con mejor suerte. ¿Cuánto gasta en publicidad e imagen el sistema mexicano? Un escándalo. (ver El Diario. 28.08.15) Cada vez más nuestras conversaciones acerca de la situación socio cultural del momento se tiñen de tonos obscuros, y no faltan los toques apocalípticos que anuncian males mayores.

 

En el espacio de la política esta sensación se convierte en malestar democrático, es decir, en desconfianza ante el sistema organizador de la cosa pública, inspirado en el genio griego y acuñado por el pragmatismo liberal inglés, y las reivindicaciones del movimiento obrero. Es más, ya le encontramos su antídoto: las impugnaciones. ¿Para qué sirve el partido, las cámaras, las elecciones y los sindicatos?, se preguntan muchos ciudadanos cuestionando las instituciones fundamentales del sistema de la democracia liberal y refiriéndose inmediatamente a hechos o situaciones vividas por todos y que a diario nos proporcionan los medios. Los cambios de gabinete parecen juego de dominó.

 

Economía. El cuestionamiento es mucho más dramático en el ámbito económico ya que se ha mostrado impotente para abatir la pobreza planetaria. También la de Matachí. El nuevo sistema, el último inventado por el hombre, llamado globalización, ha servido exactamente para lo mismo que los anteriores: para que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. La pobreza ha repuntado en México, no obstante el discurso alegre de Dña. Rosario, recién removida. ¿Meade, ahora? En su guerra contra el hambre, lo dije en su momento, el presidente se juega el sexenio. El petróleo baja y baja y la gasolina sube y sube y no cuidamos el consumo. Y tenemos que mantener, (de manutención), al “sistema”.

 

Los ciudadanos. Esta crisis ha repercutido en el comportamiento cívico de los ciudadanos. En la búsqueda del bienestar crece la insolidaridad. Cada vez más nuestras ciudades son un conglomerado anónimo, una multitud de individuos solitarios preocupados solamente por lo suyo. Con frecuencia oímos más a cerca de las manifestaciones de insolidaridad. Pasar indiferentes ante el prójimo caído y abandonado en la calle, es la característica de nuestras ciudades insolidarias. La burocracia asistencial (y fracasada) parece dispensarnos de la asistencia personal; los servicios públicos degradan el impulso solidario de los ciudadanos. Ahora la burocracia asistencial pasa su peor crisis mientras se mantienen las oficinas y los sueldos de los que resolverán el problema.

 

Ante estos y muchos sucesos menores de la vida cotidiana nos preguntamos si no se ha perdido algo de lo que hasta ahora orientaba y determinaba el comportamiento de las personas y las instituciones, se pregunta el tal Mardones. Comprobamos que nosotros mismos perdemos pie y nos sentimos inseguros respecto de lo que somos y de lo que debemos hacer. ¿Qué es lo que se ha perdido y nos crea esta inseguridad?

 

El malestar. El cúmulo de noticias con las que nos desayunamos, comemos y cenamos y nos acostamos, a diario, son indicadores de un mal fundamental, de un mal que no se agota en los hechos sino que revela una crisis fundamental. Podemos hablar de un malestar de la cultura. En su tiempo, Freud hablo del “Malestar de la Civilización”. Esta crisis los sociólogos la llaman crisis cultural. Nos damos cuenta, ya, de que hablar de crisis cultural equivale a plantearse las cuestiones de los valores y normas sociales, del entramado significativo y de sentido al que recurre una colectividad para orientar y dar sentido a la vida común e incluso a la vida personal. La moral aparece mezclada con las cuestiones denominadas culturales y con la religión. Hablar por tanto de crisis cultural en nuestro tiempo es abordar el problema del lugar que ocupan los valores, las orientaciones normativas o morales, las creencias y la religión o sus equivalentes funcionales o ideológicos, en la tarea de proporcionar sentido e integración social.

 

Matriz de significado. La cultura viene a ser por lo tanto como una grande matriz donde se fragua el sentido social y personal. A su luz se esclarecen los porqués de la vida social e individual: por qué creemos; por qué, vivimos. En los períodos denominados de crisis, afirma nuestro sociólogo, se percibe la inadecuación de las respuestas anteriores sin tener suficientemente claras las nuevas. Crisis es un término tomado en las ciencias sociales del mundo de la salud que indica un momento de la enfermedad en la que se decide si las fuerzas del organismo lograrán recuperar o no la salud. Toda enfermedad conoce una crisis y toda crisis tiene una desembocadura; puede superarse y recobrarse la salud o terminar en la muerte. En sentido más riguroso, se suele hablar de crisis cuando hay una desintegración de las instituciones sociales (familia, idioma, política, economía, religión) y se siente amenazada la identidad social por que todavía no tenemos con qué sustituirlas. Aquí estamos.

