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El proyecto de Chaplin no era otro que la propuesta a Igor Stravinski de realizar juntos un filme en el que se representara la Pasión de Cristo desarrollándose en la pista de un night club. Conociendo a Chaplin, uno adivina que su intención habría de ser una dura crítica a la forma como los cristianos vivimos nuestro cristianismo. Lo que Chaplin proponía se representase en la pista del night club, hoy deberíamos trasladarlo a los lugares del turismo masivo, a los sitios de pecado abiertos a todos; a tantos lugares de ‘distracción’, a tantos hogares…

Hay una frase en el relato de la Pasión según Mateo que me impresiona; los evangelistas son concisos, exactos, no tienen tiempo para florituras: “Los que pasaban por allí lo insultaban; movían la cabeza …”. Mover la cabeza ante un hecho que nos parece estúpido y repugnante dice más que muchas palabras. Reviste burla, lástima, desprecio. ¡A quién se le ocurre! ¡Pobre! Los que pasaban por el Calvario y veías aquel grotesco espectáculo y a un grupo enardecido que pedía más violencia, más crueldad, movían la cabeza. ¿Pero es que ahora es diferente? 

Todo el pecado del mundo vuelve a la burla y al desprecio; después de todo, ¿qué nos importa eso y qué tiene que ver con nosotros? La propaganda seducirá a muchos; aturdidos por el ruido, las drogas y el alcohol, el sexo deshumanizado; ya no nos tomaremos el trabajo de ‘mover la cabeza’. La indiferencia es total. Siempre quedará un resto al pie de la cruz que acompañe al Moribundo que carga con el pecado del mundo. Pero ¿a quién le importa eso del ‘pecado’? 

Sin embargo, en esa cruz pende la salvación del hombre, la única salvación posible. Es en la soledad de la muerte, en el abandono incomprensible, en la burla y el desprecio y en el sufrimiento atroz donde se está realizado el proyecto eterno del Padre por la salvación de todo hombre y de toda mujer de todos los tiempos. Pablo entendió lo que se realizaba en aquel espectáculo repugnante: “Les trasmito, en primer lugar, lo que mi vez recibí, a saber, «que Cristo murió por nuestros pecados…»”, (ICor,15.3). Cuanto más profundo es el sufrimiento, tanto más sobran las palabras. En la escena desconcertante de la Palabra Viviente del Padre clavada en la cruz por los hombres, atrapada en una inmovilidad mortal se está realizando el proyecto de Dios que remueve toda la suciedad del pecado del mundo para quemarlo en su incendio de amor divino. El cristianismo ha retenido como dato esencial el «por nosotros», por nosotros nació, murió y resucitó.

En nuestro ateísmo no reflexionado, sino simplemente asumido, vivido, hemos perdido toda dimensión y nos hemos perdido nosotros también, “hemos aprendido a vivir como si Dios no existiera”, (B.XVI). Dios ya no nos inquieta y en esa media Dios está muerto; a ello se refería Nietzsche. Los intérpretes de la frase de Nietzsche “Got ist tot”, Dios ha muerto, no la han interpretado en clave realista, sino sobre todo como una representación de la decadencia de la metafísica y de la cultura occidentales y del cristianismo. Hoy, ello es una realidad espeluznante. ¿Y quién lo dijera? En su negro ateísmo, en su rebeldía indómita y grandiosa, este filósofo, en realidad, suspiraba por la fe sencilla del hombre y la mujer comunes, confesado por él mismo.

Nos dejó este texto memorable: “Este mensajero de la Buena Nueva murió como había vivido, según había «enseñado», no para rescatar a los hombres, sino para mostrar cómo hay que vivir. Es la «práctica» lo que deja en herencia a la humanidad: su comportamiento ante los jueces, ante los esbirros, ante los acusadores y ante todo tipo de calumnias y escarnios, y su comportamiento en la «cruz». No se resiste, no defiende su derecho, no da paso alguno para rechazar el mal gravísimo que le amenaza; más aún, lo «provoca». Y suplica, y sufre, y ama por quienes le hacen mal. Las palabras al ladrón en la cruz compendian todo el evangelio. ¡Este ha sido realmente un hombre divino, un hijo de Dios!, dice el ladrón. Y el Redentor le responde: Si así lo sientes, «estás ya en el paraíso»; eres tú también un hijo de Dios. No defenderse, no irritarse, no buscar responsables… Y ni siquiera resistir al malvado, sino amarle…”. Estas palabras de Nietzsche no surgirían jamás de nuestra mediocridad cristiana o atea. Y las escribe nada menos que en ¡El Anticristo!