 

Afectaciones. Las crisis culturales, según numerosos sociólogos, afectan segmentos de la vida en común. Entre ellos señalan la primera que es la crisis moral o crisis de valores, otra es la crisis espiritual o de la trascendencia, el olvido de Dios, “Realidad abastecedora de sentido”, (Jürgen Habermas), y del alma; otra, la crisis sistémica o estructural y, por último, la crisis de las civilizaciones. Imposible de detenernos en cada una de ellas. Pero de ésta última, trascribo las palabras de Mardones: “Cuando se llega a la crisis de la civilización, nos hayamos en presencia de una crisis en que las fuerzas desintegradoras de naciones, etnias, religiones y sociedades, nos amenazan de muerte en forma de fanatismos, nacionalismos, fundamentalismos, narcotráfico, terrorismo… o de sinsentido personal”. El fenómeno Trump nos convence de que los ideales de Hitler están vigentes, por ejemplo.

 

Una Esperanza. En esta situación extrema, a la manera como reacciona el organismo enfermo, también en la cultura se despiertan energías positivas que se mundializan tales como la demanda de paz, de democracia, de libertad, de armonía con la naturaleza, de igualdad por encima de los sexos y razas y religiones… la lucha entre la degradación y salvación, entre la esperanza y la muerte, pasan por el abismo de la crisis. En el horizonte se atisba la civilización planetaria de un desarrollo verdaderamente racional y humano.

 

Una visión de tal envergadura nos permite una visión más comprensible de lo que padecemos; nos explicaremos entonces donde reside ese malestar general, esa insatisfacción fundamental que recorre nuestra vida. Una nota de Notimex afirma que en el mundo existen unos 4 millones de sitios de pornografía infantil y 500 se crean cada día; la exhibición, publicitación, y promoción de la violencia y del sexo desvinculado de la responsabilidad y del amor. La situación de inseguridad mundial, los exorbitantes fraudes de las compañías norteamericanas y sus consecuencias económicas mundiales, no se agotan en hechos individuales, forman parte de una crisis de la cultura y esta crisis resalta cuando no sabemos si eso es correcto o incorrecto.

 

Oscurecimiento. En las situaciones de las crisis una de las consecuencias inmediatas es la pérdida de las fronteras entre lo correcto y lo incorrecto, lo que hay que hacer y lo que debe evitarse. En esta situación los excesos pueden darse tranquilamente; incluso, pueden presentarse como virtud y signo de progreso y como arte. Y se dan también los pescadores de río revuelto. Así, por ejemplo, el amor al dinero deja de ser indecoroso y se predica abiertamente. Y lo que constituye un verdadero avance social y un estímulo legítimo para el espíritu emprendedor, puede transformarse en una avidez de riqueza y éxito que explica los generalizados desfalcos, prevaricaciones, cohechos y actividades especulativas de todo tipo que se dan en nuestra sociedad, incluyendo al narcotráfico y las guerrillas de “liberación”. Con toda razón se pregunta Mardones: “¿Un problema de límites o una cuestión de orientación?”, más bien creemos que esto último.

 

Fromm ha descrito bien la situación final del hombre moderno: Fromm afirmaba que “nuestros abuelos tenían dos caminos, como binas o rieles, por donde caminar: uno era la seguridad del instinto en armonía y comunión con la naturaleza y sus leyes, el otro, los mandamientos de la Ley de Dios. El hombre actual ha perdido ambos y en esa medida la ansiedad, la duda y el miedo, la sospecha, son la atmósfera vital”. El autor habla de una neurosis universal. Quien está en crisis es el hombre.

 

Esta ha de engendrar, necesariamente, un pesimismo antropológico, que se expresa en la violencia, en sus formas más crueles, y con una intención de escarnio social, en las guerras, en el desempleo, en los bajos salarios, en la explotación del hombre por el hombre, en las convulsiones sociales y en el temor y desconfianza ante la vida.