Los artistas con su sensibilidad especial captan la realidad en su profundidad. ¿Ha visto usted el filme “¡Cada quien su vida!”, dirigida por Julio Bracho, 1960? Bueno, los artistas captan lo que nosotros no vemos, la sordidez de la vida en el prostíbulo, el abuso, el dolor y la misteriosa presencia de Dios ahí, sí ahí cuando al sonar las campanas la regente se va a misa de media noche; el sacerdote la invita comulgar. ¿Tú crees?; yo comulgar. El sacerdote me dijo: “tu comulga, tus pecados déjaselos a Dios”. Chaplin captó la contradicción de los cristianos y quiso plasmarlo también en un filme. 

Nos lo cuenta en su Autobiografía (pp. 475-477. Trad. Italiana).  “Durante una comida en mi casa, – narra Chaplin -, Igor Stravinski, impresionado por mis palabras, sugirió que hiciéramos una película juntos. Inventé una historia. Tendrá que ser una historia surrealista, le dije. Describí entonces un sórdido local nocturno con las mesas dispuestas alrededor de la pista de baile. A cada mesa, pareja o grupo, correspondía representar el mundo terreno: aquí la avaricia, allá la hipocresía, acá la lujuria, más allá la crueldad, en otra parte el odio, más allá la cobardía, etc. etc. El espectáculo lo constituía la Pasión de Cristo, y mientras estaba en acto la crucifixión del Redentor, los grupos alrededor de las mesas lo seguían con indiferencia, quién ordenando la cena, quién hablando de negocios, quién mostrando un muy escaso interés. La multitud, los sumos sacerdotes y los fariseos agitaban el puño en dirección a la cruz, gritando: “Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz y sálvate”. En una mesa cercana está un grupo de hombres de negocios que están hablando animadamente de una jugosa operación comercial. Uno aspira nerviosamente el humo del cigarro, levanta el rostro hacia Jesús y sopla distraídamente el humo en esa dirección. En otra mesa, un hombre de negocios, sentado con su mujer, estudia el menú. La mujer levanta los ojos, después separa nerviosamente la silla de la pista de baile. No entiendo por qué la gente viene aquí, dice, molesta. Es deprimente. Se divierten, le responde el marido, el local estaba a punto de cerrar hasta que han puesto en escena este espectáculo. Ahora han logrado pagar todas sus deudas. 

Yo lo encuentro un espectáculo sacrílego, dice la mujer. 

Hace mucho bien, dice el hombre, los que nunca han estado en la iglesia vienen aquí y aprenden la historia del cristianismo. 

Durante el espectáculo, un borracho, sentado solo en su mesa, bajo la influencia del alcohol, comienza a llorar ruidosamente y a gritar: ¡Miren, lo crucifican! ¡Y todos se burlan de ello! 

“Tambaleándose, se pone en pie y tiende, suplicante, sus brazos a la cruz. La esposa de un pastor, sentada ahí cerca, se queja con el capitán de meseros, y el borracho es echado fuera, sin dejar de llorar y de protestar: ¡Fíjense, todos se burlan de él! ¡Son ustedes un hermoso manojo de cristianos! (Escena igual a la que se ve en Cada quien su vida).

“Ve usted, le dije a Stravinskij, lo echan fuera porque arruina el espectáculo. Le expliqué que representar la Pasión de Cristo en la pista de baile de un night club equivalía a mostrar hasta qué punto se ha vuelto cínico y convencional el mundo en su profesión del cristianismo.

“En el rostro de Stravinski se dibujó una expresión muy grave. Pero se trata de una cosa sacrílega, me dijo; me sentí incómodo y más que todo, estupefacto. ¿De veras? No fue esta mi intención. Yo pensaba más bien que se trataba de una crítica del mundo hacia la forma en que los cristianos viven su cristianismo. Tal vez, habiendo improvisado el sujeto aquí y allí, no he sido muy claro”, 

Siempre he creído que en muchas de las representaciones y en la fiebre vacacional de estos días hay mucho de lo que denuncia Chaplin; la peripecia más alta de la historia de la humanidad, aquélla después de la cual ya no esperamos nada nuevo, la revelación suprema de la misericordia divina se convierte en un vano y ridículo espectáculo y en una neurótica huida abigarrada a los llamados “destinos turísticos”. Tal vez sea la forma inconsciente de esquivar su significado más hondo y su exigencia inquietante.

También en tiempos de Jesús hubo muchos que pasaban por ahí y simplemente movían la cabeza como se mueve ante el absurdo. Pero creo que los cristianos de hoy ya ni “la cabeza movemos”.